Estreno en Royal City

 

La quimera del oro (1925)

Director: Charles Chaplin

Intérpretes: Charles Chaplin, Mack Swain, Georgia Hale, Tom Murray, Malcom Waite, Henry Bergman, Betty Morrisey

Sinopsis: Chaplin interpreta a un solitario buscador de oro que llega a Alaska, a principios de siglo, en busca de fortuna. Una fuerte tormenta de nieve le llevará a refugiarse en la cabaña de un bandido. En 1942 fue reestrenada en versión sonora.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Si tuviera que elegir una sola película de la filmografía del Chaplin cineasta, sin duda sería esta, junto con LUCES DE LA CIUDAD, por tanto, serían dos. En mi caso tiene su explicación, la segunda pertenece al Chaplin más genuino que no necesariamente al más puro, al más emotivo y sentimental. Esta otra que aquí me ocupa sin dejar de ser también eso, discurre por otros vericuetos menos melodramáticos, aunque no acaben resultando precisamente escasos también estos.

Vericuetos ambientados en plena fiebre del oro en el Klondike, Alaska. Rodada en imponentes escenarios naturales estadounidenses, en la inmensidad helada del Gran Norte, se muestra verdaderamente espectacular en algunas de sus imágenes, sobre todo en aquellas alusivas a interminables hileras de buscadores a la captura de tan preciado, anhelado y codiciado metal.

Constituiría el proyecto más ambicioso hasta ese momento del mítico actor y cineasta. Fueron empleados dos millones de dólares de la época -1925- por parte de United Artists, lo que resultó un presupuesto enorme. Pero están magníficamente empleados y, lo que es más importante, sin traicionar en ningún momento el genio creativo y esos momentos de especial intimidad que sólo él era capaz de concebir. Por supuesto, sin descuidar tampoco su principal seña de identidad, la comicidad más absoluta, teñida en esta ocasión de melancolía y tristeza, algo latente en prácticamente toda su filmografía en lo que a largometrajes se refiere.

De hecho, sería la obra que le catapultaría como algo más que un cómico, como si acaso esto fuera en sí mismo poca cosa. Si me apuran me parece de las cosas más difíciles en esto del arte interpretativo y direccional, ser capaz de provocar risas, carcajadas en los demás.

En cualquier caso, esta vez Chaplin nos sumerge en los gozos y las sombras de su alter ego vagabundo, en sus miserias y en sus casi obligados esplendores por mor de la inercia de los happy end. Oscila en todo momento entre el patetismo y la comicidad.

Prueba de esto es la secuencia del baile de los panecillos o la verdaderamente antológica de esa bota cocida utilizada como exquisito manjar. A idéntica altura la celebración de la Nochevieja en soledad o la de la tormenta nieve. Es como para cogerla cachito a cachito y nada tiene aquí desperdicio.

Comentando soledades, de esta cuestión se inspira precisamente su argumento. Y del hambre (en otra nueva demostración de cómo esto agudiza el ingenio), el frío, el amor, la solidaridad. Al respecto, su relación con el gigantón encarnado por Mack Swain resulta de lo más ilustrativa. Idéntica mención merece su relación amorosa con Georgia Hale.

No me atrevo a hacer excesivas descripciones por todos aquellos que tengan la inmensa dicha de poder descubrirla por primera vez.

Una vez más volvió a ejercer de hombre orquesta absoluto. La escribió, produjo, dirigió e interpretó. Y en todos los terrenos alcanzó la máxima nota, nada más se puede alcanzar. Es de los títulos fundamentales de la historia del Séptimo Arte.

En 1942 fue reestrenada la versión definitiva –aún así acabaría desechando mucho material rodado- que introducía una banda sonora con una narración escrita y leída por el propio autor. Obtendría dos nominaciones a los Oscar de aquél año, sonido y precisamente banda sonora.

Imprescindible.

José Luis Vázquez

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