Las películas de mi vida

 

La legión invencible (1949)

Director: John Ford

Intérpretes: John Wayne, Joanne Dru, John Agar, Ben Johnson, Harry Carey Jr., Victor McLaglen, Arthur Shields, George O'Brien, Mildred Natwick

Sinopsis: Las tribus indias planean unirse para una guerra total contra los blancos. Brittles, un veterano capitán de caballería, recibe la orden de evitar las concentraciones de indios, al tiempo que debe escoltar a la esposa y a la sobrina de su comandante. Además, ha de impedir que un traficante venda una partida de armas a los indios. Esta triple misión será la última del capitán antes de su jubilación.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

“Adiós es una palabra que no utilizamos en Caballería. Hasta nuestro próximo puesto, capitán” (Mildred Natwick)

 

Casi literalmente babeo cada vez que me dispongo a enfrentarme al papel digital (o de papel, que todavía continúo sin renunciar a ello) para afrontar una crítica sobre una película del más grande, de John Ford.

LA LEGIÓN INVENCIBLE, o ELLA LLEVABA UNA CINTA AMARILLA en el original (ya saben, las cosas de las traducciones en España), producción de postguerra, es el segundo título de la que sería denominada “Trilogía fordiana”, tres obras grandiosas y relativamente laudatorias sobre su tan querida –y gracias a él, también mía- Caballería estadounidense del siglo XIX. Las tres prácticamente las pariría casi seguidas, en un período de dos años, el comprendido entre 1948 y 1950, siendo las otras dos por orden cronológico, FORT APACHE y RÍO GRANDE. Gustándome por igual las tres, siento una debilidad especial por ésta. Por su poso, su tono crepuscular, de ocaso, de despedida. Por su poética amargura. También por su deslumbrante estilo visual, inspirado en los grabados del legendario Frederick Remington.

Aquí ese láudano, ese legítimo ensalzamiento, esa épica, esa oda de esos profesionales que vigilaban la frontera por una paga de miseria y unas cuantas botellas de whisky, tuvo un revestimiento sobre todo melancólico. Fundamentalmente, a través de esa majestuosa, mayestática, agónica composición que hiciera de su personaje un inmenso John Wayne. Un capitán de caballería a punto de jubilación. Tan solo por el soliloquio que protagoniza junto a la lápida de su esposa mientras riega unas flores, me bastaría para otorgarle la taxativa calificación de mejor actor de la historia.

En esta película está condensado prácticamente todo el mejor Ford o el que más asociamos en primera instancia, desde luego uno de los que más me apasiona, aunque el tremendo cineasta norteamericano, demostraría a lo largo de su carrera ser de poliédricas y múltiples dimensiones, siendo el que más me conmueve el referido a la recta final de su impresionante carrera. Esa que va desde CENTAUROS DEL DESIERTO hasta SIETE MUJERES, pasando por la indispensable EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE.

Y por ese todo, me refiero, entre otros múltiples aspectos a las cargas de la Caballería, al toque de corneta previo, a los combates contra un noble pueblo indio, esas mujeres en los porches, los sargentos borrachines, emotivos bailes de una plástica indefinible, canciones del folklore irlandés, capitanes con enorme sentido del deber, del honor y de la profesión, un humor a prueba de flechas, el inmenso y espectral Monument Valley, columnas de soldados en armónica formación, entrañables secundarios, sentimientos de lealtad y camaradería o la amistad siempre flotando en el ambiente.

De nuevo vuelve a aparecer en todo su esplendor, otra de sus inagotables cualidades, como la caracterización de personajes o la elaboración de cualquier tipo de situaciones a través de detalles cotidianos y aparentemente, tan sólo aparentemente, irrelevantes.

Sublime, colosal, imponente… vuelvo a agotar los adjetivos. Un testamento anticipado sobre la vejez, la soledad y sobre la retirada más digna. 

 

 

José Luis Vázquez

©2025 Ciudad Real Digital | www.ciudadrealdigital.es