martes, 8 de julio

Ciudad Real

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Opinión

Ciudad Real: El declive de las ciudades invisibles, entre la España vaciada y la España metropolitana.

Por Pedro Martín

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Durante décadas, Ciudad Real fue un nodo esencial en el desarrollo de Castilla-La Mancha y fundamentalmente de la provincia. Sin embargo, hoy la ciudad encarna un fenómeno, que afecta a buena parte del país: lo que se llama la España intermedia, esa franja de ciudades medianas y pequeñas que no son ni la España vaciada ni la España metropolitana. Son territorios que no aparecen en el centro del debate político, que no marcan agenda, pero que viven una transformación profunda. Una transformación que, si no se corrige, conducirá a la decadencia estructural de buena parte del país.

Una ciudad en la sombra

Ciudad Real, como muchas otras capitales de provincia, ya no forma parte de los grandes flujos económicos, culturales o sociales. El dinamismo de décadas atrás ha dado paso a un presente marcado por el envejecimiento demográfico, la emigración constante de jóvenes, la desaparición de la actividad industrial y la progresiva conversión de la ciudad en un territorio de servicios públicos, funcionarios y algo de comercio local. Poco turismo, escasa inversión y una fiscalidad alta completan un círculo vicioso difícil de romper.

El resultado es una ciudad desvitalizada, sin horizonte claro, atrapada en un laberinto del que parece no haber salida. Pero lo más grave no es el deterioro económico, sino la sensación de irrelevancia y resignación, esa idea repetida tantas veces: “Aquí nunca pasa nada”.

El espejismo de la modernidad

Una parte importante de la responsabilidad recae en las élites locales y en los sucesivos gobiernos municipales(PP, PSOE), que han apostado más por la imagen que por el fondo. Se han imitado fórmulas vistosas de otras ciudades como si bastara con parecer modernos para solucionar problemas estructurales.

Este modelo de modernidad superficial, que tanto gusta los políticos provinciales, está carente de contenido productivo, y su resultado es el fracaso. Se ha invertido en edificios sin función, en eventos sin retorno, fomentado aeropuertos sin aviones, o polígonos industriales sin industrias, es decir estética sin economía. Como en tantas ciudades de España, se ha confundido vibración con vitalidad, fachada con desarrollo.

Hoy, Ciudad Real es la imagen de una movilidad social rota, de una clase media urbana que ya no asciende, sino que desciende lentamente, sin que se vislumbre aún el final de la escalera.

Una oportunidad para redefinir el país

Pero no todo está perdido. Ciudad Real —y como tantas otras ciudades de la “España en la que nunca pasa nada”— pueden y deben ser parte del futuro. Pero no desde la imitación ni desde el escaparatismo urbano, sino desde la reconstrucción de una economía productiva, desde el apoyo decidido a nuevas industrias, desde una fiscalidad que incentive en vez de asfixiar, y desde una visión nacional integradora, que entienda que España no puede sostenerse sin sus ciudades intermedias. (España es algo más que Madrid, Barcelona, Valencia, o Málaga).

El futuro aún está por escribir

La herida más profunda no es solo económica: es generacional. Ciudad Real es hoy una ciudad que expulsa a sus jóvenes más preparados. La falta de oportunidades reales, el estancamiento laboral y la nula movilidad social hacen que quien aspira a progresar se vea obligado a marcharse. Cada talento que se va es una inversión perdida, una fractura más en el tejido social, un hilo que se rompe en la red que debería sostener el futuro de esta tierra.

Porque lo que está en juego no es únicamente la recuperación económica, sino la recuperación del pulso vital de la ciudad. Necesitamos que volver a Ciudad Real sea una opción digna, viable, atractiva. Que quien quiera quedarse, pueda hacerlo sin resignarse al estancamiento. Que emprender, innovar o simplemente trabajar con dignidad no sea una excepción sino la norma.

Y eso solo se logrará con una política valiente, que deje atrás la complacencia, que sustituya los adornos vacíos por proyectos sólidos, que reindustrialice con inteligencia, que revitalice el tejido empresarial, que escuche a los jóvenes y no los despida. Hay mucho por hacer, pero también mucho por ganar. Ciudad Real no está condenada a ser una ciudad de paso, una ciudad de fondo, una ciudad invisible.

El camino no será fácil. Pero aún estamos a tiempo de cambiar de rumbo, de dar a estas ciudades intermedias el lugar que merecen, y con ellas, construir una España más equilibrada, más cohesionada y justa. Porque si Ciudad Real despierta, si su gente encuentra motivos para quedarse, para luchar, para volver, entonces esta ciudad dejará de ser invisible, y de estar en la sombra.