sábado, 20 de abril

Ciudad Real

Visita nuestra página en Facebook Síguenos en Twitter Síguenos en Instagram Síguenos en YouTube
Buscar
Logotipo de Ciudad Real Digital

Opinión

Microtraumas cotidianos: Las huellas inadvertidas

Por Aurea L. Lamela, psiquiatra

Imprimir noticia

Foto: forbes.es

Cuando nos hablan de los traumas casi siempre pensamos en esos grandes traumas que ocasionan estrés postraumático, en la clásica neurosis de guerra, en los sobrevivientes a catástrofes, o a un accidente, etcétera. Uno se imagina a los veteranos del Vietnam, perdidos por las calles, vagabundeando o teniendo conductas improcedentes. Pero no todo lo traumático en esta vida es así de evidente. También podemos imaginarnos comportamientos, no tan llamativos en personas, que viven en estados, que derivan de tales sucesos, como permanecer siempre alerta, revivir esos acontecimientos, tener pesadillas, que no lo percibimos a simple vista, pero se detectan. Sin embargo, ignoramos que existe una cotidianidad en la que estamos expuestos a más impactos de los que detectamos en nuestro consciente. Los traumas inadvertidos, los microtraumas, que nos condicionan sin saberlo, e incluso sin recordarlos, que dejan una marca que prospera silenciosa. Si uno detecta en alguna persona conductas que suponen un distanciamiento del ambiente en el que está, o sea, un estado disociativo, y empiezas a hablar informalmente con ella y le tiras de la lengua puede ocurrir que te hable de alguna situación dolorosa e impactante que recientemente le ha ocurrido. Haber sido víctima, por ejemplo, de algún acoso continuo o situaciones de humillación de las que no podían salir. Tal vez no sea capaz de viajar más allá en el tiempo para hurgar de donde proviene ese dolor esencial que resuena, del que hace eco esa situación traumática reciente.

Antes de continuar quiero aclarar que los estados disociados son respuestas frecuentes al trauma, pero que también pueden darse sin trauma. Pueden ser normales, como ir entretenido con tus pensamientos mientras caminas por una ciudad o, el ejemplo típico, ir conduciendo por una carretera en automático, llegar a tu destino y no acordarte del camino porque ibas en tu mundo mental. Pero los que se producen derivados de una situación traumática ocasionan distanciamientos más graves, que te abstraigas o alejes de la propia experiencia física o emocional como ocurre en la despersonalización (uno se siente separado de los procesos mentales o del propio cuerpo y se puede observar a sí mismo desde fuera) o como en el trastorno de identidad disociativo (lo que comúnmente se llama doble personalidad o personalidad múltiple) o la amnesia disociativa, y otros cuadros donde el síntoma esencial y prevalente es la disociación. En muchos de esos casos existen experiencias de abusos sexuales en la infancia. El trastorno por estrés postraumático comparte con dichos cuadros la posibilidad de disociación pero no es en sí la característica prevalente.

Volviendo al hilo anterior, inicial, quería señalar que además de los grandes traumas, el abuso físico o sexual, se ha demostrado que el maltrato emocional y el abandono crónico, más sigilosos, pueden ser igual de devastadores. Muchos niños que han sido tratados sutilmente con mensajes de desprecio, siendo ignorados, comparados peyorativamente por sus padres, o personas significativas, en edades tempranas o durante la niñez, pueden vivir una situación continua de rechazo que va a interferir en el establecimiento de relaciones de confianza en la vida adulta. Un gota a gota de menosprecio y escasa valía.

Los seres humanos tenemos unas neuronas especializadas llamadas neuronas espejo que registran la experiencia interior y explican la empatía, la imitación, la sincronía y nos permiten captar las emociones y las intenciones de otras personas. Por tanto, también captamos las emociones negativas de los otros y somos vulnerables a sus estados pesimistas, despectivos y a percibir su de falta de amor; a generar un apego inseguro, precursor de un vínculo atormentado en las relaciones personales adultas, con ansiedad de separación y miedo enfermizo al abandono. E incluso a reacciones desproporcionadas ante el menor atisbo de amenaza, hipersensibles al peligro, o a una sumisión extrema, con comportamientos complacientes por temor al desamparo o al rechazo. Como señala Van der Kolk, psiquiatra especializado en estrés postraumático, hay personas que no saben que han sufrido un trauma, y que disocian de su cuerpo las sensaciones por efecto del trauma. Estas personas pueden llegar a actuar como si nada malo, ni traumático les hubiese ocurrido nunca, porque les ocasiona tanto dolor, que lo borran de su cabeza para poder continuar. Pero existen las huellas inadvertidas que siguen ahí armadas de suspicacia para entorpecer la posibilidad de confiar, de tener una relación en la que esperen reciprocidad, algo esencial para tener una vida completa con la que poder disfrutar.

Como con todo, hay varias explicaciones, las cerebro-biológicas, las psicológicas o las socio-situacionales. Ninguna de ellas tiene la exclusiva de la verdad universal pero todas ellas tienen su correlación y están interrelacionadas. El apego inseguro influye en la vida adulta a temer el abandono; un trauma o muchos microtraumas a que una situación neutra sea interpretada de forma amenazante y despectiva; a que la amígdala, nuestro detector de amenazas y peligros, nos haga actuar a través de las hormonas del estrés y que la corteza prefrontal valore e interprete esa amenaza. Son diferentes perspectivas de una misma realidad.

Mente y cuerpo están unidos, la conciencia física es un paso esencial para poder liberarse de las imposiciones y las circunstancias infantiles que nos condicionan. Esa máxima hipocrática “no hay enfermedades sino enfermos” tiene una buena expresión en los resultados de los tratamientos. Los fármacos producen resultados similares en la misma enfermedad, pero si no tienes en cuenta los factores vivenciales y biográficos de cada persona, ese pasado significativo que dejó su impronta seguirá resonando en cada individuo ante las diferentes adversidades del día a día, que lo persiguen con formas ínfimas de lo que causó dolor, de microtraumas, que configuran sus amenazas y temores propagados en lo cotidiano.