Sociedad
El origen de esta tradición habría que buscarlo en la emigración que a finales del siglo XIX y principios del XX comenzó a llegar a Guadalmez, procedente del pueblo vecino de Peñalsordo, donde también se celebra de forma muy similar, y a la universalización de las levas o "Quintas", en nuestro ejército, que se fue estableciendo por las mismas fechas. Aquellos jóvenes que alcanzaban la mayoría de edad (mozos), debían presentarse en el Ayuntamiento para "tallarse", es decir, para que un funcionario les tomara la altura y comprobar si ésta era apta para la realización del servicio militar, que era obligatorio. Si así era, pasaban a formar parte de la Quinta que debía prestar su servicio militar, la mili, al año siguiente, lo que significaba estar meses fuera de casa, y para muchos su primera salida del hogar familiar. Por lo que una despedida así, había que celebrarla, aunque muchos también ven en esta tradición, una iniciación a la edad adulta, practicada ya desde las culturas primitivas, el paso del niño al hombre.
En Guadalmez, los mozos que iban a alcanzar la mayoría de edad, ya fueran los 21 o los 18 años, dependiendo de la época, acudían al Ayuntamiento unas semanas antes de Semana Santa, para ser tallados y el Sábado de Gloria, se celebraba la fiesta, un jolgorio que comenzaba muy de mañana y terminaba en la madrugada del día siguiente.
Ese día, cuando comenzaba a amanecer, los "Quintos" se iban al campo a por ramos, juncias, hiniesta, naranjas y rollos de madera, y en las tierras comunales se talaba una encina, que tuviera un porte considerable. Con todos estos elementos se reunían en un determinado lugar, donde se mataba un cordero o un "guarrillo", y todo el día transcurría comiendo y bebiendo, pero también, realizando un arco de madera, con los rollos, que se revestía de hiniesta y demás plantas aromáticas, adornado con naranjas.
Con el tiempo, se añadió la figura de "las Quintas", las jóvenes que contaban la misma edad que "los Quintos", y que participaban también de los festejos. Ellas serán las encargadas de realizar las banderillas de papel que adornen la plaza, y de preparar el chocolate para la madrugada.
Pasadas las dos de la madrugada, y con la embriaguez de todo un día bebiendo, los Quintos se dirigirán con el arco de madera y la encina hacia la plaza del pueblo, y allí comenzarán a abrir los agujeros donde se sustente el arco y la encina: dos en la calle de la Iglesia (C/ Medinaceli), para el arco, y otro en el centro de la plaza, para la encina. Colocando las patas del arco sobre los agujeros, y atando unas cuerdas al mismo, comienzan a izarlo o a "pingar el arco", entre la expectación de los vecinos allí reunidos. Hay que tener mucho cuidado de que el arco no se parta en dos y que las fuerzas, debilitadas con la "borrachera", permitan izarlo. Al arco también se le ha añadido una pancarta, un lienzo blanco, donde figura el nombre de la Quinta, el año, y los nombres o apodos de todos sus componentes.
Estos son los momentos que aprovechan los "Salientes", es decir, los quintos del año anterior, para entorpecer el trabajo de los Quintos, escondiendo las cuerdas, cortándolas, llevándose la encina, etc... Una vez que el arco está en pie, dos de los Quintos deben trepar por el mismo, para colocar las banderas en su parte superior y desatar las cuerdas, entre el aplauso de los congregados. A continuación se procede igual con la encina, se le atan unas cuerdas y se iza en el centro de la plaza.
Una mayor conciencia ecológica ha llevado a que la encina, por los años que tarda en crecer, fuera sustituida por un fresno o árbol de ribera, y finalmente, sea prohibido talar cualquier tipo de árbol, por lo que hoy en día, esta parte de la tradición no se realiza. Puestos en pie, el arco y la encina, llega la hora de adornar la calle de la Iglesia, y la plaza con los ramos y las banderillas de papel. Con la hiniesta sobrante y demás plantas aromáticas se rellena la base del arco. Es también tradición que cada Quinto coloque un ramo en la ventana de su casa, así como en la ventana o puerta de su novia, hecho que llevaba aparejada alguna sorpresa en el pueblo.
Con el chocolate servido por las Quintas a todos los asistentes, termina una larga noche, y comienza el merecido descanso para los Quintos, que llevan casi un día completo de jarana.
El Domingo de Resurrección amanece con un bello arco señoreando la calle de la Iglesia, y años atrás, una portentosa encina izada en el centro de la plaza. Es el momento de que lo pagano entronque con lo religioso de esas fechas, pues terminada la misa matinal de Resurrección, los hombres sacaban en hombros la imagen del Resucitado, y las mujeres las de la Virgen. El Resucitado bajaba por la calle de la Parra, y la Virgen por la de Medinaceli, y ambas imágenes se juntaban bajo la sombra de la encina, entre el aplauso del gentío. Luego, ambas pasaban bajo el arco de madera de los Quintos, y regresaban al templo parroquial. Hace unos años, y debido a la falta de gente para portar las imágenes, esta procesión fue suspendida.
Ha llegado la hora de los "Entrantes", o lo que es lo mismo, los jóvenes que serán Quintos el próximo año. Reunidos todos a la hora del mediodía, en la plaza, dos de ellos deben trepar por el arco para cortar la pancarta de la Quinta de ese año y atar las cuerdas o sogas que les ayuden a derribarlo. Tirando de esas sogas, deberán echar abajo el arco, teniendo en cuenta, que no se debe partir. Con la quema de la pancarta de la Quinta actual, comienza el reinado de los Entrantes, que se irán ese día a los bares a celebrarlo, en espera de su actuación el próximo año.