viernes, 19 de abril

Ciudad Real

Visita nuestra página en Facebook Síguenos en Twitter Síguenos en Instagram Síguenos en YouTube
Buscar
Logotipo de Ciudad Real Digital

Opinión

El muro de Berlín

Por Fermín Gassol Peco

Imprimir noticia

La ruta que debíamos seguir contemplaba el paso por dos lugares históricos. Desde Núremberg y su palacio de justica donde tuviera lugar el famoso proceso por el que dieron cuenta los sicarios de un loco que los hizo enloquecer también, hasta Berlín, pasando por donde estuvo situada su cancillería, hoy demolida y convertida en un restaurante chino y los restos de su siniestro y tristemente famoso Muro de Berlín.

Para un ciudadrealeño sexagenario como yo, el muro de Berlín siempre fue algo así como un colosal monstruo contemplado en blanco y negro bien a través de fotografías o en televisión, una infamia para la dignidad del hombre y para su libertad. La última imagen mantenida en la retina fue la de su demolición hace ahora treinta años, noviembre del año mil novecientos ochenta y nueve, un hecho que fue contemplado por todo el mundo a través de unas emocionantes imágenes en color y en las que cuan merecido fin para un siniestro asesino, sus restos fueron descuartizados. Del muro quedan hoy algunos restos en pie mejor o peor conservados.

Uno de ellos está cubierto con pintadas ordenadas, emotivas pero que disimulan la frialdad y ferocidad de su pasado y de sus padres ideológicos. Existe luego otro trozo en carne viva y vieja sin restaurar que aún muestra sus impúdicas vergüenzas. Les confieso que al ir acercándome a estos restos ya ulcerados que aún quedan, la sensación que empecé a tener fue la de que iba a tocar a un ser mítico, siempre peligroso aunque lejano, aún vivo, a un ser caliente que todavía late. Quizá fuera por las miradas lacerantes de las fotografías expuestas, allí mismo, de todos los que un día cayeron abatidos por las balas cuando buscaban la libertad intentando saltarlo.

Berlín hoy es una ciudad libre, moderna, dinámica y enormemente verde. Desde la cúpula del parlamento alemán, una genialidad de Norman Foster, obra de arte de la diafanidad, la vista se pierde entre unas enormes masas boscosas y en cuidados jardines en los que las ardillas y la vida corretea sin agobios ni opresiones. Berlín es hoy multicolor. Desde la Puerta de Brandeburgo a la Catedral Vieja ya no quedan restos de un pasado dividido. Atrás quedaron las tristes imágenes de unos edificios grisáceos rodeados por un aire plúmbeo y mortecino con unas calles paseadas por gente más triste todavía y que, por cierto, en dos mil seis fueron recogidas de forma magistral en la película “La vida de los otros”.

Berlín bien vale una visita y una sonrisa, Berlín es insultantemente extensa a la vez que deliciosamente acogedora y bella hoy.