Director: Ben Sharpsteen y Hamilton Luske
Intérpretes: Animación
Sinopsis: Un anciano llamado Geppetto fabrica una marioneta de madera a la que llama Pinocho, con la esperanza de que se convierta en un niño de verdad. El Hada Azul hace realidad su deseo y da vida a Pinocho, pero conserva su cuerpo de madera. Pepito Grillo, la conciencia de Pinocho, tendrá que aconsejarlo para que se aleje de las situaciones difíciles o peligrosas hasta conseguir que el muñeco se convierta en un niño de carne y hueso.
Estoy convencido que en un porcentaje considerable de niños actuales aún pueden hoy en día participar de la dicha que esta maravilla animada ha proporcionado a tantos otros de generaciones anteriores. De la cual se ha cumplido en 2020, ochenta años de su estreno. Concretamente, tuvo lugar el 7 de febrero de 1940.
Para muchos, tanto colegas de la crítica especializada como simples aficionados, continúa siendo el largometraje más perfecto surgido de la factoría Disney. Algo que yo le concedo a PETER PAN, pero no tanto por su perfección como por motivos sentimentales y un tanto personales, pues mi identificación con el héroe verde de las mallas ha sido una constante vital en mi vida.
Reconozco en cualquier caso, que PINOCHO tal vez con la perspectiva ofrecida por el tiempo, es uno de los más redondos trabajos allí paridos, siempre claro está, que se obvien los avances informáticos surgidos en los últimos tiempos.
Lo que le hace grande no es solamente su técnica, con resultar esta asombrosa (su sofisticada animación y sus espectaculares movimientos de cámara, desde travellings a planos secuencias, resultan verdaderamente espectaculares teniendo en cuenta la época), sino que participaba de un momento en la que los contenidos, los argumentos acababan de conferirle ese plus impagable. Algo que hoy en día han recuperado Pixar, Miyazaki y otros cuantos. Solían contar con un tratamiento muy cuidado de los personajes (los secundarios eran fundamentales: aquí el inolvidable Pepito Grillo la voz de la conciencia, Cleo, Fígaro…), de su humanidad aunque fueran a veces recreados en animalitos (Bambi, Dumbo) y de sus sentimientos.
En su mayoría eran historias aleccionadoras y moralistas en el mejor sentido del término, aunque es posible que en algún aspecto hayan podido quedar un tanto obsoletas (hoy en día sería impensable no reivindicar la importancia del tiempo de ocio, de los juegos aunque tantas veces paradójicamente se les sature a los críos de hoy en día con mil tareas), en las que se transmitían, como es el caso, con absoluta nitidez y claridad los perjuicios de mentir o haraganear constantemente.
No deja de constituir un viaje en toda regla, una “road movie” interior hacia la madurez, la verdad, el deber, la responsabilidad, el compromiso, la superación, el aprendizaje, la amistad y, por encima de todo, el amor en su acepción más amplia.
Por otra parte, si uno quiere ver más allá, o más acá, depende, no deja de ser una trasposición libre de la propia historia de Jesucristo en formato de cuento infantil. Desconozco si sus creadores albergaron tal posibilidad, pero no crean que resulta tan disparatada esa interpretación: hijo único, no concebido por arte natural sino mágicamente, un hombre que no lo es, vuelto a revivir…
Con toda razón, fue seleccionada en 1994 por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para formar parte de su National Film Registry, un archivo cultural cinematográfico dedicado a conservar aquellas películas “cultural, histórica o estéticamente significativas”
Y lo más importante, continúa y continuará siendo una película imperecedera, para el disfrute permanente al menos del que esto escribe. Pues no deja de causarme admiración ese trabajo tan genialmente creativo dibujo a dibujo, esa extraordinaria utilización del color en sus tonos más cálidos (¡cómo son es ese fondo marino!), ese gran ritmo narrativo, esa complejidad técnica patente en el tratamiento otorgado a carruajes o relojes de cuco o esa manera de esculpir a los personajes principales para poder abordarlos desde cualquier perspectiva. O el tratamiento realista del Hada Azul, personaje físicamente basado en la bailarina Marjorie Belcher, quien ya había constituido fuente de inspiración para Blancanieves.
Además, afortunadamente, sigue destilando esa inocencia perdida en el camino o ante tantos avatares sufridos por el planeta en pasadas décadas o en estos agitados y descreídos tiempos. Viva pues la ingenuidad hecha arte, sea cual fuere su fecha de producción.
Como transita por varios registros, no deja de sorprender con pasajes verdaderamente aterradores, como la ingestión por parte de la ballena o la transformación de los niños en burros.
Méritos algunos de ellos procedentes de la obra literaria original de la que fue adaptada, la popular LA AVENTURA DE PINOCHO del italiano Carlo Collodi. Precisamente italiana también era una versión de los 70 de idéntico título y protagonizada por Nino Manfredi, que muchos niños de la generación de los Chiripitifláuticos recordamos con verdadero alborozo.
Señalar por último que para los anales ya ha quedado como la segunda producción Disney de la historia, filmada tres años después de la iniciática, no menos talentosa y fundacional BLANCANIEVES Y LOS SIETE ENANITOS. Curiosamente esta experimental –sitúense en la fecha que vio la luz: 1940-, coloristamente refulgente y estilizada propuesta, no acabó de funcionar en taquilla cuando en su momento. Reposiciones posteriores la auparían definitivamente a unos más que considerables ingresos económicos y un incuestionable reconocimiento artístico.
Hollywood la recompensó con 2 Oscar en un apartado igualmente destacable, el musical. Se premiaron su banda sonora obra de Leigh Harline, Paul J. Smith y Ned Washington y la mejor canción, la mítica WHEN YOU WISH UPON A STAR (CUANDO DESEAS UNA ESTRELLA) que popularizaría el sin par y mítico Louis Armstrong.
De lo más entrañable, surrealista, emotiva, imaginativa y deliciosa.
José Luis Vázquez