Estreno en Royal City

 

Yo, Daniel Blake (2016)

Director: Ken Loach

Intérpretes: Hayley Squires, Natalie Ann Jamieson, Dave Johns, Micky McGregor, Colin Coombs, Bryn Jones, Mick Laffey, Dylan McKiernan, John Sumner, Briana Shann, Rob Kirtley

Sinopsis: Por primera vez en su vida, víctima de problemas cardiacos, Daniel Blake, carpintero inglés de 59 años, se ve obligado a acudir a las ayudas sociales. Sin embargo, a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar, la administración le obliga a buscar un empleo si no desea recibir una sanción. En el transcurso de sus citas al "job center", Daniel se cruza con Rachel, una madre soltera de dos niños que tuvo que aceptar un alojamiento a 450 km de su ciudad para evitar que la envíen a un hogar de acogida. Prisioneros de la maraña de aberraciones administrativas actuales de Gran Bretaña, Daniel y Rachel intentarán ayudarse mutuamente.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 4 estrellas

Sube el nivel artístico de esta semana con el estreno de la estremecedora YO, DANIEL (I, DANIEL BLAKE) del incombustible cineasta inglés Ken Loach. Su obra me ha resultado en muchas ocasiones de gran envergadura, incluso espléndida (SÓLO UN BESO, LLOVIENDO PIEDRAS, AGENDA OCULTA, MI NOMBRE ES JOE, LADYBIRD LADYBIRD, RIFF-RAFF, FELICES DIECISÉIS, EN UN MUNDO LIBRE, LA PARTE DE LOS ÁNGELES, BUSCANDO A ERIC), en otras un considerable ladrillazo, plomizo, previsible y un tanto maniquea (LA CUADRILLA, EL VIENTO QUE AGITA LA CEBADA, JIMMY´S HALL, TIERRA Y LIBERTAD), lo que nunca ha dejado de ser en cualquier caso es combativa. YO, DANIEL BLAKE pertenece, afortunadamente, al primer apartado.

Veintiséis años después de alzarse con la Palma de Oro del Festival de Cannes por la que tal vez sea mi película favorita de su filmografía, AGENDA OCULTA, una obra maestra de impecable factura, alejada de algunos de sus “tics”, la menos “manipuladora” en toda su carrera y la más distanciada de cierto sentimentalismo social al que tiende a caer en ocasiones, vuelve a repetir galardón con esta obra. También ha sido reconocida como la favorita del público de la última edición del Festival de San Sebastián.

Cuenta las desventuras de un carpintero en su lucha con la administración británica para conseguir una prestación por incapacidad tras haber sufrido un ataque cardíaco. Esto da pie a su director para elaborar una desgarradora crítica sobre el estado de las cosas, sobre las grietas del sistema. Desde un humanismo social y militante, pone al descubierto la implacable, fría maquinaria burocrática del estado, su insolidaridad, su falta de sensibilidad social. Cierto, que cae en esos brochazos tan caros en su cine en los que, como es el caso, los funcionarios aquí sacados son presentados sesgadamente, sin pizca de corazón. Ni dudo que esto sea así, pero tampoco el que pueda parecerme excesivo.

No se olvide nunca, él jamás lo ha ocultado, su militancia trotskista, algo que no le incapacita para decir verdades como puños o narrar con talento pero que también puede constituir a veces un condicionante.

De hecho, alguno de los pasajes abordados puede resentirse de cierta tosquedad en su exposición, estoy refiriéndome por ejemplo al alusivo a la casa de citas, insertado además de una manera un tanto brusca y cogida por los pelos. O estoy pensando en su excelente y cortante final del que por otro parte no puede obviar que recurre a un sentimentalismo fácil y predecible, algo consustancia a una buena parte de sus trabajos, aún los numerosos que merecen mi aplauso y aprecio.

Pero lo expuesto no invalida el carácter de denuncia sincera, realista, dura con causa, de esa siempre loable y creíble apuesta por conceder voz a los desfavorecidos, a los acorralados, los permanentemente machacados y explotados. Y eso lo consigue habitualmente a través de unos diálogos frescos, que rezuman verdad –debidos a su habitual colaborador Paul Laverty-  y a una dirección de actores precisa, espontánea, que diríase surgida de la vida misma.

Y pese a su didactismo, de lo más evidente en tantas ocasiones, se acaba imponiendo su humanismo social de buena ley, de los que al menos a mí me dejan huella y hasta noqueado.

Aparecen los títulos de créditos finales y no resulta nada cómodo levantarse de la butaca, me quedo un  tanto tocado, ha conseguido pues su objetivo de removerme algo. Cuando salgo al exterior, a la calle, el bullicio de los demás acaba poniéndole cierta sordina a lo visto pero el malestar, el recuerdo lacerante permanece. Y qué duda cabe que en muchos de sus aspectos me ha llegado al alma. Si no fuera por esos trazos ligeramente gruesos de alguna situación o de algunos de los poderes cuestionados, estaría hablando, sin duda de una obra maestra. Es muy buena, no me parece poco precisamente para otra nueva pedrada que alcanza su objetivo en un elevado porcentaje. 

José Luis Vázquez

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