Consigue mantenerme pegado a la butaca desde el mismo inicio, sin bajar en ningún instante la elevada, por momentos crispante, intensidad dramática y el permanente conflicto moral que sobrevuela sobre las piezas humanas puestas en el tablero.

¿Es justificable la muerte de un civil, una niña en este caso, si con ello se salvan la vida de decenas de civiles? Este interrogante flota en todo momento sobre una historia que transcurre durante unas pocas e intensas horas.

Hasta la fecha, constituye el capítulo más logrado del apartado de esa nueva guerra tecnológica, esa que se puede dirimir a miles de kilómetros del blanco elegido y mediante la simple acción de apretar un botón. No me refiero, claro, a cuestiones nucleares, sino al hecho de abatir a una sola personas para salvar a otras muchas.

La excusa argumental, una célula terrorista localizada en una casa de la ciudad de Nairobi, de la que forma parte una ciudadana británica. Los, nunca mejor dicho, actores de la función, son los pertenecientes a toda una cadena de militares de alta graduación, intermedios, soldados casi rasos, políticos de enjundia, primeros ministros, presidentes de potencias… todos aquellos que se encargan y tienen la responsabilidad de disponer sobre vidas ajenas por el  supuesto bien común.

A propósito de este tapiz formado por esos individuos que toman decisiones, una de las cosas que más me gusta de este apasionante “thriller” militar, verdadera y excelente confluencia de géneros (suspense, drama, bélico, acción), es que todos y cada uno de ellos poseen sus razones, tanto los detractores como quienes autorizan la operación de exterminio.

Hacia el final, uno de los mandos decisivos (perfecto Alan Rickman en la que ha constituido su última interpretación de cuerpo entero para la gran pantalla, pues posteriormente pondría voz a la oruga Absolem en  ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO), ante las objeciones y reproches de una política con escrúpulos, le espeta un rotundo y contundente “Nunca le diga a un soldado que no conoce el precio de la guerra”. A lo largo de esta trama, hay más de este tipo. Desde luego no las interpreto como sentencias, sino como verdades, las de cada uno, como puños.

De ahí que ESPÍAS DESDE EL CIELO, aparte de lo sobresaliente que resulta como entramado de intriga (refleja como pocas lo que suponen los modernos, los más avanzados conflictos bélicos, de modus operandi que nada tienen que ver con los de tiempos nada lejanos y que eran generados simplemente por ejércitos de hombres), tal vez lo que me apasione es los constantes dilemas éticos que plantea. Puede que muchos tengan muy claro lo que harían, pero sobre el tapete logístico y teniendo que tomar decisiones en minutos, no creo que resultaran nada fáciles a casi ninguno de nosotros.

Puedo estar de acuerdo, que para exponer su “discurso” guionista y director tiran de coincidencias y situaciones enroscadas o llevadas al límite, pero me parece legítimo y, lo que es aún más importante, necesario para entender el problema en toda su magnitud, esos focos incendiarios de conciencia.

Junto a Rickman, es imposible no destacar a esa siempre excelente Helen Mirrren, aquí de nuevo en su salsa por tener que pechar con un personaje enérgico, al que dota de la autoridad necesaria, de convicción, de una eficacia tan demoledora como el disparo de un dron. Destacar también la presencia de Barkhad Abdi, aquél fiero pirata somalí de otro título mayúsculo del cine de acción, CAPITÁN PHILLIPS.

Dirige el sudafricano Gavin Hood, flamante Oscar de Hollywood hace once años, dentro del apartado de producción de habla no inglesa, por la sobresaliente TSOTSI. También ha firmado la interesante EXPEDIENTE ANWAR y una aceptable variación sobre los X-Men, con Lobezno de protagonista.

Aquí, en registro opuesto a aquél justamente prestigioso  trabajo, proporciona 100 minutos de tensión creciente y de valiosas reflexiones sobre nuestra propia conciencia, la de cada uno de nosotros.

Magnífica.