Las películas de mi vida

 

Charada (1963)

Director: Stanley Donen

Intérpretes: Cary Grant, Audrey Hepburn, Walter Matthau, James Coburn, George Kennedy, Ned Glass, Jacques Marin, Paul Bonifas, Thomas Chelimsky

Sinopsis: Tras pasar unas vacaciones en una estación de esquí donde ha conocido a Peter Joshua (Cary Grant), Reggie Lampert (Audrey Hepburn) va a pedir el divorcio a su marido. Pero cuando llega a París descubre que éste ha sido asesinado y su apartamento está vacío. En la embajada americana le informan de que su marido, junto a otros cómplices, habían robado un cuarto de millón de dólares al gobierno de los Estados Unidos. El dinero ha desaparecido y todos creen que lo tiene Reggie. Peter le ofrece su ayuda pero, a medida que los cadáveres aumentan, para Reggie cada vez es más difícil saber en quién puede confiar.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Casi no se puede comenzar mejor y con más expectativas una película. Un tren nocturno que discurre a toda velocidad y un cadáver que es arrojado del mismo. Sus  ruedas por los raíles dan paso a unos fastuosos títulos de crédito y una música instrumental más agresiva que el resto de la película, que augura ritmo y aventuras. Esos títulos constituyen una deliciosa mini pieza maestra que juega con las formas un tanto abstractas, los colores vivos y las tipografías en movimiento, condensan magistralmente la trama laberíntica que se va a contemplar a continuación. Obra de Maurice Binder, el responsable de los de la saga Bond, en concreto del famoso Gun Barrel con el que se daba comienzo a la singladura de la misma.

Así se nos pone en situación por parte de una de las películas más placenteras que recuerdo haber contemplado jamás, experiencia repetida igual de gratificantemente a lo largo de mi ya extensa vida cinéfila.

CHARADA supones muchas cosas y todas ellas generadoras de absoluta felicidad. Una primorosa batuta del elegantísimo, refinado, Stanley Donen. La enésima lección interpretativa de un madurito, sazonado, Cary Grant, que se expresaba bien hasta con el cogote o la barbilla. Audrey, claro, paseando su inconfundible, su inigualable estilazo, vestida de nuevo por Givenchy.

Es también esa Ciudad Luz; ese bateau mouche, ese barco de medianoche recorriendo románticamente el Sena mientras ilumina con sus reflectores a jóvenes parejas de enamorados; una intrincada intriga y rompecabezas de resolución pasmosamente sorprendente y sencilla; una embriagadora música que provoca ensoñación; una historia con inconfundibles aromas “hitchcockianos”… en definitiva, toda una reafirmación en el cine.

A propósito del “mago del suspense”, parece haber quórum al destacarla como la película que mejor ha captado las esencias y el perfume de su estilo.

Inevitable el enganchón con esa chispeante, despistante, graciosa en su sentido más profundo, historia de amor entre Regina Lampert y Peter Joshua. No se puede desplegar más gracia, encanto (o puestos que estamos donde estamos… charme)  y desenvoltura.

El sentido del humor, que no es lo mismo que ser divertido, es fundamental en todo su desarrollo. Lo recorre prácticamente desde su principio hasta su frenético desenlace.

Y vuelvo a retomarla, para mí está, sobre todo, la divina Audrey. Esa criatura humana y celestial a la vez, grácil como una gacela, a la que desde que la descubriera en una pantalla, me he sentido especialmente arrebatado. Una de mis más dichosas obsesiones fílmicas, la mejor. Duchándose, espiando, en la nieve, en barco fluvial, en un entierro, en la situación y el escenario más pinturero que imaginarse puedan, desplegando en todo momento glamour del más auténtico, sin afectación alguna y una fascinación sin igual. Su romance con Grant, pese a la diferencia de edad, veinticinco años de nada, no puede resultar más creíble.

Donen volvería a repetir tándem con la actriz en esa obra maestra de signo opuesto, más bien desencantado, agridulce. Una de las más incisivas, agudas y sutiles reflexiones sobre la ruptura de pareja, titulada DOS EN LA CARRETERA.

Muchos genios del Séptimo Arte se dieron aquí cita. Entre ellos, otra de mis debilidades en su apartado, e músico Henry Mancini. La canción principal que compondría, con coro mixto, volvió a estar nominada al Oscar. Esta vez no lo obtendría, probablemente debido a que había ganado tres estatuillas doradas consecutivas, por DESAYUNO CON DIAMANTES –canción, banda sonora- y DÍAS DE VINO Y ROSAS. Supongo que los académicos pensaron que resultaba ya abusivo… pero se lo hubiera merecido otra vez, vaya que si se lo hubiera merecido.

Jonathan Demme, el de EL SILENCIO DE LOS CORDEROS, perpetró en 2002 una nueva y muy libre versión, LA VERDAD SOBRE CHARLIE que, sin ser desdeñable del todo, palidecía ostentosamente ante este original.

Siempre me invade un estado de catatónica felicidad cada  vez que la reviso, da igual en súper o en minúscula pantalla. 

José Luis Vázquez

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