Director: Arthur Penn
Intérpretes: Anne Bancroft, Patty Duke, Andrew Prine, Inga Swenson, Victor Jory, Jack Hollander
Sinopsis: Una familia contrata a Anna Sullivan para educar a Helen, una niña sorda y ciega. Un trauma infantil, un oscuro complejo de culpa, por la muerte de su hermano, impulsa a la maestra a redimirse mediante la educación de la niña. La incompetencia y la negligencia de los padres han hecho de Helen una niña mimada, incapaz de someterse a ninguna disciplina, y con la que toda comunicación parece imposible. La adolescente vive aislada en un mundo propio completamente ajeno a los demás. Sin embargo, Anna Sullivan conseguirá, con mucha paciencia y rigor, romper esa burbuja, ese aislamiento.
Un fascinante, un intenso, un hermoso duelo de actrices, en esto se podría resumir THE MIRACLE WORKER, o sea EL MILAGRO DE ANA SULLIVAN, o LA HACEDORA DE MILAGROS si me remito a su título original.
Pero sería reduccionista y no del todo justo tildarla solo así. Basada en hechos reales, en la autobiografía de una de las dos protagonistas y en un previo guión televisivo de William Gibson que se remonta a 1957, cuenta la relación entre una niña sordo-ciega, Helen Keller, sumida en ese estado desde una enfermedad febril con 19 meses, y su maestra, la susodicha Ana Sullivan, la encargada de alejarla en ese mundo aislado en el que vive.
El proceso en el cual se embarca para intentar dotar a la cría de 10 años de unos modales y un lenguaje que le permita comunicarse con los demás, resulta apasionante. No cae en blandenguería alguna, es estremecedora sin recurrir a recursos de guiñol, su ascetismo llega a conmover y su didactismo no es de baratillo, ni superficial, ni de los que adoctrinan, todo lo contrario. Es más, esta película tal vez no podría realizarse hoy en día, pues algunos de los métodos empleados por la profesora serían sencillamente tildados de políticamente incorrectos.
Y deja clara una cosa, lo fundamental que es la disciplina –bien entendida, claro, a veces hasta brusca como es el caso- en la educación de los niños.
Los espectadores asistimos a unas -en algunos aspectos- particulares técnicas sobre modificación de conducta. Tal como expone Raquel San Felipe, estas son aproximaciones paulatinas, castigos, refuerzos, tiempos fuera y motivaciones.
Se trata de reconducir a una cría imposibilitada físicamente y con una carga de agresividad animal, salvajismo y capricho considerables. La paciencia se erigirá en fundamental en este camino.
Los dos personajes, encarnados sensacionalmente por Anne Bancroft y Patty Duke, mantienen en un inicio terribles disputas de todo tipo, tanto físicas, esa batalla campal en el comedor, como psicológicas, atención al respecto a una memorable secuencia de diez minutos.
Bancroft/Ana da toda una lección de cómo comportarse en una situación tan extrema, en cómo no amilanarse ante las adversidades y contrariedades mil que van surgiendo. El recital interpretativo de la que cuatro años más tarde (en 1966) interpretaría la fordiana y testamentaria SIETE MUJERES, es impresionante. Sus infinitos recursos y su entrega, su muy honda carga de matices son de las de estudiar en cualquier academia que se precie que trate sobre esto de actuar, de vivirlo.
Detrás de ellas, del control de sus gestos y puntuales exclamaciones, está un director inmenso que, aunque dejó un puñado de obras maestras para la historia (su debut, EL ZURDO, LA JAURÍA HUMANA, PEQUEÑO GRAN HOMBRE, GEORGIA, BONNIE Y CLYDE, EL RESTAURANTE DE ALICIA, LA NOCHE SE MUEVE), no tuvo la carrera tan fecunda que debería haber tenido.
Forjado en los escenarios y en los platós de televisión, siempre mostró una gran capacitación profesional, patente aquí mediante una puesta en escena de una sobriedad y austeridad ejemplares, sacando todo el partido a las actrices y a cuantos asoman la nariz en cometidos secundarios. No abusando en momento alguno de un sentimentalismo fácil, más bien todo lo contrario, mostrándose prusiano, aunque sea inevitable al exponer la historia mostrar un lado “exhibicionista” (entiéndase el término en su más positiva acepción).
La verdad es que hay momentos que ponen los pelos como escarpias, tales son su energía y vigor. Acompaña a todo esto, una espléndida fotografía de Ernesto Caparrós, un profesional cubano de efímera carrera y desaparición prematura.
Su desenlace es excepcional.
En Centro y Sudamérica se conoce también como ANA DE LOS MILAGROS, UN MILAGRO PARA HELEN y LA MAESTRA PELIGROSA.
Tuvo 5 nominaciones al Oscar, de los que obtendría dos (actriz principal/Bancroft, actriz secundaria/Duke), quedándose en el camino los otros tres (dirección, fotografía en b/n y guión adaptado). La acogida del público fue buena.
Es la demostración de que la educación, la reflexión, pueden constituir un entretenimiento tan válido como la mejor película de acción epidérmica o comedia que puedan imaginar.
Todo un canto a la superación, a la voluntad propia y ajena. Una obra, que no se resiente de su origen teatral, más bien lo refuerza sin dejar de ser genuinamente y con una carga de emotividad muy especial.
Obra maestra sin posible rectificación. Todo un hallazgo, estoy convencido, para quien la desconozca cincuenta y cinco años después de su concepción.
José Luis Vázquez