Opinión

25/08/2018

¿Reclusión voluntaria? Síndrome de Hikikomori

Por Aurea L. Lamela, psiquiatra

Foto: psicoactiva.com

Cada día son más frecuentes comportamientos que no parecen propios de los seres humanos porque rechazan el contacto social y somos conocidos como seres sociales. Pero conviene recordar que siempre ha habido personas que por su personalidad o por situaciones que los han superado optan por apartarse y vivir de forma ermitaña.

¿Lo que se conoce como Hikikomori es una forma actual de conducta Ermitaña? Puede ser, pero hay características que puntualizan mejor este fenómeno. El término fue acuñado por el psiquiatra nipón Tamaki Saito en el año 2000, cuando se dio cuenta de la frecuencia con la que muchos adolescentes en su país tendían a apartarse y a rechazar el contacto social de forma voluntaria recluyéndose en su habitación. Hikikomori significa recluirse. Estos adolescentes ya eran tímidos e introvertidos, con pocas relaciones de amistad y por factores diversos llegan a tener una percepción del mundo agresiva y necesitan escapar. Optan por refugiarse en su habitación que se convierte en su único espacio de seguridad. No siempre prescinden del contacto “exterior”, socializador, lo mediatizan con internet, las redes sociales o las videoconsolas. Se atrincheran eludiendo el contacto cara a cara. Así las personas, el mundo, funcionan a la medida que ellos disponen. Conectan o desconectan de acuerdo a su estado de conformidad o debilidad.

Se estima que solo un 10% mantiene el contacto vía internet y que la mayoría son varones.

El aislamiento no responde a una decisión que se toma un día. Es el resultado de un cúmulo de adversidades que los lleva gradualmente a dejar la escuela, a perder interés en sus compañeros, a restringir sus relaciones y a un descuido paulatino de sus obligaciones y ocupaciones. La desgana, la apatía y el temor al mundo exterior desembocan en una necesidad de estar solos en su habitación. Ahí construyen una vida segura y protegida del mundo; sienten dominio y un control férreo sobre lo que puede o no acceder a ellos. Ese refugio ocupa toda su vida y pueden permanecer en este aislamiento años.

La comunicación con su familia también se deteriora, cambian sus horarios, para no coincidir y porque en general es de noche cuando entran en su universo virtual. Esta desconexión con la familia y el deterioro comunicacional puede llegar a producir comportamientos agresivos o amenazantes, si les piden explicaciones o pretenden sacarlos de ese espacio de seguridad.

En Japón hay millones de casos. Se asocia a su cultura, competitiva, y severa; a la presión social hacia la uniformidad y el rechazo a lo diferente. Pero se ha empezado a detectar este fenómeno en el mundo occidental. Su nombre en España es Síndrome de la Puerta cerrada.

Es frecuente que estos jóvenes hayan sufrido acoso escolar, pérdida de amigos significativos, rupturas amorosas o desengaños fuertes; y una comunicación familiar inadecuada, en la que los padres exigen y presionan para que su hijo triunfe, mientras que a la vez casi no los ven ni se comunican con ellos. Es favorecido por las diferentes conjunciones que puedan darse entre todos esos factores. Después la progresiva sustitución del contacto social directo por el virtual, se prolonga y el joven queda a merced de un mundo de ficción, con el que cree protegerse y que produce cambios en su forma de concebir la realidad, con valores diferentes y unas referencias al margen de las establecidas que se sustentan en unas coordenadas cada vez más apartadas de la convivencia ordinaria compartida. Pierden habilidades sociales y termina retroalimentándose todo el proceso.

En Japon afrontan este problema de una forma opuesta a los países occidentales. Consideran que la persona aislada intente superarlo por sí misma, gradualmente, partiendo de que es una fase normal que atraviesan. En los países occidentales los especialistas no se andan con pies de plomo, obligan al joven Hikikomori a salir, e imponen un tratamiento psiquiátrico convencional ante un trastorno mental. El enfoque se centra en reorganizar su relación familiar con estrategias de comunicación, psicoterapia individual, grupos de autoayuda, fármacos e incluso llevando al joven a convivir en una comunidad con otros con su mismo problema. Así fomentan el contacto humano y reaprenden habilidades sociales para lograr la reinserción social.

Tuve la suerte de tener un profesor de psiquiatría que siempre hacía hincapié en que una etiqueta no vale de nada si no la explicas ni la sustentas. Es muy importante describir lo que etiquetas. Si no, puedes quedarte en la superficie de lo que intentas contar, o estar contando una historia equivocada. O que nadie sepa de lo que estás hablando. Si profesionalmente me consultasen por un caso de estas características, ya que el afectado no vendría, tendría que pensar en más posibilidades. Descartar otros cuadros porque el abordaje terapéutico difiere. ¿Se parece este fenómeno a un trastorno agorafóbico, a la fobia social, o a un trastorno de personalidad evitativo? Sí. La diferencia está, sintetizando, en que en el aislamiento del agorafóbico hay miedo a salir por si tiene una crisis de angustia; en una fobia social predominaría el miedo a ser observado o examinado; y en el del evitativo temor al rechazo. En estas tres posibilidades los afectados quieren ser parte integrante de la sociedad, salir y relacionarse como cualquiera.

Se supone que el Hikikomori rechaza la vida social sin que presenten ningún trastorno, ya que sus comportamientos pueden ser explicados por el impacto que sobre ellos tiene la cultura y el ambiente sociofamiliar en que están inmersos. Aun así se debate si hay un trastorno o no. De cualquier forma, presentan sentimientos constantes de inseguridad y rechazo, que refuerzan su aislamiento permanente. Como siempre la primera pregunta a responder es cuánto tiene de voluntaria su auto-reclusión.

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