Cambio de registro respecto al último trabajo del virtuoso y veterano -82 años- John Boorman, cineasta británico que ha llevado a cabo la mayor parte de su carrera en Hollywood, lugar en el que fabricó los que considero seis de los siete títulos fundamentales de su filmografía: A QUEMARROPA, INFIERNO EN EL PACÍFICO, DELIVERANCE/DEFENSA, EXCALIBUR, LA SELVA ESMERALDA y MÁS ALLÁ DE RANGÚN.

Retoma al chico protagonista –Bill- de uno de sus éxitos más destacados tanto artística como comercialmente, ESPERANZA Y GLORIA (el séptimo de mis favoritos), diez años después de sus correrías, en plena posguerra londinense, justo en el año, 1952, fecha en el que la todavía en activo monarca –la más longeva de las Islas-, Isabel II, alcanzaría la coronación.

Lo que en aquella era penetrante reconstrucción ambiental y anímica, exuberante recreación formal, intensidad dramática, aquí resulta una desvaída, una pálida sombra de ello.

Su mayor problema estriba en la limitación de su propuesta, mucho menos ambiciosa y cuajada que su antecesora, y en confundir acartonamiento de historia/personajes con verdadero y genuino clasicismo, o en su “defecto” academicismo.

Todo se me representa como de muy corto alcance, casi a tono con su planificación discreta y restringida, sin grandes alardes. Indudablemente, el oficio de Boorman saca adelante esta producción y aunque no acabe obteniendo el aprobado, tampoco genera ningún especial rechazo. Resulta tediosa, plúmbea, farragosa, comedida, tampoco sería justo cebarse mucho más. Sus imágenes destilan, indistintamente, pulcritud, asepsia y lo que es peor, sosería.

Por parte de algunos colegas se ha destacado la crítica que lleva a cabo del estamento militar, pero ésta, francamente, me parece pobre, raquítica, apelando a un tono a veces rayano en lo tímidamente bufo al que no le acabo de coger las hechuras ni por supuesto la gracia.

Muy simploncita e irrelevante.