domingo, 18 de mayo

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Opinión

Riesgos de la fama

Por Aurea L. Lamela, psiquiatra

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Foto: centrorodero.es

De la misma manera que la fama se puede subir a la cabeza, puede ocurrir que su pérdida te lleve a los infiernos. Como ejemplo están muchos deportistas de élite que al acabar su carrera nadie se acuerda de ellos y tiene consecuencias devastadoras.

La fama también puede generar vanidad, un engaño que uno no debe hacerse a sí mismo. Aunque no cabe la menor duda de que en nuestra sociedad el reconocimiento es un valor que se desea alcanzar, pero no de cualquier manera. Por ejemplo, los sociólogos Parnaby y Saco consideran que son medios legítimos para conseguir el reconocimiento alguna combinación de esfuerzo personal o trabajo, del mérito o talento especial y del azar o la coyuntura. Además, la fama por definición es excluyente, la popularidad se consigue por cualidades en las que se destaca de forma especial. O sea, es un bien escaso. Se considera que antes había una mayor relación entre mérito y fama, y que actualmente la vía de acceso al reconocimiento es más fácil.

Sin adentrarnos en las formas ilícitas de conseguir la notoriedad, como podría ser convertirse en famoso con actos delictivos llamativos o plagiando obras artísticas, etcétera, en muchas ocasiones si no se alcanza, se intenta estar cerca de ella. A nivel personal ayuda en la propia valoración aumentando la autoestima a través de la meta- identidad, esto es, que te reconozcan valía por proximidad al famoso.

De hecho, es un fenómeno frecuente desear la cercanía del famoso. Muchas veces para ello se recurre al halago, a la alabanza. Se convierte en una especie de relación simbiótica. El famoso necesita que lo halaguen para convencerse de que es cierto que sus cualidades son genuinas, como una especie de refuerzo positivo. Y el admirador necesita al famoso admirado. Sería una valía delegada; no he conseguido el reconocimiento, pero alguien que vale tanto como él admite mis opiniones, mi compañía, etcétera. Es un vínculo asimétrico, que puede complementarse satisfactoriamente para ambas partes.

Todo hasta aquí está dentro de un orden legítimo, comprensible, no dañino y humano. Pero no siempre es así. Si el que logra el reconocimiento se empieza a alejar de los amigos con los que comparte una trayectoria de afecto y amistad, porque no siempre le dicen lo que quiere escuchar, puede ser el comienzo de que algo lo está resolviendo de forma incorrecta, en el sentido de que solo está dispuesto a asumir las cualidades positivas que le atribuyan.

Por tanto la fama y el poder pueden ocasionar sentimientos perniciosos prevalentes que consistan en la necesidad del halago, en fomentar la vanidad.

La fama también puede generar suspicacia por temor de que no los quieran por sí mismos, sino para sacar partido de ellos, por su poder, por sus influencias, etcétera. Esta suspicacia no nace de la nada, muchos aduladores terminan pidiendo favores incómodos o invadiendo sus vidas. Lo que puede suscitar sentimientos de incertidumbre y conducirlos a la soledad, al aislamiento, a no querer saber nada de relaciones.

Además la fama implica sobrecarga por la exposición y juicio continuo al ojo público, que genera estrés y una hiperresponsabilidad de la que muchas veces se termina escapando por la vía evasiva más fácil, la del abuso de alcohol y otras sustancias adictivas.

Todo ello parece conducir irremediablemente al hastío, a la angustia y a depresiones profundas.

Ahora podríamos hablar de los aduladores, personas que suelen merodear alrededor de los famosos. Y la adulación puede ser una forma de mentir. Se pueden diferenciar dos tipos de aduladores mentirosos.

El adulador que usa el halago con plena conciencia de engañar y embaucar al famoso para lograr unos objetivos claros y tangibles en su propio beneficio. Puede llegar a hacerle daño, si no cumple con las expectativas y planes de ascenso social que había puesto en él. Por ejemplo, acosándolo, haciéndole chantaje e incluso intentando suplantarlo. Primero lo difama para acabar con su carrera y luego intenta apropiarse de sus méritos. Los aduladores de este tipo tienen personalidades psicopáticas.

El otro tipo de adulador es el mitómano que se aproxima al afamado con mentiras que él mismo cree para conquistarlo. Es posible que solo pretenda el beneficio de que lo estimen y lo valoren, pero en su ansia de llamar la atención y de conseguir estimación puede llegar a identificarse con el famoso, no tanto para ocupar su lugar, sino para imitarlo y que lo valoren por su representación. Suelen tener personalidades histriónicas.

Cuando estas personas célebres pierden la fama y quedan en el anonimato, pueden sentirse a gusto porque ya lo deseaban. Sin embargo en muchas ocasiones podrán comprobar que sus sospechas sobre algunos halagadores desmedidos eran ciertas y que pretendían aprovecharse de su éxito. En otras, se darán cuenta de que habían sido demasiado bien pensados y se sentirán estafados emocionalmente. Y también se encontrarán con admiradores que halagaban con sinceridad y que permanecen a su lado con afecto. La medida del vacío del anonimato estará relacionada con la identificación que hayan hecho de sí mismos centrada en la fama porque supondrá una mayor pérdida de identidad, y al mismo tiempo se relacionará con el propio engaño de darle rienda suelta a la vanidad.