martes, 6 de mayo

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Estreno en Royal City

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Té y simpatía ()

Director: Vincente Minnelli

Intérpretes: Deborah Kerr, John Kerr, Leif Erickson, Edward Andrews, Darryl Hickman, Norma Crane, Dean Jones

Sinopsis: Un grupo de alumnos deciden reunirse años después de acabar sus estudios. La presencia de Tom Lee (John Kerr) sorprende a sus compañeros, porque siempre fue un chico solitario, tímido y retraído cuyos gustos se apartaban bastante de los de sus compañeros. La única persona con la que se sentía a gusto era Laura Reynolds (Deborah Kerr), la mujer del profesor de deportes y ama de llaves de la residencia donde Tom se alojaba. (FILMAFFINITY)

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

“Cuando pasen los años y hables sobre esto –y lo harás- sé amable” (Deborah Kerr)

“La hombría es mucho más que decir vulgaridades, fanfarronear y escalar montañas. La hombría es también ternura, delicadeza y consideración” (Deborah Kerr)

 

Recuerdo con enorme agradecimiento y emoción el momento en el que descubrí esta preciosa película, cuando era un mozalbete, en una de aquéllas entrañables y añoradas sesiones de SÁBADO, CINE en Televisión Española.

Mi heterosexualidad “militante” jamás supuso freno alguno, y esta obra contribuyó lo suyo a acentuarlo, a mi ancestral y también “militante” desprecio por el machismo, la homofobia, al que persiguiera al que fuera diferente en cualquier ámbito de la vida y a los arcaicos conceptos de virilidad que se tenían en tiempos pasados y que aún se tienen. Este magistral trabajo del refinado y exquisito Vincente Minnelli plasma todo ello de manera magistral.

La rodó entre el vistoso, kitsch y fantasioso musical UN EXTRAÑO EN EL PARAÍSO (KISMET… impagable leiv motiv de Alexander Borodin) y el formidable drama y biopic pictórico EL LOCO DEL PELO ROJO (Oscar para Gauguin, amigo de un Van Gogh imponente y descarnadamente interpretado por Kirk Douglas).

El cineasta estadounidense, esposo de Judy Garland, aparte de esa exquisitez anteriormente aludida, fue todo un precursor de géneros y temáticas, un adelantado en toda regla.

Aquí abordaría con infinito tacto, sensibilidad (y sentido), elegancia asuntos como la homosexualidad (ese rechazo al término, la actitud más bien, de “sister boy”/damisela),  la falsa o la excesiva virilidad, prejuicios sociales varios (respecto a lo que es masculino o femenino, por ejemplo), el acoso (bullyng) o el machismo imperante en la sociedad estadounidense inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Se centra en la figura de dos personajes de diferente edad, condición y estado, pero almas gemelas en lo esencial, en su consideración por el prójimo, en su asunción de sentimientos, en no ser gregaristas y por tanto no dejarse llevar por las masas, en su tolerancia.

Están encarnados por la grandísima Deborah Kerr y John Kerr, los cuales pese al idéntico apellido no se tocaban nada en lo familiar. Ella es Laura Reynolds, la gobernanta y esposa del director –profesor de educación física también- de un centro privado para adolescentes en Nueva Inglaterra. Él es uno de los residentes, alejado por completo de estereotipos de una cuestionable masculinidad. No juega al fútbol, le gusta la música, cocinar, la tranquilidad.

Ambos comparten soledades y rechazos. Ambos se encuentran en una situación complicada de sus existencias. Su relación está tallada con enorme sentido de la observación y expuesta mediante unos diálogos de enorme calidad, fruto de la obra inicialmente teatral de Robert Anderson, que con tanto éxito fuera representada en los escenarios de Broadway, con más de 700 representaciones. El propio autor fue el encargado de trasladarla a la gran pantalla pero con una cierta merma de libertad, debido a los reparos censoriales de un Hollywood todavía pacato y con las heridas abiertas por el “maccarthismo”. De ahí que alguno de los arrepentimientos propuestos resulte un tanto forzado o impostado. Pero pecata minuta, porque esto Minnelli lo supera con habilidad y talento. Lo esencial acaba quedando claro desde la sugerencia y la elipsis.

La historia es un largo flashback, que va de 1956 al presente del pasado, en 1946. Supuso todo un atrevimiento y un aldabonazo en la América de su momento. Un título fundamental a la hora de tratar sexualidades encubiertas tanto matrimoniales como de otro tipo, o al sacar a la luz aspectos nada positivos sobre el rol de la mujer.

Dos momentos, entre tantísimos otros, destacaría de esta maravilla, de esos que me han acompañado y me acompañarán el resto de mi existencia. El del encuentro nocturno de Laura y Tom bajo la copa de un árbol centerario, que como bien ha destacado el “filmaffinitero” Miquel, viene servido por unos decorados fastuosos, teatrales, de evocaciones fálicas.

El segundo hace alusión a la interpretación de esa gran dama del cine, Deborah Kerr, que cosecharía un Oscar honorífico después de estar nominada en 6 ocasiones (por EDWARD MI HIJO, DE AQUÍ A LA ETERNIDAD, EL REY Y YO, SÓLO DIOS LO SABE, MESAS SEPARADAS y TRES VIDAS ERRANTES). En concreto a un momento determinado, aquél en el que su rostro es capaz de expresar, de transmitir a la vez simpatía, piedad, deseo, amor, sexo, nostalgia, comprensión y delicadeza.

Para el total colofón, resulta magnífica la utilización del cinemascope y los colores pálidos (llevan la firma de John Alton, que ya se había puesto al servicio de Minnelli en otro monumento de éste, UN AMERICANO EN PARÍS), vertidos aquí con clara intencionalidad que en otra ocasión detallaré.

Excepcional, serenamente conmovedora, de una emotividad muy especial.

 

 

José Luis Vázquez