Opinión
Era en medio del inmenso valle donde se presentaba altivo, arrogante, exclusivo, dominante, señor de aquellos pastos. Se diría que sin él todo aquél paraje carecería de identidad y de sentido.
Fue el pasado y hasta hace unas fechas el presente del Valle de Alcudia; tenía la grandeza y la belleza de un árbol milenario, una inmensa nube verde de esperanza, un robusto mástil que se erguía para dar sombra al ganado, un quijote abanto, un verde oasis donde las ovejas y pastores encontraban a diario su cobijo, un lugar de remanso para rebaños trashumantes en su camino.
Dice un anciano del lugar que siempre lo vio así, que siempre estuvo ahí, que siempre formó parte del paisaje y de su vida, que ausente su figura no tendría sentido ese lugar. Que fue su temprano consejero y desde entonces su permanente compañero, el que siempre escuchó sus confesiones y lamentos, del que aprendió la bondad y la belleza de la vida y con quien, bajo su sombra, una tórrida tarde de verano…y aún sigue enamorado. Un árbol bajo el cual un pastor tejió ilusiones y esperanzas, lloró desencantos y fracasos. El árbol de una vida vivida siempre al raso.
Quizá testigo de jolgorio y alegrías, de ausencias obligadas, de inconscientes olvidos, de infinitas noches de frio y soledad, de mortíferos sonidos no lejanos, de olores a requesón y lana, de promesas incumplidas, de fidelidades consumadas. Sombra de sombras y temores, nido de nidos e ilusiones.
Nunca se quejó de nada, Nunca tuvo intención de emigrar a otro lugar del que nació. Fiel a sus raíces, seguro, enclavado en la tierra, sereno, acogedor, así es el árbol que siempre conocimos.
Hace unos días, en la más completa soledad, sus vetustas raíces se cansaron de enviar la savia que mantenía a tanta belleza. Hoy llora el Valle, lloran las ovejas, los corderos y pastores.
Este es mi emocionado recuerdo a una encina milenaria que uno de estos días ha caído vencida por los años.