15/11/2019
-El quinto y último estreno del fin de semana me resulta gratificantemente previsible. Vuelven unos amigos estimulantes, graciosos y un tanto entrañables, los de la estupenda PEQUEÑAS MENTIRAS SIN IMPORTANCIA… ahora reciclados en la continuación PEQUEÑAS MENTIRAS PARA ESTAR JUNTOS (NOUS FINIRONS ENSEMBLE):
Esta secuela de la refrescante, vitalista, vivaz y estupenda PEQUEÑAS MENTIRAS IMPORTANCIA, carece de la pegada de su antecesora, aunque he de reconocer que se sigue bien, que ofrece unos cuantos momentos continuadores de la estela de la misma y que se ve, la veo, con agrado. Ni más ni menos.
A caballo entre la ligereza, la comedia generacional y el drama atenuado, rebaja las dosis de “irreverencia”, hondura e inteligencia de aquel primer título. Se deja ir y apuesta con algo de negligencia con lo fundamental ya perfilado anteriormente, tanto en lo referido a sus personajes, como a unas situaciones menos “espontáneas” a las que se ven abocados esos cincuentones en crisis existenciales o, como agudamente certificaba su título, en estado de flagrantes engaños consigo mismos y con los demás.
Disfruto de nuevo, eso sí, con el incuestionable talento de sus intérpretes, especialmente de ese casi sosias de Al Pacino llamado François Cluzet, uno de los actores más conocidos, reconocibles y carismáticos (nunca resulta fácil esta definición) del actual cine francés, el de la segunda década del siglo XXI. Y de una Marion Cotillard de bello y sugerente rostro, casi siempre de lo más camaleónica. No se olvide que es la esposa del eficiente y atractivo director de las dos entregas, Guillaume Canet.
Hubiera sido de desear por su parte un enfoque y actitud menos acomodaticia. Supongo que ha querido ir sobre seguro y explorar el filón, la veta hallada y no arriesgar en exceso, pues la historia me suena esta vez a más cliché y a una serie de excusas argumentales sin demasiado empaque en varias de sus manifestaciones, por ejemplo el episodio de las jovencitas gemelas o el de esa intentona de suicidio.
Al menos tiene la virtud de detenerse con tiempo generoso en cada uno de los componentes de este variopinto grupo.
Su alargado metraje de 135 minutos no va precisamente en su favor, con lo cual una vez más se vuelve a demostrar que todo en la vida acaba dependiendo, pues esta duración que resultaba perfectamente asumible y disfrutable en la primera aparición de las peripecias de estos amigos de los más diversos no lo resulta tanto en esta ocasión.
Seguramente los que vayan aleccionados por el buen recuerdo generado con sus anteriores peripecias puede que sean –ya saben, por aquello de la complicidad.- más condescendientes que quienes se asomen por primera vez al entorno de estos amigos –no deja de volver a ser una oda cotidiana a esto, a la amistad- a los que se adornan o en los que se asoman pespuntes tristes y amargos dentro de sus vidas acomodadas pero con importantes despuntes.
-Mis queridísimos Los Jueves al Cine reciben la tercera gran película española de 2019, tras DOLOR Y GLORIA y MIENTRAS DURE LA GUERRA. Se trata de LA TRINCHERA INFINITA (LA TRINCHERA INFINITA): La respuesta del público vuelve a ser espectacular:
Imagen y sonido adquieren un relieve especial en esta ocasión, pues aquí la forma resulta un eje fundamental del contenido y la sustancia de LA TRINCHERA INFINITA. Sentir la asfixia, el miedo, la incertidumbre, el agobio, de ese topo metido en un agujero casero durante más de treinta años de su vida, supongo que ha sido el objetivo principal, o uno al menos, de sus creadores, ese insólito trío de cineastas vascos –hasta ahora habían dirigido en pareja, turnándose- formado por Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga. Los mismos que estuvieron detrás de las francamente respetables LOREAK (FLORES) y HANDIA (10 premios Goya… aunque no fueran los más “relevantes”, pues todos lo son, claro).
