09/12/2016
-Este festivo lo dedico un poco más al descanso y al solaz con buenos amigos, pues no era cuestión seguir atizándome los maratones cinematográficos de las últimas efemérides. Aún así caen dos clásicos. El primero me remite a un entrañable ciclo dedicado al no menos entrañable payaso –dicho con toda la enorme dignidad y aprecio del término- comediante y showman Danny Kaye, con el que nos obsequiara a muchos TVE la noche de algunos sábados del otoño de 1977. Se trata de la primera versión de LA VIDA SECRETA DE WALTER MITTY (THE SECRET LIFE OF WALTER MITTY):
La segunda dirigida e interpretada por Ben Stiller hace cuatro años resultó aún más brillante.
La aquí referida es mucho más drogodependiente de las muecas, amplio repertorio de gestos faciales, sonidos guturales, onomatopeyas (la del paquete paqueta se queda grabada) y cancioncillas entrecortadas o recitadas de Kaye (que como era habitual en sus trabajos viene manufacturado en una fotografía –del gran profesional Lee Garmes en este caso- de brillantes colorines). Aún así, continúa manteniendo en buena parte todo su encanto. Es un cine caduco que remite a una época mucho más ingenua pero enormemente imaginativa para crear “gags” y situaciones disparatadas, surrealistas. Rezuma ilusión y vitalidad en todo momento. Y al ser una lujosa producción Samuel Goldwyn, vuelven a tener una llamativa presencia sus famosas chicas.
Se centra en las ensoñaciones –que motivan breves y simpáticas parodias de géneros diversos- de un apocado, un infeliz que vive dominado por su posesiva madre, de la cual se evade, tanto de ella como de su grisáceo entorno, imaginando todo tipo de lances en los que él es el héroe. Hasta que se cruza en su camino la resplandeciente y preciosa estrábica Virginia Mayo, la misma que tres veranos después enamoraría al atlético Burt Lancaster de ese clásico imperecedero del género de aventuras titulado EL HALCÓN Y LA FLECHA. Será la responsable de trastocar todos sus esquemas mentales y afectivos.
En su momento cosechó un considerable y justificado éxito, pues su propuesta argumental resultaba graciosa y original, dentro de los cauces estándar de la comedia. Téngase en cuenta que fue dirigida por Norman Z. McLeod, todo un especialista que trabajaría con los mejores comediantes del momento –desde Harold Lloyd hasta los Hermanos Marx, pasando por Bob Hope, W. C. Fields o el grandioso Cary Grant-, alguien al que algún día tendré que volver más detenidamente, pues fue un cineasta que siempre desplegaba talento, ritmo, amenidad, agilidad narrativa y una elogiable capacidad para crear momentos divertidos sin caer en la chabacanería. Al respecto, destaco escenas como la de la entrega del corsé/camisón, la que transcurre en la casa materna durante una tormenta nocturna, el rescate de la amada, la revisión psiquiátrica o la del rescate de la amada secuestrada.
De lo más resultona.
-El segundo fue emitido hace escasas fechas en una de esas sobremesas tan placenteras de 13TV, cadena que junto a la de La Regional, se nutren casi en exclusiva de ese cine que hizo de Hollywood el período más fértil, rutilante y mejor de la historia. En este caso se trata de una producción singular, EL BÁRBARO Y LA GEISHA (THE BARBARIAN AND THE GEISHA):
Qué rapiditas se me pasan sus dos masacradas horas. La programé hace tres temporadas en Los Clásicos del Deicy con muy buena acogida.
Probablemente éste fue uno de los más injustos y sonoros tropezones en la carrera de John Huston. Además, para coronar la catástrofe, el protagonista, John Wayne –menudas dos personalidades antitéticas se juntaron-, descontento con el trabajo del director, remontaría por su cuenta el film rodando escenas adicionales que dicen algunos desequilibraron –yo apenas lo noto- y tergiversaron algunos de sus contenidos (eso sí me casa más), pero ello no rebajó la calidad final de tan singular propuesta.
Ni más ni menos que lo que narra es la crónica, la detallada relación de hechos del asentamiento del primer embajador estadounidense en Japón, un país que todavía no había abandonado sus ancestrales y férreas tradiciones feudales.
Pese a los imponderables expuestos, en lo que a mí respecta siempre se me ha revelado como un trabajo apasionante y atípico, rociado con unas gotas de lirismo amoroso que no le sientan nada mal, y en el que un siempre excelente Wayne confiere de imponente presencia a su personaje. Su historia de amor con Eiko Ando destila sensibilidad, delicadeza.
Una película de gran factura e irresistible encanto. Un título a reivindicar aunque sufriera un sonoro fracaso comercial, como tantos otros títulos en la gloriosa historia del cine norteamericano, LA NOCHE DEL CAZADOR sin ir más lejos.
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