Diario de un Cinéfilo Compulsivo

 

04/02/2016

Miércoles, 3 de febrero

-He perdido la cuenta de las veces que la he visto. La tengo en dvd y blu-ray… y en vhs tenía 2 o 3 copias. Comienzo a pasar canales en la tele y está a punto de comenzar en La Regional. Me vuelvo a quedar hipnotizado y decido verla hasta el final, 140 minutos. Es esa obra maestra, ese western que trasciende géneros, esa inigualable historia romántica, ese manifiesto épico del legendario Séptimo de Caballería titulado MURIERON CON LAS BOTAS PUESTAS:

Esa apostura y sentido del humor de Errol Flynn, esa dulce firmeza de carácter de Olivia de Havilland… La programé el año pasado en mis Clásicos del Deicy y fue todo un éxito. Lo más bonito que me pudieron decir espectadores jóvenes que la veían por primera vez, es que no se podían imaginar que una del Oeste les enganchara tanto. Recupero la crítica escrita para aquélla ocasión.

Según me voy haciendo más jurásico más tengo que tirar de internet para elaborar algunas de mis críticas de clásicos. Pero hoy haré una excepción, me limitaré a apelar exclusivamente a mis recuerdos, a esa memoria que cada vez menos vamos utilizando todos desde que tenemos acceso a google y similares.

Lo primero que me asalta cuando me mencionan este título, MURIERON CON LAS BOTAS PUESTAS (THEY DIED WITH THEIR BOOTS ON), por cierto de lo más sugerente y poético, es un inolvidable pase televisivo de cuando era un crío y su secuencia final, que aunque no voy a desbrozarla, nada descubriría pues es como el Titanic, casi todo el mundo sabe su desenlace. En este caso es el referido a la célebre batalla de Little Big Horn en que el Séptimo de Caballería fuera exterminado por los sioux comandados por Caballo Loco.

Aquella secuencia de resistencia y heroicidad, formando los soldados un círculo para intentar combatir las acometidas de un número ingente de indios, me hizo soñar en su momento con gestas parecidas. Eran otros tiempos, todavía algunos un poco mayores habían padecido las enseñanzas del FEN (Formación del Espíritu Nacional), hoy los chavales con tener el último vídeo juego de moda se darían por más que satisfechos.

Era, es uno de esos momentos gloriosos que nos ha proporcionado el Séptimo Arte a lo largo de su historia, con Errol Flynn encarnando a un general Custer romántico y épico esperando la lanzada final sin arrugarse lo más mínimo.

Años más tarde me enteraría que la visión de este personaje ofrecida por el genial cineasta y narrador Raoul Walsh, no era exactamente fidedigna. ¿Y acaso no da lo mismo si a cambio nos es regalado un espectáculo y cine inmejorable? Quien quiera hechos rigurosos que acuda a la historia, lo cual claro, no es óbice para que si pueden ir ambas cuestiones unidas mejor que mejor.

El Custer aquí propuesto es en todo momento diversión, heroísmo, arrojo, caballerosidad, vehemencia. No concibo uno mejor, ni más lírico, ni más aguerrido, ni más galante. Es el que un niño de 10 años y un hombrecito de 52, como el que esto escribe, siempre preferirá.

En esta película me enteré también que el himno de este regimiento, GARRY OWEN, había surgido en una taberna traído desde la verde Irlanda por un soldado que se había convertido en estadounidense y componente del destacamento. Y que la Guerra de Secesión dividiría a bravos militares de una y otra parte. Esto último está sintetizado en un memorable momento en la que los caballeros del Sur que están en West Point parten con los suyos, tras el estallido del conflicto.

Y es que esto del celuloide, sea más o menos riguroso, enseña historia, geografía,  música y galanterías de una emoción sin par. Como esa despedida entre Flynn y De Havilland, en la que el primero premonitoriamente le espeta a la segunda: “Pasear a su lado por la vida fue muy agradable, señora”.

Luego está Anthony Quinn en una de las primeras apariciones que le recuerde, como el citado Caballo Loco. Mucho tiempo después, en un Festival de San Sebastián, tuve la inmensa suerte de conocerlo y charlar brevemente con él. Era un tipo imponente, muy alto, racial tal  como en sus películas. Tenía 80 años pero yo seguía viendo aquél indio que me había sobresaltado en una maravillosa sobremesa de mis años de iniciación.

El portentoso en su sencillez cineasta Raoul Walsh en la que supondría la primera de sus siete colaboraciones con su actor fetiche, ese individuo mítico del bigote bien cuidado originario de Tasmania, nos regaló una historia memorable, épica, de un ritmo vertiginoso. De las que quedan grabadas a fuego… y ni internet ni nada que se le parezca podrán competir en sensaciones y emoción… por muchos datos que pueda escupir.

Benditas y eternas gracias. Cada vez que la reviso vuelvo a mi patria más duradera, aquella en la que se forjaron mis aficiones y vocaciones más permanentes. Sirvan todas estas paparruchadas como homenaje al Séptimo de Caballería evocado por Ford o por esta legendaria producción de 1941. 

