Opinión
30/03/2019
Foto: guiainfantil.com
Están saliendo a la luz un sinfín de casos de abusos sexuales a menores y mujeres. Los abusos sexuales en Hollywood, en la iglesia católica, las violaciones en grupo que están proliferando, son algunos de los ejemplos recientes. Aunque desde hace un par de años se hable más de ello, sabemos que ya ocurría, pero se ocultaba y encubría de manera deliberada e inconcebible.
Respecto a los menores, hay que recordar que es reciente la consideración de sus derechos y una atención protectora. La infancia era una etapa en la que el menor estaba a expensas de lo que determinasen los adultos, su valor dependía de los recursos que generase a la familia o a la comunidad y se les explotaba con frecuencia. A finales del siglo XIX se empieza a considerar que la infancia es una etapa vulnerable y se toman las primeras medidas de protección a los niños. Aun así, los menores siguen siendo vulnerables. De hecho, el abuso sexual infantil es un fenómeno frecuente. Al menos una de cada cuatro niñas y uno de cada siete niños han sufrido abusos sexuales en España; y en un cuarenta y cuatro por cien de los casos el agresor repite los abusos con el menor. También tiene consecuencias negativas y secuelas para los que lo sufren como depresión, estrés postraumático, ansiedad, trastornos disociativos, etcétera.
Se considera abuso sexual infantil cuando un adulto en sus interacciones con el niño lo utiliza para estimularse sexualmente a sí mismo, al niño o a otra persona. También se considera abuso si la persona que lo comete tiene al menos 16 años y es significativamente mayor que el niño o está en una posición de poder sobre él. El abuso sexual puede ser por contacto directo o a través de exhibicionismo, exponiendo a los niños a material sexual o utilizandolos para hacer pornografía, sexting, etcétera. Esto está en consonancia con la definición que la Asociación Americana de Psiquiatría hace del trastorno de pedofilia, centrado en el perpetrador. Tiene en consideración si esa atracción es exclusiva por los menores; la preferencia por menores de sexo masculino, femenino o ambos; y si se limita o no al incesto.
El abuso sexual infantil puede ocurrir en todo tipo de familias y hogares, tanto que sean estructuradas como desestructuradas, y en cualquier tipo de nivel cultural o económico.
Los datos con los que se cuenta indican que en la mayoría de los casos los abusos son cometidos por personas conocidas (familiares, amigos de la familia, educadores). Las víctimas no lo cuentan en el momento (excepto en un 2% de casos) por angustia, vergüenza y por el chantaje que emplea el abusador para mantener el secreto entre ellos. Si deciden decirlo, es mucho después del suceso, cuando la vergüenza y las secuelas se lo permiten o sienten una imperiosa necesidad de contarlo.
Dadas las circunstancias de que estos abusos los llevan personas del entorno del niño, se hacen a escondidas y que el menor no suele presentar signos de violencia, es importante tener en cuenta indicadores de alarma que sugieren que el menor está sufriendo abusos sexuales.
La evocación de recuerdos que se utilizaba para averiguar si alguien había sufrido abusos está algo desacreditada porque se pueden inducir falsos recuerdos. Pero también existen mecanismos psicológicos como la represión, por el cual se puede expulsar de la conciencia recuerdos de hechos indeseados; y como la disociación, por el que uno se distancia de un hecho traumático que le ocurrió. En estos dos casos suelen recuperarse recuerdos verdaderos.
El agresor sexual es en la inmensa mayoría de los casos un hombre. El perfil de abusador es un varón, educado, agradable, simpático, bien integrado socialmente, e incluso poderoso, que suele estar cercano a la víctima.
Las señales para detectar los abusos sexuales se deben valorar de forma conjunta; una sola no es suficiente para sospechar de abuso sexual, sino la conjunción de una serie de ellas, unidas a cambios en la conducta del menor. Por ejemplo, que el niño empiece a mostrarse más agresivo, más retraído, que baje el rendimiento escolar, que reaparezcan conductas regresivas como orinarse en la cama, que presenten conductas sexualizadas, o estén muy preocupados con los genitales. Pueden tener reacciones desproporcionadas a las circunstancias, volverse más asustadizos y con miedo a quedarse a solas con una persona determinada o que dejen de ir a algún lugar con el que antes no sentían reparos.
Si uno sospecha, se hablará con el niño dándole seguridad de que no va a ser juzgado e indagando sobre si guarda algún secreto que le resulte molesto.
En la película “Spothlight”, ganadora del oscar en 2016, se cuenta la historia del trabajo periodístico de investigación del “Boston globe” en el que destapan casos de pederastia en la iglesia católica que involucraba a toda la institución.
Un documental reciente, Leaving Neverland, sobre Michael Jackson —dos veces acusado de abusos a menores, llegando a un acuerdo económico en un caso y absuelto en el otro— nos cuenta el testimonio de dos de sus víctimas que anteriormente habían testificado a su favor cuando estuvo acusado. En esos dos casos una conjunción completa de señales estaba a la vista. Todo el mundo estuvo ciego, incluidas las familias de esos niños.
©2025 Ciudad Real Digital | www.ciudadrealdigital.es