sábado, 14 de junio

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El reflejo de Alba

 

Un bastón para el camino

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La ambición, el poder, el miedo, la fama. Todos ellos son elementos que actúan como motores en nuestras vidas y condicionan cada decisión que tomamos, siempre con la esperanza de estar avanzando un pasito más en el camino hacia el proyecto vital que deseamos construir. Sin embargo, nuestra capacidad de control no alcanza a vislumbrar el efecto que tendrán todas nuestras acciones, por lo que sería un error concebir la vida como una maqueta en la que cada miniatura encuentra su lugar formando un escenario perfecto, ya que más bien se presenta como un puzle inacabado a la espera de su próxima pieza.

Entre tanta incertidumbre necesitamos un bastón sobre el que apoyarnos durante nuestras andaduras; un apoyo que nos reconforte y nos genere la autoconfianza suficiente para avanzar. A fin de cuentas, creo que el amor es ese pilar que todos buscamos para sostener los cimientos de nuestro mundo.

En mi caso, he de reconocer que en este ámbito también soy atea. Hace tiempo que dejé de creer en el amor o, al menos, en ese romanticismo tan peliculero como alienante que vende utopías detrás de las pantallas o camuflado entre estribillos repetitivos. El amor suele entenderse personificado en un único sujeto que aparece providencialmente para satisfacer nuestras necesidades afectivas durante toda la vida. Si este es el amor verdadero, he de admitir que no lo conozco y espero no hacerlo nunca.

Yo creo en silencios que cuentan secretos, en la melancolía que seca lágrimas para dibujar sonrisas, en miradas que tienen ganas de más, en el vello que se eriza recordando y en la respiración desbocada que no encuentra razones.

Las emociones son efímeras y nómadas. No podemos encontrarlas reunidas en una sola persona ni hallarlas de un único modo. A veces, tenemos tan estereotipado el concepto del amor y de las relaciones sentimentales que no somos capaces de ver más allá de este canon preestablecido, condenándonos a alargar historias basadas en la costumbre, a rechazar impulsos por miedo a perder la estabilidad o a perder el tiempo intentando provocar fuego a partir de unas cenizas donde solo nacen chispas. Es en ese punto, donde el amor deja de ofrecer libertad para convertirse en carcelero de quien lo padece.

Existen múltiples formas de querer, pudiendo abarcar varios caminos o eligiendo una ruta unidireccional que implique renunciar al resto, a sabiendas de que existen otras que, de ser exploradas, nos aportarían nuevas sensaciones. En resumidas cuentas, nunca podremos querer de verdad sin asumir que el amor no puede monopolizarse.