Opinión

07/01/2020

La puta droga

Por Fermín Gassol Peco

Sí, la puta droga, que no se sale llamarla de otra forma y así la definen quienes la consumen. Estas líneas están escritas desde la sorpresa y el dolor. Desde una desagradable sorpresa y un profundo dolor. Porque cuando ves que alguien a quien has acogido, con quien has trabajado de una manera seria, firme y cariñosa logrando que remonte su vuelo, ha vuelto a caer…el tuyo también lo hace.

Dolorosas fueron las miradas que nos cruzamos hace un par de días F. y yo. Esta persona querida y rehabilitada, sacada del infame mundo de la esclavitud más perniciosa y con quien me cruzo de manera habitual, siempre acompañado de algún miembro de su familia, estos días de fiesta y de consumo lo han descolocado y derribado.

Una vez más lo afirmo sin ambages, de manera rotunda. La droga, sí, la puta droga es el  problema sanitario y moral más vergonzante de nuestro país como también de cualquier sociedad y civilización que se precie porque es la causante de la destrucción, a menudo irreversible, de aquellas personas, sobre todo jóvenes, que caen en sus crueles y en muchísimas ocasiones mortíferas garras.

Como ciudadano y padre de familia pero también como responsable de una organización que tiene entre sus Programas la ayuda a drogodependientes, quiero dejar constancia una vez más de mi enorme tristeza y preocupación a la vez que impotencia ante un problema de mayúsculo calado, denunciando públicamente una situación de la que desgraciadamente somos testigos a diario, junto con otras organizaciones y asociaciones, y a la que nos enfrentamos como podemos y sabemos para intentar paliarla.

 Personas que llegan completamente destruidas y que en un momento de lucidez, como tuve ocasión de comprobar hace unos días charlando con ellos de manera distendida alrededor de una mesa, hablan sin reservas y al desnudo de “esta puta droga que me está matando pero que me tiene cogido por los huevos”. Familias rotas, arruinadas, desesperadas, viendo que alguno o varios de sus miembros se están autodestruyendo…Un sinfín de historias patéticas, historias de muerte y destrucción en el íntimo mundo de miles de personas, a menudo enredadas más si cabe dentro de los muros de una prisión.

El consumo de drogas está relacionado sin duda con el nivel de desesperanza social pero también con el nivel de degradación moral. Y en medio de estos dos polos, un fuerte, monstruoso y despiadado entramado económico que parece escapar al completo control de las autoridades.

¿Responsables? (Prefiero utilizar este vocablo en lugar del de culpables) todos en mayor o menor medida. Sé sobradamente que atajar un problema de esta magnitud a unas alturas con tantas plumas ya lanzadas al viento y enormes intereses económicos en juego, medio de vida para muchos trapicheros, camellos y demás delincuentes de mucho mayor rango, sin duda que no es nada fácil.

Pero si a esta dificultad añadimos el conformismo, pasotismo, unido a un extraño, patético e hipócrita sentido de la libertad, a una falta de voluntad política basada muchas veces en incalificables y confusos manejos de conceptos basados en mezquinos intereses electorales; unos medios de comunicación dedicados día y noche a tratar los mismos y triviales temas que al ciudadano de a pie lo tienen harto, el horizonte se nos presenta ciertamente descorazonador.

Esta sociedad adormecida, domesticada, incapaz de hacer una auténtica revolución porque se tiene que ir a cenar y después a dormir su conciencia…parece no encontrarse desgraciadamente en condiciones de vislumbrar y reaccionar para establecer la hermosa y ansiada por otra parte, revolución de la ilusión, esperanza y decencia, la revolución que promociona los valores profundamente humanos. Así de triste, pero así de cierto.

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