No es menos cierto que a veces se confunde con frecuencia una fotografía oscura con su falta de nitidez, pero incluso la ausencia de ésta en ocasiones –aparte de las condiciones de las pantallas en las que se exhiba- puede estar plenamente justificada, tal como es el caso. Porque de lo que se trata es de mostrar una situación extremadamente opresiva a lo largo del tiempo, la necesidad de huir de la manera más descabellada –a un reducido habitáculo- del hostigamiento y del acorralamientoamiento, de la ejecución en suma, ejemplificado en un vecino que bien representa esas rencillas y ajustes de cuentas que fueron caldo de cultivo importantísimo de aquella Guerra Civil que asoló España y cuyas consecuencias seguimos padeciendo.
Parecen claras esas intenciones de no solo mostrar un retrato físico sino metafórico, sin entorpecerse el uno al otro, lo cual me parece una actitud inteligente por tanto de los profesionales citados anteriormente.
De paso han conseguido llevar a cabo un brillantísimo y personal acercamiento a la Guerra Civil, a la alargada posguerra y al mismo franquismo sin moverse prácticamente de una habitación. Por tanto, dado ese carácter singular, el incómodo emplazamiento de la cámara en un elevado tanto por ciento de su metraje está más que justificado para trasmitir la máxima veracidad de lo que pueda sentir su protagonista, Higinio, un –de nuevo- espléndido Antonio de la Torre. A quien da ajustada réplica la prácticamente no menos abnegada y de otra manera a la de su marido dolorosa, pero sufriente al fin y al cabo, Belén Cuesta, que sorprende por su cambio de registro habitualmente cómico. Demuestra lo que importa, que es una gran actriz por encima de todo, aunque siga manteniendo que reír es muchísimo más difícil que el drama, pero sin quitar jamás mérito a este.
Y es que trata no de mostrar algo aséptico y apacible, sino incómodo, desagradable, molesto, sin que por ello estén exentos en algunos instantes apuntes tiernos, incluso humorísticos. Pequeños alivios dentro de una obra admirablemente desasosegante –el abanico de situaciones que genera su punto de partida es considerable- construida.
Esos títulos explicativos que contrapuntean el relato y el hecho de haber sido rodada en orden cronológico son otros aspectos que acaban por contribuir a su empaque final.
A falta de dos meses para la finalización de 2019, se erige en el tercer vértice de la trilogía que encabeza para este comentarista el ránking de las mejores producciones españolas del año, junto con DOLOR Y GLORIA y MIENTRAS DURE LA GUERRA. También ésta última tratante en el inicio de nuestra fratricida guerra, lo cual demuestra que los temas no son una cuestión de cantidad sino de calidad, aunque a fuer de ser sinceros, no se hayan realizado tantas como se piensan sobre nuestra contienda.
Apostillas:
Volviendo a revisarla por segunda vez en un plazo de dos semanas, reparo en otros aspectos:
-Me gusta mucho la última conversación que tiene Higinio con su hijo ya mayor (espléndida la actuación de Emilio Palacios). Una muestra del carácter ecuánime de la película, aunque lógicamente se posicione.
-También la presencia de un elemento fundamental de la posguerra, la radio. De fondo, algunas de las voces canoras de cada década, desde Imperio Argentina hasta Julio Iglesias, con su ilustrativa LA VIDA SIGUE IGUAL.
-Los adecuados, acertados emplazamientos de cámara trasladan la angustia y asfixia de su protagonista.
-El proceso de envejecimiento de la pareja protagonista está perfectamente logrado. No hacía falta a estas alturas (EL REINO, TARDE PARA LA IRA, QUE DIOS NOS PERDONE, EL AUTOR, LA NOCHE DE 12 AÑOS, GORDOS, LA ISLA MÍNIMA, GRUPO 7), pero supone la consolidación definitiva del malagueño que iba para periodista deportivo Antonio de la Torre. Belén Cuesta, en un registro inhabitual por dramático, está formidable. Hace un magnífico uso de la voz entrecortada.
-Y aunque el sonido directo o la inadecuada falta de dicción han sido un lastre en el cine español, en esta ocasión están bien empleadas, respetando el origen geográfico de los protagonistas.
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