Estreno en Royal City

 

King Kong (1933)

Director: Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack

Intérpretes: Fay Wray, Robert Armstrong, Bruce Cabot, Noble Johnson, James Flavin, Sam Hardy, Frank Reicher

Sinopsis: Un equipo de cine van a rodar una película a la misteriosa isla de Teschio, al este de Sumatra. Allí los recién llegados descubren la existencia de una civilización prehistórica y de una tribu ancestral que secuestra a la atractiva Ann, la actriz protagonista, para ofrecerla en sacrificio ritual a King, un gigantesco gorila.

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Había cumplido ya los 9 años, era una fría noche de enero de 1972, tenía la inmensa fortuna de ser uno de esos niños a los que sus padres dejaban ver las películas que emitía algunas noches la única televisión existente en España. Y si eran con dos rombos, con mayor motivo.

Ya había experimentado la emoción provocada por las películas viendo a edad aún más tempranera algunos de aquellas impagables muestras del mejor cine antañón, desde MURIERON CON LAS BOTAS a M, EL VAMPIRO DE DÜSSELDORF, pasando por SOPA DE GANSO, EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY BALANCE, LA TABERNA DEL IRLANDÉS, JUAN NADIE, LOS COMANCHEROS, EL CAMPEÓN, LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS, HORIZONTES PERDIDOS, JOHNNY GUITAR o tantas otras maravillas de las que me he quedado colgado irremisiblemente para los restos.

Pero de repente llegó el gran gorila y supuso la gran conmoción. Casi a la par, había descubierto en la gran pantalla a PETER PAN, lo que acabaría de  determinar  definitivamente mi gran pasión, chicas aparte. Supongo que las  generaciones veinteañeras y de menor edad de los ipad, whatsapp y tantos otros dioses digitales, virtuales o sociales, contemplarán con risas y burlas esta versión verdaderamente primitiva, pero los niños o jóvenes de entonces éramos todavía demasiado inocentes e impresionables. Necesariamente el paso del tiempo me ha demostrado que no tiene porqué ser una cualidad rechazable, si me apuran todo lo contrario, aunque hasta cierto punto, claro.

No es mi intención soltarles más peroratas del abuelo Cebolleta o sociologías pardas. Estoy para comentarles que aquella primera visión de este título mítico del cine fantástico fue uno de los que me marcó en mis años de formación y disfrute cinematográficos, sobre todo de esto último. Qué pavor tan fascinante me produjo este enorme simio, de hasta 15 metros rezaba la publicidad, visualmente no más de 7, aunque en la imaginación mientras lo contemplabas y te ibas después a dormir pareciea que fuera de más  de 40… por lo menos.

Con los años, con sucesivas revisiones, se acrecentó, se acentuó aún más su estela legendaria y artística. Poco a poco fui consciente del logro que supuso para la época en cuanto a primerizos pero revolucionarios y sensacionales efectos especiales. Por ahí estaba un mago llamado Willis O´Brien, el padre artístico del igualmente imprescindible Ray Harryhausen (aquí ayudante, dando sus primeros pasos) que, vía stop motion o rear projection, lograba poner en pie criaturas y movimientos insospechados, inauditos para la época.

Así es como se construyeron secuencias  que tanto a los espectadores de los años 30 como a ese mozalbete “cuéntame” de los años 70 dejarían embobados. Y esos primeros recuerdos  permanecerán por siempre inalterablemente imborrables. El del reptil y la liana, la primera aparición de Kong, esos marineros cayendo al abismo, la lucha contra el dinosaurio son solo algunos de los innumerables y placenteros con los que sería obsequiado.

También su dirección artística resulta memorable. Ese vapor S. S. Venture, la Isla Calavera (Skull Island), esas gigantescas empalizadas que aíslan a la tribu del enorme monstruo, tras la cual se encuentra el lugar de ofrenda de las víctimas femeninas (siempre les tocaba la china a las mujeres) o ese clímax final en el Empire State. Y ese permanente ruido de tambores en la isla. Por cierto, a título anecdótico informar que los directores, pues dos fueron sus responsables, Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, de esta espectacular y deliciosa propuesta, aparecen en un cameo como piloto y artillero en esa secuencia final.

Indistintamente terrorífica, de suspense o hasta sentimental, de lo más inusualmente violenta para lo que se solía estilar, era además una historia de amor en toda  regla, atípica pero en mayúsculas, y ya no solo por una cuestión del tamaño de uno de los enamorados. Es el cuento de la bella y bestia plasmado inmejorablemente en pantalla. Con las dos siguientes versiones oficiales años más tarde, la de 1976 de John Guillermin y la de 2005 de Peter Jackson, se hizo mucho más patente lo aquí ya esbozado sutilmente, con delicadeza.

Se  asoma a otras propuestas temáticas latentes en todo momento, como esa permanente lucha entre ciudad y naturaleza, entre el mundo supuestamente civilizado y el salvaje, en el que el primero resulta a veces mucho más cruel y especulativo que el segundo, capaz de corromper, de especular con lo más auténtico.

La banda sonora de un  “incipiente” Max Steiner (CASABLANCA, LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ) resulta de lo más adecuada, siempre a tono con los registros anteriormente señalados.

Me da igual como la reciban hoy en día los nuevos espectadores, siempre me parecerá una de las grandes e innovadoras obras del Séptimo Arte, que no ha perdido un ápice de su aura clásica y subyugante.  Y sobre todo, está grabada a fuego vivo en mis primeros y más felices descubrimientos. Y el caso es que 43 años después aquélla ensoñación cinematográfica generadora de excitantes pesadillas se mantiene incólume aún, pese a los lifting mentales y artísticos que uno ha experimentado en todos estos años.

 

José Luis Vázquez

©2025 Ciudad Real Digital | www.ciudadrealdigital.es