Hace tiempo que detecté que debo tener un sensor, supongo que por el hipotálamo, que me mantiene perfectamente despierto cuando una película merece la pena y que se desactiva, es decir, permite que me invada la mayor de las somnolencias, un reparador sueño, cuando lo que contemplo es un petardo. Es lo que me sucede con MECHANIC RESURRECTION. Y no será porque no haya ruido, estruendo y explosiones por doquier. Pero ahí está uno de sus males mayores, que se queda en puro exhibicionismo pirotécnico, acción disparatada, de una inverosimilitud que no presenta ningún rasgo distintivo, reiterativa y pesada.

Secuela del título homónimo de 2011, una “action movie” de prácticamente idénticas características, pero que estaba dotada de algo más de consistencia, dentro de los parámetros en los que se mueve este tipo concreto de cine: “palomitero”, circense, inclusive brutal en su desparrame de cadáveres, acelerado, que se consume fácilmente y aún más se digiere, que no da que pensar y al que la credibilidad directamente se la trae al fresco.

Sin duda las secuencias de acción están competentemente rodadas, pero a estas alturas y en este caso, no me basta. Lo siento, pero he visto ya demasiadas en idéntica línea, todas parece que fotocopiadas unas de otras, tan solo varía el número de defunciones provocadas.

No me cae mal Jason Statham… pero hasta la fecha sus supuestas virtudes interpretativas resultan monocordes y monolíticas en una única y físicamente exhibicionista dirección.

Lo bueno en esta ocasión es que le acompaña una mujer capaz de provocar terremotos, maremotos y cualquier otro accidente geológico, una como siempre despampanante Jessica Alba (SIN CITY: CIUDAD DEL PECADO, LOS 4 FANTÁSTICOS, EL DEMONIO BAJO LA PIEL). Tampoco su registro se sale de lo ya establecido, pero siempre resulta grato contemplarla.

Poco más da de sí este producto de consumo inmediato y, como en mi caso, expulsión instantánea según van sucediéndose las tarascadas. Y ya saben lo que digo últimamente en estos casos, ni quiero hacerles perder más su tiempo extendiéndome… ni tampoco el mío. Nada más tengo que apostillar.