domingo, 4 de mayo

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Opinión

Beneficencia animal

Por Fermín Gassol Peco

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Siendo niño asistía de manera fortuita a la conversación de dos personas ya mayores en la que una decía a la otra con cierta destemplanza, ¡yo con mi dinero hago lo que quiero! Esa frase me quedó grabada en la memoria como un sustrato de lo que después con los años he ido viendo, que cada cual invierte su vida, sus afanes y su dinero en aquello que le da la gana, eso sí, siempre y cuando la persona tenga afanes y dinero. Son estos dos extremos los que determinan la prueba del algodón a la hora de saber lo que nosotros los humanos somos y escondemos.

Desde que la parábola de los talentos nos enseñó a multiplicarlos, a conservarlos o a tirarlos, los hombres siempre nos hemos movido en alguna de esas tres filosofías vitales, independientemente de los talentos originalmente recibidos. A la vista de todos está; personas que hicieron fortunas, fortunas que encumbraron a personas, personas que acabaron con sus fortunas y fortunas que fueron destruidas por aquellos que las tenían.

Y como síntesis histórica de esta parábola existencial esa frase tantas veces repetida de que “el abuelo hace la fortuna, el hijo la disfruta y el nieto la dilapida”. Sin embargo siempre han existido personas que por muy distintos avatares de la vida no han buscado o no han conseguido tener descendencia. Algunas de ellas se han convertido en mecenas de la cultura, benefactoras de obras sociales creando fundaciones para unos determinados fines.

Que alguien sin descendencia legue a instituciones humanitarias sus caudales, a entidades que cuiden de los más desfavorecidos… es una loable y altruista decisión. Pero también existen personas “podridas de dinero” a las que eso de colaborar para que los humanos tengan mejores condiciones de vida, como que no va con ellos… que para eso están los animales a los que hay que proporcionarles una vida más confortable.

Es el caso de una ricachona solitaria que dejó como herederos universales a… unos burros, perros y gatos, a razón de un millón de euros de vellón para cada especie. Los animalitos no se lo pensaron ni un momento y con un cariñoso rebuzno, un guau o miau le dieron las gracias, eso sí a su inconsciente manera.

Ejemplos como el que nos ocupa no hacen sino confirmar que cada día que pasa una parte de la humanidad es menos solidaria con sus semejantes, que a mayor grado de confort, menos interés por los demás, que a mayor desarrollo, menos sensibilidad hacia las personas que no tienen lo más básico y más afecto por todo aquello que no tiene alma.

Que este caso de beneficencia hacia los seres irracionales pone al descubierto la falta de interés y quién sabe si de confianza de ciertas personas hacía sus congéneres; quizá sea una penosa consecuencia del comportamiento de esa sociedad hacia ellas. De cualquier manera un triste desencuentro entre uno y otros. ¿No responderá esa especie de veneración por los animales, a una profunda desconfianza de quienes la cultivan hacia sus semejantes? En el caso que nos ocupa así parece ser. “Lego mi dinero a aquellos que me dieron más calor”, dicen que dijo nuestra benefactora tan particular. Tomemos nota de estos inhumanos desencuentros.