jueves, 20 de noviembre

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Opinión

50 AÑOS DE MONARQUÍA PARLAMENTARIA

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Cincuenta años de monarquía parlamentaria y lo que tenemos delante es un sistema que hace aguas por todas partes. Lo que se vendió como la gran solución de estabilidad se ha convertido en un modelo fallido, corroído por la corrupción, los intereses partidistas y unas comunidades autónomas que han disparado el gasto hasta llevar al país a la ruina económica. España funciona hoy como un puzzle mal montado: cada pieza va por su lado, cada comunidad exige más, gasta más y aporta menos a la cohesión nacional.

Lo que debía ser un proyecto común se ha transformado en un mercado persa de privilegios, chiringuitos, duplicidades y derroches. Y para rematar, el independentismo —alimentado durante años con dinero público y concesiones políticas— se ha convertido en el mayor problema territorial y social de nuestro tiempo, una herida abierta que no deja de sangrar porque a algunos les interesa mantenerla viva.

Medio siglo después, el balance es claro: un sistema agotado, hipotecado por sus propios vicios y por la incapacidad de poner orden en un país troceado en diecisiete mini-Estados. España no merece seguir pagando los caprichos y excesos de un modelo político en bancarrota moral y económica. Ya va siendo hora de replantearlo todo con seriedad.

Y mientras tanto, la izquierda sigue con el franquismo en la boca día sí y día también, como si no tuvieran otro argumento al que agarrarse. Sacando tumbas, removiendo el pasado y usando a los muertos como arma política, creyendo que así van a reescribir la historia y ganar una guerra que perdieron hace casi un siglo. Pues no. La perdieron entonces, y no la van a ganar ahora ni a golpe de desenterrar huesos ni de imponer un relato manipulado.

Ese revisionismo constante no construye nada: divide, enfrenta y sirve únicamente para tapar su incapacidad actual. España tiene problemas reales —económicos, sociales, territoriales— y ellos siguen anclados en 1936 porque en el presente no tienen respuestas. El país necesita soluciones, no obsesiones del pasado. Y desde luego, no necesita que se use la historia como arma para justificar el desastre político de hoy.

ENRIQUE R. P