Estreno en Royal City

 

Timbuktú (2014)

Director: Abderrahmane Sissako

Intérpretes: Abel Jafri, Hichem Yacoubi, Kettly Noël, Pino Desperado, Toulou Kiki, Ibrahim Ahmed, Layla Walet Mohamed, Mehdi A.G. Mohamed, Fatoumata Diawara, Adel Mahmoud Cherif, Salem Dendou, Mamby Kamissoko, Yoro Diakité, Cheik A.G. Emakni, Zikra Oualet Moussa, Weli Cleib

Sinopsis: Año 2012, la ciudad maliense de Tombuctú ha caído en manos de extremistas religiosos. Kidane vive tranquilamente en las dunas con su esposa Satima, su hija Toya e Issam, un niño pastor de 12 años. Pero en la ciudad los habitantes padecen el régimen de terror impuesto por los yihadistas: prohibido escuchar música, reír, fumar e incluso jugar al fútbol. Las mujeres se han convertido en sombras que intentan resistir con dignidad. Cada día, unos tribunales islamistas improvisados lanzan sentencias tan absurdas como trágicas. El caos que reina en Tombuctú no parece afectar a Kidane hasta el día en que accidentalmente mata a Amadou, un pescador que ha acabado con la vida de su vaca favorita. Ahora debe enfrentarse a las leyes impuestas por los ocupantes extranjeros.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 4 estrellas

Esa secuencia inicial de TIMBUKTÚ, una gacela perseguida por cazadores, puede ser perfectamente el distintivo o el emblema del cuarto –el primero estrenado en salas comerciales españolas- largometraje del mauritano Abderrahmane Sissako, para el cual ha contado con el importante apoyo –una vez más- de la industria cinematográfica francesa.

Sissako parece saber perfectamente de lo que habla. Lo hace de manera sutil, realista, pausada pero no por ello menos contundente. Nos habla en primer término de la peor de las barbaries de las que el ser humano es capaz. Del yihadismo campando a sus anchas bajo una apariencia de moderada e hipócrita religiosidad, sometiendo a la población de una localidad de un país cercano al de su autor, el que da título a esto, a la maliense Tombuctú.

La pintura que se nos ofrece no apela a sensacionalismos, ni a rugidos intempestivos, ni a la épica, sino al realismo más atroz (también hay lugar para algún ramalazo poético), al surrealismo trágico, a cierto exotismo visual y ambiental y a la detallada capacidad de observación. Todas las atrocidades van surgiendo sin excesivos estallidos de violencia, casi imperceptiblemente pero de manera noqueadora.

Nadie, salvo hienas como las aquí retratadas y sus correspondientes sicarios, puede asistir indiferente al catálogo de prohibiciones a los que someten a los habitantes del lugar. Desde fumar a tocar instrumentos musicales, desde no permitir que las mujeres vayan con los pies o las manos descubiertas a cantar, tras una hermosa y plácida secuencia previa en la que unos jóvenes desgranan bellos acordes a la luz de la luna o impedir jugar al fútbol. También esta situación provoca uno de los momentos más hermosos y emotivos, con una chavalería haciéndolo sin balón. Inevitable que no venga a la memoria aquél otro glorioso de ALGUIEN VOLÓ SOBRE EL NIDO DEL CUCO, en el que los internos de una residencia psiquiátrica se ponían a aullar con un partido en una televisión apagada por decreto de la hiena regidora de turno.

En contraste, nos es mostrada la vida más o menos bucólica, apacible hasta que se ve alterada por las despreciables alimañas, en comunión con el paraje inhóspito, de una familia de tuaregs. La formada por Kidane, propietario de ganado, su esposa Satima y su preciosa y vivaz hija Toya. También a ellos llegará la alargada sombra de la despreciable, repugnante y diabólica yihad.

Los horrores que desfilan ante la pantalla se concentran en su segunda parte y no están expuestas exhibicionistamente expuestos, sino más bien de manera contenida. Es más, su director, es capaz de desplegar una indudable habilidad a la hora de utilizar la elipsis.

Sin duda, constituye un retrato veraz, todo suena a muy auténtico. También se palpa la indignación, pero desde una toma de posición, dentro de lo que cabe, serena, sin estridencias de ningún tipo, invocando a la razón y a la siempre asombrosa capacidad de resistencia de la que es capaz el ser humano.

Pese a su presupuesto modesto, las imágenes no suenan a expediente étnico y coyuntural sin más. Muestran laboriosidad, profesionalidad, indudable atractivo sin por ello caer en un preciosismo que podría haber distraído de lo principal. El fotógrafo Sofian El Fani, habitual colaborador de Sissako, vuelve a llevar a cabo un trabajo de lo más meritorio y adecuado a la narración.

Aparte del valor en sí mismo, el que debe ser el primer mandamiento de cualquier obra en el ámbito que sea, posee ese otro testimonial, que aunque no nos cuente nada nuevo, el hecho de verlo recreado en una ficción resuelta con indudable destreza, seguramente provocará la buscada indignación del espectador que tenga un mínimo de alma y consideración, indistintamente les guste o aburra más o menos.

Todavía en plena distribución comercial, cuenta ya en su mochila con numerosos reconocimientos: 7 premios César –el Oscar francés- recientemente concedidos, entre ellos el de mejor película, también ha estado nominada a la mejor producción de habla no inglesa en los recién concedidos Oscar o dos premios en el Festival de Cannes. Su corajudo, valiente y capacitado autor los tiene más que merecidos. 

José Luis Vázquez

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