Opinión
Ennio Morricone está de gira. El próximo mes de mayo actuará en España, Baracaldo y Madrid serán las dos ciudades agraciadas para poder disfrutar en directo de su música. A sus noventa años este compositor romano aún tiene suficiente optimismo, fuerza y lucidez para coger una batuta y dirigir a los doscientos componentes de su orquesta. Con el mismo optimismo que destila al confesar que se trata de la última, pues desde ahora quiere dedicarse a su familia; más vale muy tarde que nunca.
Quien no lo reconozca, bien pudiera confundirlo con el maître de un restaurante romano de Vía Veneto. Su aspecto, enjuto, serio, su gesto casi tan imperturbable como el Eastwood de sus películas, su mirada abstraída que no distante, introvertido y cabal, da la imagen de persona cultivada aunque poco llamativa. Estoy hablando de Ennio Morricone, (Roma1928), legendario compositor, galardonado hace dos años con un Oscar por la película “Los odiosos ocho”( Quentin Tarentino).
Para quien escribe Ennio Morricone es junto a John Williams, y Maurice Jarre uno de los más grandes compositores de bandas sonoras que ha parido madre y creo sin temor a equivocarme el más prolijo. Desde que en mil novecientos sesenta y uno compusiera la banda sonora de “El Federal”, Morricone no ha dejado un solo año de aportar su talento al mundo del séptimo arte. Más de quinientas películas, obras sinfónicas y corales a través de seis decenios con dedicación vocacional por un género en el que ha hecho historia. Sin Ennio, el mundo de la banda sonora quedaría capado de raíz y sin él tampoco podría ser escrita la historia de la música en la segunda mitad del siglo XX.
Siendo joven ya quedé impresionado con sus composiciones para la trilogía “Por un puñado de dólares”, “La muerte tenía un precio”, “El Bueno, el feo y el malo”, en las que junto a las muecas de Eastwood y Volonté son protagonistas de historias espectacularmente resueltas. O “Hasta que llegó su hora” con un diabólico Fonda y una angelical Cardinale y “Agáchate maldito” con el “cínico” Coburn; todas ellas dirigidas por su amigo de la infancia Sergio Leone, constituyen obras maestras del “spaghetti western”.
Más tarde vendrían Malena, Los Intocables de Elliot Ness, El Decamerón, Las Mil y una Noches, Novecento, Los Cuentos de Canterbury, El Clan de los Sicilianos, La Misión, Cinema Paradiso, Sacco y Vanchetti, Átame, La Batalla de Argel, La Herencia Ferramonti, Django Desencadenado, I como Icaro, Los Cañones de San Sebastián, El Serpiente, Teorema, La Clase Obrera va al Paraíso, "La Leyenda del Pianista en el Océano", La luz prodigiosa, "U-Turn". "El Fantasma de la Ópera", etc… son algunos de los más significativos títulos de películas a las que puso música.
Hablar de ellas es hacerlo de directores de la talla de Leone, Berlusconi, Tarantino, Passolini, Stone, Palma, Bolognini, Petri, Pontecorvo, Verneuil, Almodóvar, Hermoso, Montaldo, Tornatore, así hasta completar la lista con más de doscientos directores de muy distinto calibre, que confiaron el éxito de sus cintas a la genialidad de este gigante romano de la música cinematográfica.
Confieso que desde hace años este “santón de las bandas sonoras” está en mi cotidianeidad. Su música acompaña habitualmente mis viajes y los momentos dedicados a escribir.
Y he dejado a propósito para el final la inconmensurable obra “Once Upon a Time in América”, (Erase una vez en América) cómo no, de Sergio Leone. Su banda sonora junto a las de El Padrino y West Side Story (Nino Rota y Leonard Bernstein), dirigidas por Coppola y Wise, constituyen para mis oídos la trilogía del no va más de la música en el cine.
Ennio Morricone en activo con sus noventa años a sus espaldas, es un claro ejemplo de que la vocación consiste en identificar trabajo y vida. Gracias maestro que por tu música, muchos hemos amado y amamos más el cine.