La película de la tele

 

Aquellos duros años (1955)

Director: Rudolph Maté

Intérpretes: Tony Curtis, Colleen Miller, Arthur Kennedy, William Demarest, William Gargan, Peter van Eyck, Minor Watson, Donald Randolph, Robert J. Wilke, Trevor Bardette, James Anderson, Robert Foulk, Chubby Johnson, Leigh Snowden, Don Beddoe

Sinopsis: Ben Mattews decide abandonar su azarosa vida de jugador a bordo de un barco para asentarse con su novia Zoe en Galena. Pero, cuando Ben es acusado de un asesinato que no ha cometido, se ve forzado a huir de la ciudad. Al cabo de muchos años, decide regresar para encontrarse con Zoe, pero, sobre todo para encontrar al culpable y limpiar su nombre.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Este lunes 22  de septiembre a las 18:15 h. en CMT.

Alguna vez alguien, yo mismo, tendría que reparar apreciaciones respecto al extraordinario fotógrafo y cineasta estadounidense de origen alemán Rudolph Maté. Veinticuatro películas le avalan en esta segunda faceta. Su “pecado”: hacer cine de género, entretenidísimo, sin pretensiones. Pero qué cine más ágil, dinámico, colorista, trepidante, poético, pictórico y tantos adjetivos más nos, mejor dicho para no herir susceptibilidades, me ha proporcionado siempre.

AQUELLOS DUROS AÑOS (THE RAWHIDE YEARS) es un extraordinario ejemplo de lo anteriormente expuesto. Podrán comprobar que, al igual que otros trabajos suyos, como HORIZONTES AZULES, EL CABALLERO DEL MISSISSIPPI, MILAGRO BAJO LA LLUVIA, ESTACIÓN UNIÓN o prácticamente su filmografía íntegra, no figuran nunca en alguna antología selecta, pero también probablemente, muchos que las hayan visto puede que las recuerden con enorme agrado, simpatía y reconocimiento.

La ligereza narrativa, una característica habitual de su cine, vuelve a hacer aquí acto de presencia de manera muy elogiosa. Y luego está ese tono evocador, con imágenes pareciera que extraídas de esos preciosos libros de estampas del pasado.

Nos cuenta la historia de un jugador de barcaza fluvial, como el inolvidable Tyrone Power de la resplandeciente EL CABALLERO DEL MISSISSIPPI, que es acusado de un asesinato que no ha cometido. Algo así como EL CONDE DE MONTECRISTO trasladado a escenarios del Oeste con el rostro de un juvenil Tony Curtis.

Precisamente Curtis y el gran característico Arthur Kennedy, manejando diestramente el látigo, rivalizan y resultan dos antagonistas de mucha categoría. La chica, Colleen Miller, desprende encanto y belleza.

Una preciosista fotografía de Irving Glassberg y una envolvente banda sonora de Hans J. Salter y Frank Skinner, son importantes elementos técnicos que contribuyen decisivamente a su impoluta manufactura.

Verdadera “delicatesen” con sabor camp.

 

José Luis Vázquez

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