Director: Robert Siodmak
Intérpretes: Robert Shaw, Mary Ure, Jeffrey Hunter, Ty Hardin, Robert Ryan, Lawrence Tierney, Kieron Moore, Marc Lawrence
Sinopsis: Después de la Guerra de Secesión (1861-1865), George Custer se incorpora al Séptimo de Caballería y tiene una destacada participación en las Guerras Indias. Tras atacar por sorpresa un poblado en plena noche, sus hombres llevan a cabo una matanza. Reclamado en Washington para testificar, acusa de corrupción al Presidente Grant y, a pesar de su popularidad, es relevado de su cargo. Gracias al apoyo del general Sheridan regresa al Oeste, donde encontrará la muerte luchando contra los indios en la batalla de Little Big Horn (1876).
Hay películas de la vida de uno que probablemente no sean perfectas, ni tan siquiera sean las mejores obras de sus directores, ni tengan especial relevancia pero que, por algún extraño motivo, me impactaron en el momento en que las descubrí por primera vez... y aun después. Es lo que me sucedió con LA ÚLTIMA AVENTURA (de Robert Siodmak), una de las primeras que recuerdo haber visto en el entrañable cine de mi pueblo, el del Camba, en Leiro, provincia de Orense, corazón del Ribeiro, cuando despuntaba como niño.
En ese momento me pareció una historia exultante de acción -que lo es-, corta -dura 146 minutos- y que mostraba un héroe de lo más valiente y arrojado, el general George Armstrong Custer. Cuando volví a revisarla ya jovencito, mi perspectiva cambió. Ya no me pareció tan corta, aunque la vi con sumo agrado de un tirón, me di cuenta que había otro tipo de secuencias que no eran puramente las de acción y que resultaba también una crítica a los políticos y a los especuladores de cualquier signo... constituyendo además una desmitificación de un héroe que, en realidad, sin dejar de serlo fue también un genocida.
Curiosamente coincidió más o menos en el tiempo con el descubrimiento de esa "master piece" de Raoul Walsh titulada MURIERON CON LAS BOTAS PUESTAS. Una obra gloriosa, épica, que contaba patrañas y mentiras, sí, que parece ser, pues no soy historiador, que falseaba la historia, pero de tal manera que me era imposible resistirse ante su catarata de imágenes y momentos inolvidables.
Cometí el inevitable error de compararlas y salió perdiendo en ello la película que Siodmak había rodado en España en 1966 en exteriores de Almería, Toledo y Madrid. Afortunadamente, tuve oportunidad de volver a revisarla tiempo más tarde (hace 20 años todo era más complicado, estaba ya el vídeo, pero no se encontraba todo lo que uno quería ver), con la perspectiva que otorga el tiempo, dejando atrás relativamente la juventud y pude verla con ojos muy abiertos. Y con lo que me encontré definitivamente fue con una magnífica propuesta "westerniana" repleta de brío, espectacularidad y sí, desmitificación, pero bien expuesta y muy interesante, sin por ello renunciar igualmente a una saludable épica, traducida pen un descenso en tronco por un caudaloso río, o en la célebre batalla final de Little Big Horn, donde Caballo Loco y las tribus sioux masacraron al General Custer y todo su regimiento.
En ese momento me di perfecta cuenta de las muchas cosas que me gustaban de esta película: la interpretación de Robert Shaw en el rol del mítico General, llena de complejidad y tacto; la belleza de una gélida Mary Ure; las estupendas secuencias en las que los caballistas y extras se lucen ampliamente; en la muy respetable fotografía del español Cecilio Paniagua en cinerama (esto no tan fácil de apreciar hoy en día); en esa perspectiva diferente con que están contados los hechos, parece ser que más próximos a la realidad (yo soy más de leyendas, como proclamaba Ford en su magistral EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE) y en esa fantástica suite que compuso Bernard Segall, con ese tema principal en tono de marcha que nunca me canso de escuchar.
Cuando hace poco un amigo me volvió a recodar esta película y su banda sonora, volví a trasladarme a mi infancia, dónde era capaz de contemplar el cine con una mirada incontaminada, algo que siempre he tratado de preservar, pese a ocasionales caídas en un tramo breve de mi pedante juventud.
Una vez más ello me sirve para proclamar mi agradecimiento infinito a ese cine estadounidense confeccionado por el inmenso talento de profesionales de todo el planeta y que tantas inyecciones de ilusión han aportado a mi existencia.
José Luis Vázquez
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