Opinión
Foto: telemetro.com
Cuando tenemos noticias de matanzas homicidas perpetradas por un individuo, siempre nos quedamos consternados. Nadie se explica qué los lleva a proceder de ese modo y la primera explicación que surge es que son enfermos. No es cierto en la gran mayoría de los casos. Saben bien lo que hacen y lo calculan. Suelen estar movidos por resentimientos, por venganza social. Los crímenes del instituto de Columbine, o la reciente masacre en el instituto de Florida son algunos ejemplos.
También cuando detienen a un vecino o conocido porque mantenía una actividad delictiva secreta (por ejemplo, con pornografía infantil), nos impresiona. Mucho más si se dedicaba a matar cada cierto tiempo. Los asesinos en serie asesinan en distintas secuencias, con un período de enfriamiento entre cada crimen. Buscan una gratificación psicológica matando, satisfacen un sentimiento de poder, dentro de unas fantasías rumiativas de dominación y sometimiento. Habitualmente usan un mismo modus operandi y sus víctimas suelen tener alguna característica en común en sexo, fama, desarraigo, prestigio, etcétera.
En el síndrome de Munchausen por poderes, el individuo juega el papel de víctima, presumiendo de cuidar de forma abnegada los padecimientos de seres queridos, a los que les provocan “la enfermedad”. Pueden llegar a causales la muerte y tener diferentes víctimas, por lo se comportan como asesinos en serie.
Ya vemos que los humanos no somos unos seres bondadosos. Cuando se hace ostentación de ello, conviene pensar “cuidado ¿a qué viene todo esto?”. En otras ocasiones se recurre a una “bondad” que se da por sentada. Estoy refiriéndome a los ángeles de la muerte o de la misericordia, un tipo particular de asesino en serie, profesional sanitario, que usa su posición sobre el paciente para satisfacer necesidades de sentir poder y control sobre la vida y la muerte. A diferencia del Munchausen por poderes, no juegan el papel de víctimas altruistas que cuidan, sino de liberadores del sufrimiento conduciendo a la muerte.
Las personas atraídas, de forma anómala, por sentir ese poder sobre la vida, necesitan para realizarse estar cerca de donde pueda estar la muerte; por ello suelen elegir profesiones sanitarias, cuidando enfermos. No quiere decir que los que se dedican a ello tengan esa atracción anómala. El pirómano quiere estar cerca del fuego, ser bombero, y no quiere decir que los bomberos sean pirómanos. A menudo los "ángeles de la muerte” matan a sus pacientes por algún interés o por placer sádico, pero intentan justificarlo alegando que pretenden aliviar la dolencia del paciente.
Es famoso el caso de la enfermera Jane Toppan a finales del siglo XIX. Llegó a admitir que la muerte la excitaba. Suministraba sobredosis de drogas a las víctimas y se echaba en la cama con ellas, cerca de su cuerpo, mientras morían. Se le conocen doce crímenes, aunque se cree que fueron más. Trabajó en el Hospital de Massachusetts con excelentes referencias del hospital anterior. Sus compañeros empezaron a sospechar que aplicaba dosis de más a los pacientes, mientras que la dirección del hospital la tenía en alta estima por la calidad y el esmero de su trabajo. Cuando la investigaron por quejas de sus colegas siempre salió airosa, más segura y reforzada. De tanto ir el cántaro a la fuente, cometió un error y fue despedida. Después empezó a trabajar de enfermera privada. Los asesinatos de Toppan se descubrieron cuando entró en escalada de crímenes con una familia a la que atendía. Primero mató a la madre, de la que era amiga y enfermera. Después a la hija, a su marido y a su otra hija. Todos habían sido atendidos y medicados por Toppan. A posteriori se supo que había matado a su hermana, con la que convivía, poco antes de hacerse enfermera. Tenía una personalidad retorcida que se hacía notable con quienes se interponían en su camino.
Otro caso mundialmente famoso es el del médico inglés Harold Shipman, el "Doctor Muerte", uno de los mayores asesinos en serie de la historia reciente. Mataba a algunos pacientes, haciendo parecer que fallecían por causas naturales. Se cree que asesinó a más de doscientos, un 80 por cien eran mujeres. Solo fue condenado por la muerte de quince. Se suicidó en su celda, ahorcándose. Shipman ejerció la medicina desde 1970 hasta que fue detenido en 1998, cuando tenía su propia clínica y era un miembro prestigioso de la comunidad. Fue denunciado a la policía por una médica que tenía una clínica cercana a la suya. Le había llamado la atención la alta mortalidad de pacientes de Shipman, y que casi todos fueran incinerados. No hubo suficientes pruebas y se cerró la investigación. Pero Shipman mató a tres personas más. La última, Kathleen Grundy, una anciana que murió en casa tras haber sido atendida por el doctor Shipman, quien también firmó su defunción. La hija de la víctima, al enterarse de que su madre la había desheredado dejando toda su sustanciosa herencia a Shipman, lo denunció a la policía. El cuerpo de la anciana fue exhumado, se hizo autopsia y se le encontraron niveles elevados de morfina. Shipman fue detenido y la policía investigó las muertes de otros pacientes suyos. Se encontraron sobredosis de morfina en 15 casos en los que había firmado los certificados de defunción.
En la mayoría de los casos argumentan que asesinan a los pacientes por "piedad"; sin embargo, los fallecidos no siempre son pacientes terminales. Así era el caso del enfermero Richard Angelo, quien inyectaba drogas a sus pacientes hasta ponerlos al borde de la muerte. Los socorría y los "salvaba", para generar admiración. En ocasiones, después de salvarlos, los mataba.
Los ángeles de la muerte son asesinos en serie y, como dice en su libro “Cazadores de humanos”, Elliot Leyton, “tanto los asesinos en serie como los de masas se sienten abrumados por una profunda sensación de exclusión y frustración, convencidos de que por muchas ambiciones que alimenten y por muchos méritos que hagan, no podrán alcanzar el lugar en la sociedad al que aspiran. Todos tienen alguna cuenta que ajustar con la sociedad por agravios reales o imaginarios”. Sea cual sea su reivindicación, en realidad actúan pensando solo en sí mismos; en este caso, para satisfacer un ansia de poder sobre la vida.
Aplicando la teoría de la neutralización de los sociólogos Sykes y Matza, emplean, para mitigar el hecho criminal, la técnica de negación del daño mediante el desarrollo de la defensa del valor “alivio del sufrimiento”. Esto es, pueden matar por sensación de poder, por dinero u otras circunstancias que les acarreen beneficio, pero el ángel de la muerte alegará que ayuda a un enfermo a aliviar su dolor.