domingo, 9 de junio

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Sociedad

Lo que el Orgullo nos ha dicho

En un año atípico de pandemia moderna hacer frente a las desigualdades y discriminaciones que nos son cotidianas la respuesta del activismo no debería acallarse después del Orgullo

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Fotograma de la película "1985" de Yen Tan (Kuala Lumpur, 1975)

Por Agustín Mora Palomares.- Se han cumplido cincuenta y un años desde Stonewall, la revuelta fundacional del movimiento de liberación homosexual, año en el que el mundo y el activismo hace frente a una pandemia. La del coronavirus es la segunda pandemia en la que un virus causa un giro en la sensibilidad social. La primera fue a partir de 1981, año en cual se documentaron los primeros cuadros clínicos del SIDA, dando comienzo a una pandemia que deja desigualmente tras de sí varios millones de muertes. El VIH ha marcado al activismo LGTBI desde sus inicios, a pesar de que ni la orientación sexual ni la identidad de género dicen al virus a quién infectar. El VIH fue utilizado para estigmatizar a las personas vulnerables, para señalar a los homosexuales, personas racializadas, prostitutas o aquellas que vivían en los márgenes de la sociedad. En esa nueva normalidad, donde ser gay o transexual en los ochenta suponía un estigma, el virus pasaba de cuerpo a cuerpo y trajo consigo la serofobia. En 1988 se conmemoró por primera vez el día internacional de la lucha contra el SIDA, es la marca que tenemos en el calendario el primero de diciembre de cada año y que nos habla del avance pero también de las pérdidas de quienes se han quedado en el camino.

Hablar de la pandemia del SIDA en el Orgullo, con este Orgullo, se me presenta tan necesario como sería hacerlo de los disturbios de Stonewall o de la primera manifestación en 1977 en España. El Orgullo LGTBI nos ha dicho que no somos ajenos, nadie, a lo que esté pasando en nuestros pueblos vecinos. Nos ha dicho que tenemos un movimiento social con historia y apela a la memoria. Nos dice que tenemos que seguir ahí por los cuerpos que hoy necesitan protección y cuidados. Nos dice que la justicia social está en nuestra bandera.

El Orgullo es voz compartida. Hemos vuelto a formar parte de un movimiento plural, un movimiento que no se da ajeno a donde se produce, cierto es. No, ser parte de la disidencia sexual no es sino sentirse un cuerpo situado.

La situación de los cuerpos es lo que desde los colectivos LGTBI se aborda: cómo hacer que las discriminaciones que he sufrido o sufro hoy Yo, no las padezcan otros.

En esto consiste la sensibilidad social. En momentos de incertidumbre, la utopía que acompaña la esperanza del arcoíris es más necesaria que nunca. Lo urgente está en los cuerpos y el distanciamiento social no va a ser sinónimo del alejamiento social. El Orgullo continúa siendo necesario porque es aprendizaje compartido, tenga que ser como podamos, seguiremos sintiendo la obligación de abrir más espacios libres de discriminaciones; esto no es otra cosa más que reforzar la libertad para ser y amar en igualdad.

El Orgullo no muere y resucita cada año el 28 de junio, el Orgullo está en cada momento de activismo, en cada situación en la que hacemos frente a la discriminación de cualquier forma. En eso mismo ha estado el valor del Orgullo de este año. Tal vez solo hayamos visto un gesto como el de poner la bandera en el ayuntamiento o leer un manifiesto en nuestro pueblo, pero habrá sido un gesto liberador para quienes tienen que saber que estamos aquí.

El Orgullo es ética y acción, es no conformarse con los derechos de hoy, sino movilizarse frente a la injusticia de no poder libremente ser uno mismo.  La sensibilidad social que se ha abierto en muchos pueblos y ciudades tendrá que ir más allá a partir de este momento; de cada uno depende poner su cuerpo o dejar a solas con la injusticia a los demás.

Somos responsables del mundo que habitamos y el Orgullo continúa apelando a nuestra sensibilidad común para no permitir más el sufrimiento y el dolor de quienes no pueden mostrarse siempre como son: trans, lesbianas, gais o bisexuales.