Las películas de mi vida

 

Gran Torino (2008)

Director: Clint Eastwood

Intérpretes: Clint Eastwood, Christopher Carley, Bee Vang, Ahney Her, John Carroll Lynch, Cory Hardrict, Brian Haley, Geraldine Hughes, Dreama Walker, Brian Howe, Doua Moua, Sarah Neubauer, Chee Thao, Scott Eastwood

Sinopsis: Walt Kowalski (Clint Eastwood), un veterano de la guerra de Corea (1950-1953), es un obrero jubilado del sector del automóvil que ha enviudado recientemente. Su máxima pasión es cuidar de su más preciado tesoro: un coche Gran Torino de 1972. Es un hombre inflexible y cascarrabias, al que le cuesta trabajo asimilar los cambios que se producen a su alrededor, especialmente la llegada de multitud de inmigrantes asiáticos a su barrio. Sin embargo, las circustancias harán que se vea obligado a replantearse sus ideas.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Pese a estar fechada hace tan sólo siete años, no sé, he perdido la cuenta de cuántas veces he visto esta película de Clint Eastwood que está en mi pelotón de favoritas suyas, lo que ya es estar, porque su cine es tan inmenso, emotivo, sorprendente, clásico y profundo que me resulta muy difícil, casi imposible, elegir un puñado de trabajos. Pero a su lado, se encuentran sin que dude ni una fracción de segundo títulos  como SIN PERDÓN, MILLION DOLLAR BABY, LOS PUENTES DE MADISON, MYSTIC RIVER, CARTAS DESDE IWO JIMA, MEDIANOCHE EN EL JARDÍN DEL BIEN Y DEL MAL, EL JINETE PÁLIDO, BIRD, EL AVENTURERO DE MEDIANOCHE, SULLY o MÁS ALLÁ DE LA VIDA.

Cómo poder explicarles la enorme emoción que me embarga ante ese individuo, Walt Kowalski, veterano de la Guerra de Corea, malhumorado, en el fondo solitario, racista que va cambiando paulatinamente su actitud, girando su punto de vista mientras va comprendiendo y recibiendo el afecto de una joven inmigrante mucho más próxima, más cercana, más cálida que cualquiera de los miembros de su familia. Bien podría ser una versión contemporánea y algo menos virulenta del Ethan Edwards encarnado por John Wayne en esa otra obra mayúscula del monarca Ford, CENTAUROS DEL DESIERTO. Y es que no deja sino de ser una conveniente puesta al día, urbana y moderna, de este género tan genuinamente norteamericano. El caballo es aquí sustituido por un veterano modelo de automóvil de época.

Además, Eastwood en calidad de máximo responsable hace una cabriola de 360 grados y le da la vuelta a ese encanecido y avejentado émulo mayor de Harry el Sucio. Vuelve  a utilizar la violencia, pero ahora no desplegándola él, sino auto inmolándose, para que esos despreciables pandilleros no se vayan tampoco de rositas. De paso, consigue su redención.

Precisamente es en ese su tramo final cuando más sorprende, por ese esperar sus fans más veterano una respuesta al estilo del anteriormente citado Harry Callahan. Pero, definitivamente, Clint se nos ha hecho mayor, más comprensivo, más sabio, lúcido, humano.

La secuencia del funeral, cuando esa amistosa y noble familia asiática, esos hmong abandonados por los norteamericanos en su deambular vietnamita,  viste sus mejores galas para rendir honores y tributo, es de lo más emocionante que he visto en el cine de lo que llevamos de milenio.

Su estructura aparentemente lineal y sencilla es de una considerable complejidad. Y ese título, ese coche que constituye su posesión más preciada, resulta una resplandeciente metáfora del legado paterno, de un tiempo de esplendor y de la esencia más íntima de Walt, esa que hace que lo cuide más que a sus propios y descastados hijos y nietos.

Rodada en tan solo 30 días y con un presupuesto modesto, el estilo del genial californiano había llegado a  tal grado de depuración y maestría, que no necesitaba de despliegues, ni de apabullantes especiales para ir directo a lo más profundo del corazón.

Volvió a conseguir algo que solo los elegidos pueden alcanzar, como es entremezclar crítica, reflexión y épica saliendo no solamente indemne sino inundándonos de afecto y lágrimas a muchos. Su humanidad, su dureza son auténticas, genuinas, no desprenden ni un ápice de impostura, suenan a verdad, a vida, a romanticismo del bueno.

Bendito por siempre, Mr. Eastwood.

 

José Luis Vázquez

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