Las películas de mi vida

 

El padrino (1972)

Director: Francis Ford Coppola

Intérpretes: Marlon Brando, Al Pacino, James Caan, Robert Duvall, Diane Keaton, John Cazale, Talia Shire, Richard Castellano, Sterling Hayden, Gianni Russo, Rudy Bond, John Marley, Richard Conte, Al Lettieri, Abe Vigoda, Franco Citti, Lenny Montana, Al Martino, Joe Spinell, Simonetta Stefanelli, Morgana King, Alex Rocco, John Martino, Salvatore Corsitto

Sinopsis: Años 40. Don Vito Corleone (Marlon Brando) es el respetado y temido jefe de una de las cinco familias de la mafia de Nueva York. Tiene cuatro hijos: una chica, Connie (Talia Shire), y tres varones: el impulsivo Sonny (James Caan), el pusilánime Freddie (John Cazale) y Michael (Al Pacino), que no quiere saber nada de los negocios de su padre. Cuando Corleone, siempre aconsejado por su consejero Tom Hagen (Robert Duvall), se niega a intervenir en el negocio de las drogas, el jefe de otra banda ordena su asesinato. Empieza entonces una violenta y cruenta guerra entre las familias mafiosas.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Supongo que aún no está todo dicho sobre este fresco imprescindible de la cultura del siglo XX, pese a las toneladas de información y comentarios vertidos desde su gestación hace ya más de cuatro décadas, pero les aseguro que yo sí he proclamado –en este caso más que escrito- numerosos comentarios a lo largo de mis añorados programas radiofónicos de las décadas de los 80 y 90 en Antena 3 y Onda Cero sucesivamente.

Poco más puedo añadir, aunque en este momento son ya varias generaciones las que se han ido acercando completamente extasiadas ante su descubrimiento, abducidas ante su contemplación, supongo que como quien ve por primera vez la Capilla Sixtina. Y esta maravilla fue posible sin que todavía existiera ni por lo más remoto efectos digitales por medio que hicieran más explosivas las secuencias de acción. Apelando, principalmente, a un talento descomunal, el del genial Francis Ford Coppola y el de un equipo técnico-artístico insuperable. Y, sobre todo, recurriendo a un texto de enorme calado (según novela exitosa, pero sin especial relevancia de Mario Puzo) y poderío visual. Vamos, a celuloide en estado puro, vaya.

Fue nominada a diez Oscar y obtendría finalmente tres estatuillas en apartados tan fundamentales como mejor película, guion adaptado (del propio Coppola) y actor principal (Marlon Brando).

En la interpretación de este último, estriba una de las varias claves de su maestría y grandeza. Para los anales ha quedado ese imponente, colosal Marlon Brando como Don Vito Corleone, "capo cannoniere" donde los haya. Cuenta la leyenda más o menos pringada de verdad, que en principio no era el elegido y que él mismo se fabricó una grabación en la que se mostraba caracterizado como el temido jefe de las cinco familias mafiosas de Nueva York.

Simboliza la fuerza y el poder de una sociedad corrompida hasta los tuétanos pero que guarda una apasionante, una un tanto peculiar y extraña fidelidad al núcleo familiar. Negocios criminales y lazos consanguíneos unidos en un fascinante maridaje. Sus miembros se hayan imbricados y retroalimentados de manera inevitable, fatalista. La consumación la constituirá la “coronación” de Pacino, en la que la parte diré menos tradicional, más genuinamente norteamericana, encarnada por Diane Keaton, expresa con diáfana claridad las ostensibles diferencias de puntos de vista, éticos y de respeto ante la propia vida.

El testigo de Brando es pues cogido inmejorablemente por un Al Pacino en uno de sus más refulgentes momentos creativos.

Y qué maestría para presentarnos este micro o macrocosmos, según como se quiera interpretar, a través de una boda, tan solo comparable a otra celebración de casi parecidas características, el baile del último gatopardo en la obra homónima de otro italiano ilustre, Luchino Visconti.

Es una película para ver y degustar una y mil veces. No hay estrellas suficientes para calificarla, rebasa cualquier límite.

Luego está esa banda sonora de Nino Rota que acabe de engrandecer el conjunto hasta límites celestiales. Aquí puesta al servicio de una historia que es puro Shakespeare contemporáneo y trasplantado a ambientes mafiosos.

Incomparable obra maestra, que tendría una prolongación a idéntica altura en una segunda parte… e inclusive en la no tan valorada pero, para este menda, la igualmente apasionante tercera. Prolongada en el tiempo, el Vaticano de Marcinkus haría allí su aparición, algo que casi no podía ser de otra manera. 

De obligado conocimiento.

José Luis Vázquez

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