Opinión

22/02/2018

La convergencia democrática

Por Fermín Gassol Peco

En el sistema democrático de un país se antoja consustancial garantizar el hecho a que ninguna ideología que cuente con partidarios quede excluida del mapa político para que así todos los ciudadanos puedan votarlas, incluidos aquellos movimientos que mantienen un discurso contrario, que esta es una de las mayores grandezas de la democracia.

Esencial también para no llevarse a engaño, saber que cuando una democracia comienza a andar en un país, lo hace en una situación concreta, con un colectivo social determinado que posee distintos niveles culturales y económicos, educado en unas costumbres y hábitos más o menos éticos que responden a comportamientos generalizados y comúnmente aceptados.

Estos cauces de expresión social vienen siendo reflejados de una manera simbólica sobre una virtual línea horizontal en la que aparecen identificadas todas las opciones políticas: Extrema derecha, derecha, centro derecha, centro izquierda, izquierda y extrema izquierda, si bien es verdad que existen hoy grupos que se denominan antisistema a los que es muy difícil ubicar porque no está muy claro a qué sistema se refieren.

Pues bien, parece razonable pensar que esa línea horizontal que representa la disparidad de opiniones, pasado un tiempo de convivencia democrática, debería verse disminuida en longitud; ello significaría que la experiencia habría traído construcciones erigidas en común. Si al contrario, esta línea horizontal permaneciera con la misma longitud o se fuera alargando…ese hecho preocupante respondería a un síntoma inequívoco de mucho no se está haciendo de una manera acertada.

Porque no sería comprensible que en una sociedad verdaderamente democrática, moderna y desarrollada, los intereses y lugares de encuentro lejos de hacerse más comunes, pudieran aparecer cada día más infrecuentes, distantes y endebles. Lo que no parecería lógico es que siendo la democracia  el sistema político con mayor grado de justicia y equidad, a la vez que el más inteligente, la misma bondad que contiene, no sirviera para hacer que esa línea horizontal se viera acortada por ambos lados compartiendo en común una buena parte de las propuestas políticas. Sería el síntoma fenomenal de un gran entendimiento social.

El mayor peligro para una democracia está sin embargo en que la longitud aumente alejándose así de un hipotético centro como encuentro de convergencia de pareceres y conquistas sociales. En este caso la excesiva longitud favorecería la curvatura de esa línea y en consecuencia su más que probable fractura.

Pues bien, a esta paulatina conjunción de programas y sobre todo de comportamientos es a lo que llamo sentido de convergencia, de verticalidad, que no uniformidad democrática, términos que resultan “per se” antitéticos por naturaleza. Considerar que la democracia no solamente supone preocuparse de conservar esa línea horizontal sino también en elevar el tono y las posiciones en las ofertas de los partidos que en ella se encuentran. Porque a la vista está que resulta muy diferente el estilo entre todos los países que se denominan democráticos; unos que tienen construido de manera consensuada una buena parte del edificio social y otros sin embargo que se dedican a derribar casi todo lo no edificado por ellos. Y nosotros…ahí estamos, a caballo de los dos.

 

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