05/03/2016
-Tras regresar feliz de la proyección de ZOOTRÓPOLIS, ya de madrugada me quedo a ver en La Regional un mini clásico del cine fantástico de comienzos de los 50, INVASORES DE MARTE (INVADERS FROM MARS):
Me viene bien para no quedarme frito porque es también cine escapista y de muy breve duración, tan solo 78 minutos.
Antecedente fundacional y –lo reconozco- vetusto del género sci-fi” que, sin embargo, es inevitable que guarde por el mismo una cierta simpatía, pese a lo superado de su obsoleta tecnología y a ese tonillo, entre “camp” y “kitsch”, que hoy en día lo convierten en, prácticamente, una pieza fósil, de museo.
Gozó de un “remake” convenientemente remozado y puesto al día veintitrés años después –en 1986- que, sin embargo, era capaz de conservar en parte ese carácter ingenuo de sueño premonitorio que ya desplegara esta primera salida a pantalla. Su director, Tobe Hooper, gozaba en ese momento de bastante crédito tras haber cosechado un gran éxito comercial y en parte artístico por la excelente POLTERGEIST (FENÓMENOS EXTRAÑOS).
Si se ponen exquisitos o chinchantes, que se pueden poner perfectamente, faltaría más, advertirán mil defectos, desde unos toscos efectos especiales, un candor que saca los colores, planos repetitivos y una situación argumental apenas desarrollada. No mucho tiempo después y en blanco y negro, Don Siegel ampliaría su premisa argumental en esa obra maestra que es y será siempre LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS. Esta sí que no pasa de moda jamás y resulta plenamente vigente (lo he podido constatar no hace mucho).
Mi recomendación, si tienen a bien tenerla en cuenta, es que los más veteranos y adictos al género, se acerquen a esta propuesta de esa guisa pues, con nostalgia, y los más jóvenes, que sean un tanto indulgentes con algunos de quienes pusieran los cimientos de lo que hoy en día son maravillas del fuste de INTERSTELLAR y similares.
Está dirigida por un maestro de la dirección artística, William Cameron Menzies, de ahí que en ese apartado en su momento resultara uno de sus aspectos a tener en cuenta, amén de pionero. Y aunque dirigió tan solo nueve o diez modestas producciones –esta sería la más destacable, precisamente la última en su trayectoria- su verdadero lugar de honor en el cine lo cosecharía como lo primero. Suyo fue el “story board” de LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, del que beberían escrupulosamente todos los directores que pasaron por la mítica producción.
Sean clementes si algún día se topan con ella en alguna televisión o catálogo… si les da la gana, por supuesto.
-Solo dos estrenos este fin de semana, los dos españoles, uno de fuste, el otro muy endeble por muy buenas intenciones que albergue. El primero, CIEN AÑOS DE PERDÓN:
Otra de acción a la manera hollywoodense de lo más competente.
CELDA 211, EL NIÑO, LA ISLA MÍNIMA, EL DESCONOCIDO… Son varias las muestras, espléndidas, de “action movie” de raigambre autóctona y modelo/esquema hollywoodense que están demostrando la capacitación de la industria española para un género, que hace tan solo unos poquitos años, hubiera resultado impensable haber pensado en tales niveles de calidad. Como denominador común de todos estos títulos, salvo LA ISLA MÍNIMA, está la productora gallega Emma Lustres.
Habría que remontarse a los años 60 y al cine de Isasi Isasmendi (ESTAMBUL 65, LAS VEGAS 500 MILLONES), aunque con menor nivel, para poder establecer un relativo cordón umbilical o antecedente. Con el género de terror ha pasado/está pasando tres cuartos de lo mismo.
Es un buen síntoma, aunque siga pensando que nuestro género más exportable, o si prefieren, más localista con dimensión universal, continúa siendo la comedia, desde Pedro Almodóvar o Emilio Martínez Lázaro hasta Alex de la Iglesia, pasando por los recién incorporados Paco León y Javier Ruiz Caldera.
Centrándome ya en CIEN AÑOS DE PERDÓN, tengo que admitir que no participo del entusiasmo de mis colegas de la prensa especializada. Está bien, es una buena película, respetable, eficaz pero no me causa mayores arrebatos. Sin duda, está rodada con oficio y destreza, pero ni la crítica social (uno de esos casos de corruptela que asolan nuestra sociedad, Valencia para más inri es el foco de la misma) tiene excesivo calado, es muy epidérmica, ni el guión me parece ningún logro especial.
Y es que tanto a su director, Daniel Calparsoro, como a Álex de la Iglesia o, sobre todo, a González Iñárritu, u otros varios ejemplos que podría traer a colación, les sucede algo parecido y que ya he apuntado en más de una ocasión a través de mis críticas. Les falta ese punto de pericia, de brillantez para dar ese salto adelante a la hora de plasmar el texto que acompaña a las imágenes, pues la trama, lo que es el argumento, no seré yo quien la cuestione, posee interés de partida. Pero eso para trasladarlo a en pantalla hay que clarificarlo mejor, ser más incisivo, utilizar un lenguaje mucho más esclarecedor y desenvuelto.
Conste en acta que esta vez, creo que por primera vez en su ya nutrida carrera, no lo firma él, sino el francamente talentoso Jorge Guerricaechevarría, el firmante de los talentosos de EL NIÑO, LA COMUNIDAD, CELDA 211, LA COMUNIDAD o PLATILLOS VOLANTES. Pero también el de los decepcionantes FIN, LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI o LOS CRÍMENES DE OXFORD. Suele dar una de cal y otra de arena.
No cuestiono la dinámica y vigorosa la manera que tiene de mover la cámara el barcelonés/donostiarra, un cineasta de potente estilo visual, cuya carrera ha ido oscilando entre lo apreciable (su debut SALTO AL VACÍO, GUERREROS) y la petulancia artística, cuando no lo fallido (A CIEGAS, PASAJES, AUSENTES), o lo discreto (COMBUSTIÓN, INVASOR). Este trabajo es encuadrable en el primer apartado.
Lo que no vuelve a decepcionar, es todo un seguro de vida, es la interpretación del duro Luis Tosar. Él y su colega argentino Rodrigo de la Serna son pura dinamita interpretativa. Resulta un adecuado comparsa Raúl Arévalo, en un rol inusual.
Y sí, la tensión ambiental, la mera acción funcionan a apreciable nivel. Creo que los amantes de la adrenalina contenida, este es su mayor activo, no saldrán defraudados. Merece la pena el visionado.
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