Opinión

26/01/2019

Factores sociales en la esquizofrenia

Por Aurea L. Lamela, psiquiatra

Foto: app.emaze.com

En las psicosis se produce una ruptura biográfica de la persona a la luz de su propia biografía. La persona deja de ser la que era, hay un antes y un después del brote psicótico. La esquizofrenia es un tipo de psicosis, una de las más graves; es el paradigma de lo que antigua y cotidianamente se llamaba locura.

Esta enfermedad fue descrita por Kraepeling, psiquiatra alemán, a finales del Siglo XIX como Demencia Precoz, término que después es sustituido por el de esquizofrenia, acuñado por Bleuler, psiquiatra suizo. Ambos consideraban que era un trastorno mental con una base orgánica.

Hay que diferenciar dos términos que se suelen confundir: psicótico y psicópata. La diferencia consiste en que los psicóticos durante los episodios de enfermedad están bajo el dominio de los síntomas (voces que amenazan, delirios de persecución) y no son dueños de su voluntad y pueden no distinguir el bien del mal. Mientras que los psicópatas saben diferenciar el bien del mal y no están condicionados por sus síntomas; hacen lo que hacen porque quieren, porque así lo deciden, y carecen de empatía.

Los síntomas de la esquizofrenia son un conjunto variado de alteraciones cognitivas, conductuales y emocionales, sin que ningún síntoma en sí sea definitorio del trastorno. El diagnóstico se basa en un grupo de signos y síntomas asociados que concuerdan, y que aunque puedan variar, porque es un síndrome heterogéneo, se caracterizan por delirios, alucinaciones, presentar un pensamiento o discurso disgregado y una conducta desorganizada. Estos síntomas llevan al sujeto a tener un contacto inadecuado con la realidad. La diferencia con un paciente neurológico que oyese voces es que se asustaría e iría corriendo al médico. Pero el paciente con esquizofrenia que presenta una alucinación tiene el convencimiento de que es cierta y la interpreta partiendo de ese convencimiento. Esto se traduce en una falta de conciencia de enfermedad y por tanto creen que no necesitan tratamiento y no lo quieren.

Hasta hace relativamente poco tampoco existían tratamientos efectivos y los pacientes vivían custodiados y recluidos en centros asilares. Pero en los años 50 del siglo pasado se descubrieron los primeros antipsicóticos con cierta efectividad sobre los síntomas de la esquizofrenia. Paradójicamente el hallazgo de estos fármacos coincide en la misma época con las primeras teorías que atribuían a la familia y a los factores sociales las causas de la enfermedad.

Frieda Fromm Reihman llega a utilizar el término madre esquizofrenógena, una madre ambivalente y fría, como causante de la enfermedad. Bateson de la escuela de Palo Alto atribuye al "doble vínculo", un tipo de comunicación familiar en la que una persona recibe mensajes diferentes y contradictorios, la causa de la esquizofrenia; o el "cisma marital” propuesto por Lidz como el efecto a largo plazo de una situación asimétrica en la pareja que produce dos bandos enfrentados en los que los hijos participan. Estas teorías tendían a culpabilizar y a considerar que las familias eran las causantes de la enfermedad. Sin embargo, estas relaciones no son tanto la causa como la consecuencia. En los años 60 surge el movimiento antipsiquiátrico que llegó a postular que la enfermedad mental no existía, que era un constructo social.

Estas corrientes sociogenéticas de la esquizofrenia no se sostuvieron y dieron paso en los años 70 a la teoría de la vulnerabilidad de Zubin y Spring. Según la cual, la enfermedad aparece en personas vulnerables, genética o biológicamente, por la acción de factores estresantes que la desencadenan. A mayor vulnerabilidad, menos estrés será necesario para que se produzca y viceversa. Los esquizofrénicos son vulnerables al estrés y su control es necesario para reducir las recaídas. Un tipo de estrés familiar es la alta emoción expresada, una comunicación familiar muy crítica, hostil o con sobreimplicación emocional hacia el paciente que propicia sus recaídas, independientemente de otros factores, como duración de la enfermedad, sintomatología e incluso del cumplimiento terapeutico. Es un predictor ambiental de recaída que también puede influir en el abandono del tratamiento, otro factor que condiciona la recaída. La falta de recursos sociales o, aunque los haya, que no generan apoyo social también facilita un mayor número de recaídas. Los factores sociales no generan la enfermedad pero influyen en su curso. Por lo que son importantes las intervenciones terapéuticas socio-familiares para reducir la expresión emocional familiar y medidas que generen apoyo social. El modelo de atención comunitaria en el trastorno mental grave debe facilitar estas medidas para afrontar la enfermedad de forma digna.

También la eficacia de los fármacos trajo consigo que estos enfermos pudieran dejar de vivir de forma custodiada en residencias, y pudieran llevar una vida normalizada en la sociedad libre (lo que es un agente terapeutico más), dejando los internamientos solo para los episodios agudos. Los recientes antipsicóticos, más efectivos y con menos efectos secundarios, mejoraron la calidad de vida de estos pacientes, reducen los abandonos del tratamiento y la estigmatización, lo que a su vez facilita su reinserción social en su medio comunitario.

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