Opinión
La finalización reciente de un máster en coaching, inteligencia emocional y programación neurolingüística me ha llevado a redactar la siguiente reflexión que me gustaría compartir.
Mucho se habla del trabajo social como una profesión cuyos principios básicos son la empatía, la escucha activa, la solidaridad, la entrega, la lucha contra lo asistencial, etc.
¿Y la inteligencia emocional? ¿Qué papel tiene en el trabajo social?
Los trabajadores y trabajadoras sociales somos profesionales en relaciones de ayuda, ya que trabajamos con personas y el factor humano es la principal herramienta en nuestra labor diaria, en la que prevenimos, mediamos, planificamos junto a nuestros usuarios y usuarias, supervisamos, evaluamos…
Es por esto que resulta necesario que seamos profesionales emocionalmente inteligentes y que así lo transmitamos a las personas con las que trabajamos, tanto compañeros como usuarios, ya que esto ayudará muchísimo como facilitadores de procesos de cambio.
En mi opinión, debemos reorientar la intervención profesional hacia la autoayuda, donde la persona sea capaz de encontrar las soluciones a sus problemas, haciendo uso de sus capacidades, habilidades y estrategias personales de forma adecuada para ello.
Nuestro papel consistirá entonces en asesorar, orientar, acompañar y guiar a la persona en ese camino; estableciendo con ella una comunicación asertiva, donde le facilitemos la toma de decisiones, sin juicios, ni valoraciones personales, teniendo siempre en cuenta los deseos de la persona.
No debemos caer en el error de adoptar un rol paternalista, queriendo ser “los salvadores” de nuestros usuarios; debemos reconocer los sentimientos ajenos y darles el valor que merecen.
Lo mismo ocurre en la relación que establecemos con otros profesionales compañeros; un trabajador o trabajadora social emocionalmente inteligente trabajará en equipo de forma eficaz y eficiente, teniendo en cuenta las opiniones de los demás, empatizando, estando dispuesto o dispuesta al cambio y a todo lo que esto conlleva o incluso desempeñando labores de liderazgo, en caso necesario.
Y común a ambas relaciones, con otras disciplinas o con usuarios, está la gestión de las emociones propias.
Es complicado no implicarnos “de más” en algunas situaciones de las que vivimos a menudo con los individuos y las familias con las que trabajamos; no obstante, es necesario y conveniente “no llevarnos el trabajo a casa”; saber establecer prioridades una vez que aparcamos nuestro puesto de trabajo hasta la siguiente jornada, depurarnos y recargar energías, con el fin de evitar un posible síndrome del burnout que tan frecuente se está haciendo entre nosotros.
En definitiva, es importante ceder a la inteligencia emocional parte de nuestro tiempo para trabajarla, mejorarla, poner en prácticas nuevas estrategias y dotarnos de nuevas habilidades, y así conseguir ser mejores personas y mejores profesionales.