Opinión
20/08/2025
3,6 millones de empleados públicos frente a 3,3 millones de autónomos
En muchos países, quien decide emprender recibe un mínimo de oxígeno para poder crecer. Se entiende que arrancar un proyecto es un proceso lleno de riesgos, incertidumbre y esfuerzo personal. Pero en España, la realidad es radicalmente distinta: el sistema fiscal y burocrático asfixia al autónomo antes incluso de que haya emitido su primera factura.
Una ayuda inicial inexistente
El que empieza de cero en España no recibe ningún respiro. Aunque no ingrese un euro, ya debe pagar:
• Cuota de autónomos.
• IVA trimestral.
• IRPF anticipado.
El Estado trata al recién llegado como si fuera una empresa consolidada. Así, el emprendedor arranca con la soga al cuello desde el día uno. No sorprende que la mortalidad de negocios en los primeros años sea tan elevada: no se construye tejido emprendedor cuando se mata antes de nacer.
Impuestos que ahogan
La carga fiscal es desproporcionada. El IRPF para un autónomo puede alcanzar hasta el 54%, al que se suman IVA, cotizaciones y tasas locales. Un autónomo medio paga entre el 30% y el 44% de sus beneficios netos anuales en impuestos.
En la práctica, esto significa trabajar medio año para el Estado y el otro medio para sobrevivir.
La comparación internacional es demoledora: lo que en otros países es un marco de incentivo, aquí es un castigo a la iniciativa.
Hacienda: más policía que guía
El papel de la Agencia Tributaria tampoco ayuda. Hacienda no se presenta para asesorar ni para acompañar, sino para sancionar. Una fecha olvidada, un formulario mal presentado… y llega la multa.
Si tienes éxito, aumentan las inspecciones y las “visitas oficiales”. El mensaje es claro: prospera, pero te vigilaremos como si fueras sospechoso de un delito. En España, destacar es convertirse en objetivo.
El impuesto por existir
Cuando parece que ya lo has visto todo, aparecen nuevos tributos: el Impuesto de Solidaridad, el de Equidad Intergeneracional, las tasas verdes… El ingenio recaudador no descansa. No se trata de contribuir, sino de exprimir en cada esquina. Lo llaman justicia social, pero para muchos se siente más bien como un saqueo legalizado.
Una mentalidad que penaliza la ambición
El problema no es solo fiscal, sino cultural. En España no se aplaude el esfuerzo: se sospecha de él. Quien tiene un coche de gama alta es inmediatamente juzgado como narcotraficante. Quien trabaja duro para crecer es tachado de “esclavo del dinero”.
La educación financiera es inexistente, la ambición se confunde con avaricia, y el éxito, lejos de inspirar, genera envidia. En este ambiente, crecer se convierte en remar contracorriente hasta que muchos terminan agotados.
Conclusión: un país que empuja al fracaso
España podría ser tierra fértil para emprendedores. Tiene talento, creatividad y capacidad. Pero el marco fiscal, la burocracia y la mentalidad dominante convierten el sueño de emprender en una pesadilla.
Aquí no se trata de ayudar a que florezca el esfuerzo, sino de cobrar por adelantado incluso antes de que exista el fruto. Y en esas condiciones, más que fomentar la iniciativa, se mata de raíz.
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