 

-VIDAS SIN BARRERAS (RANCHO DELUXE) pertenece a la decadencia del interesante (ELISA, EL NADADOR, DIARIO DE UNA ESPOSA DESESPERADA, EL VERANO PASADO) cineasta estadounidense Frank Perry, fallecido a la tempranera edad de 65 años. La veo a última hora de la madrugada:

Lo mejor de esta anodina película es su reparto, con un jovencísimo Jeff Bridges, casi recién salido de la extraordinaria THE LAST PICTURE SHOW, mostrando ya sus imponentes dotes interpretativas que le llevarían a ser uno de los mejores actores del cine de los últimos 40 años.

También agradezco la presencia de veteranos secundarios como Slim Pickens o el algo más joven Harry Dean Stanton, uno de los tripulantes de la nave Nostromo de ALIEN. Por cierto, este protagoniza una simpática escena con Bridges echando una partida del incipiente y tosco juego del pong. Sale también Sam Waterston, el amistoso testigo del drama de EL GRAN GATSBY, en la espléndida versión de Jack Clayton con Robert Redford, rodada tan solo un año antes. 

Tanto la historia como la dirección resultan anodinas, pero por aquello de ir completando filmografías, la he aguantado entera. Pero es discreta, sosamente costumbrista respecto a ambientes western contemporáneos. Más bien casi es un anti-western, como certeramente la ha definido Teo Calderón. Suceden pocas cosas y los personajes deambulan sin ton ni son. Ah… y las chicas son muy monas, a falta de papeles de enjundia, salvo el que le cae en gracia a Charlene Dallas, como insospechada pareja de Pickens.

Poco más da de sí, entiendo perfectamente su olvido aunque no sea del todo despreciable. 

-Continúo prestando atención a las tardes clásicas de 13 TVE. Esta vez es el turno de la producción Fox EL LEÓN (THE LION) del fuera previamente excelente director de fotografía Jack Cardiff:

De Cardiff como  responsable en esta segunda faceta es obligado recordar NARCISO NEGRO (le supuso el Oscar), LOS VIKINGOS, GUERRA Y PAZ, LOS VIKINGOS, LA CONDESA DESCALZA, LAS ZAPATILLAS ROJAS, FANNY o LA REINA DE ÁFRICA.

Como director cuenta con una corta pero respetable filmografía compuesta por 14 títulos, de la que recientemente he vuelto a revisar, pasando relativamente bien la prueba del tiempo, LOS INVASORES (VIKINGOS) y ÚLTIMO TREN A KATANGA.

Rodada en resplandeciente cinemascope, algo siempre sufre merma en la pantalla del televisor, aunque cada vez se está afinando más para poder verlas casi como en su formato original, constituye una agradable muestra de aventuras africanas y familiares. Se notan los orígenes de su responsable al mostrar bellos planos de amaneceres en la sabana keniata. La secuencia culminante en su parte final continúa desplegando suficiente fuerza y dramatismo.

Presenta abundante despliegue de fauna autóctona. Tampoco falta la vegetación y algunas costumbres o danzas tribales de las tribus del lugar.

Se rodó el mismo año que HATARI, tres antes que DAKTARI, cuatro antes de NACIDA LIBRE y cinco de EL ÚLTIMO SAFARI, por seguir ciñéndome a otros exponentes del género, unos más adultos, otros, como éste, para todo tipo de espectadores, menudos y talluditos. En la década anterior, la de los 50, se gestaron los dos clásicos imprescindibles del mismo: MOGAMBO de John Ford y LAS MINAS DEL REY SALOMÓN.

Cuenta con un trío interpretativo y una mocosa convincente. Ésta última es la posteriormente sugerente actriz británica Pamela Franklin, vista en A LAS NUEVE CADA NOCHE, A MERCED DEL ODIO, LA NOCHE DEL DÍA SIGUIENTE (con el mismísimo Marlon Brando), LOS MEJORES AÑOS DE MISS BRODIE, LA LEYENDA DE LA CASA DEL INFIERNO o LA HORCA PUEDE ESPERAR, esta una brillante muestra de cine pícaro inglés dirigido por John Huston. 

De los tres protagonistas, William Holden, Capucine y Trevor Howard, queda ya muy poquito que decir. Estamos ante tres primeras espadas. Holden estuvo en lo máximo del  estrellato durante tres décadas seguidas, era un formidable actor… y sex symbol (recuerden PICNIC). A Capucine, modelo antes que actriz, de fascinante belleza y elegancia, siempre la recordaré por, entre otras, haber sido la esposa del inspector Clouseau en la fundacional LA PANTERA ROSA, pareja de John Wayne y Stewart Granger en ALASKA TIERRA DE ORO, la princesa enamorada de Franz Liszt en SUEÑO DE AMOR (este papel fue su presentación en Hollywod y le supuso una nominación al Globo de Oro) o la prostituta de LA GATA NEGRA de Edward Dmytryk. Trevor Howard es uno de esos fabulosos actores ingleses que conferían calidad y prestancia a cualquier producción que contara con ellos, por muy modesta que esta fuera. El mismo año de EL LEÓN sería el déspotico capitán Bligh del fastuoso “remake” de REBELIÓN A BORDO protagonizado por Brando. Ocho años más tarde fue el inolvidable sacerdote irlandés de esa obra maestra que siempre será LA HIJA DE RYAN.

Frases:

“Qué estupendo sabor le saca a la vida” (William Holden)

“Existe un viejo adagio: Si consigues lo que quieres en la vida, prepárate a pagarlo” (Capucine)

 

 

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