Estreno en Royal City

 

Mansiones verdes (1959)

Director: Mel Ferrer

Intérpretes: Audrey Hepburn, Anthony Perkins, Lee J. Cobb, Sessue Hayakawa, Henry Silva, Nehemiah Persoff, Michael Pate, Estelle Hemsley

Sinopsis: Un joven que huye de la revolución en Venezuela se adentra en la selva amazónica, donde conoce a una muchacha salvaje perteneciente a una tribu. Pronto descubre que los miembros del clan quieren matar a la joven porque la consideran un demonio...

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 4 estrellas

Cierto que como se apuntara en el momento de su estreno, 1959, MANSIONES VERDES es una película por momentos indefinida entre el género de aventuras y el romántico. Cierto que sus diálogos resultan en algunos momentos un tanto forzados, que denota un tono altisonante y que muestra falta de tensión dramática. Cierto todo eso y varios reproches más, pero aún así no puedo ni quiero evitar la atracción que me provoca.

Supongo que dos son los motivos principales por los que siempre me ha fascinado: Audrey, siempre Audrey, aquí en plenitud física e interpretativa. Y ese toque delirantemente “kitsch” que me atrapa sin remisión.

Respecto al primer argumento, no puedo evitar mi absoluta incondicionalidad por esa criatura adorable, estilizada, exquisita, esa mujer-niña o niña-mujer que tanta felicidad me ha generado desde una pantalla. Aquí es Rima, una chica-pájaro que vive en un bosque recóndito del Amazonas y se encuentra casi siempre acompañada de un precioso cervatillo llamado Ip, al que acabaría adoptando en la vida real. La primera aparición, que se hace rogar, un tanto espectral reflejándose su rostro en un estanque, me parece fascinante. 

El segundo, ese tono tan poco realista, tan recargado. Esa foresta recreada –canta claramente- en estudio exhala un hechizo especial. Esas nieblas que tanto me recuerdan a la sublime BRIGADOON crean un clima especial. No en vano, Vincente Minnelli, director de esta, iba a ser inicialmente su máximo responsable. Como curiosidad, informarles que las tomas de fondo sin actores fueron llevadas a cabo en Venezuela, Colombia y en la Guayana británica.

Finalmente cogería la batuta el  marido de Audrey, Mel Ferrer, actor cotizado y muy ocasional cineasta. Hay unanimidad en reprocharle su falta de pulso narrativo, un ritmo lánguido, excesivamente plácido. Pero no seré yo el que lo ponga en solfa. No les falta razón a sus detractores pero aún así, aporta un cierto toque climático y cromático al asunto.

Además, parece ser que el trabajo filmado se resarció de unos cuantos remontajes, que acabaron diluyendo parte de su idea inicial, que ya de por sí partía con el inconveniente de tener que adaptar una complicada novela de abundantes ribetes fantásticos, publicada por el ornitólogo inglés William Henry Hudson en 1904.

Su adaptadora, Dorothy Kingsley, especialista en musicales de la productora de esta producción, la Metro Goldwyn Mayer, tal vez vertió exceso de melaza y azúcar sobre una historia que requería algo más de realismo, dramatismo y contención. Tampoco seré yo el que se lo reproche, pues reivindico mi derecho a desbarrar o a tener filias incomprendidas por el resto del mundo.

Quédense por tanto, si así fuera menester, con aspectos más reconocidos unánimemente, con esa visión un tanto embrujadora de la foresta amazónica. Y con un reparto excelente, aunque el co-protagonista, Anthony Perkins muestre exceso de frialdad, hasta para besar a su partenaire. Pero para enmendar la plana, ahí están Lee J. Cobb (LA LEY DEL SILENCIO, LOS HERMANOS KARAMAZOV) como el abuelo de la chica, el siempre torvo Henry Silva (uno de los mejores villanos de la historia) y en un papel excéntrico de jefe de tribu amazónica, Sessue Hayakawa, inolvidable coronel nipón en la celebérrima EL PUENTE SOBRE EL RÍO KWAI.

La artificiosa fotografía de Joseph Ruttenberg y la subyugante banda sonora de Bronislau Kaper, contribuyen a concederle un hálito embrujador.

Y efectivamente, constituyó un fracaso ya desde su inicio, desde que se estrenó en Radio City Music Hall. Lo que comento tantas veces, el paso de los años puede venir en su ayuda. Y ese aliento desaforado hoy puede ser contemplado con reconstituyente indulgencia.

Lo que siempre pervivirá en mi recuerdo es la presencia de mí amada Audrey con ese vestido selvático encarnando a la etérea Rima en esta fantasía romántica, esta delicatessen visual y cuentecito selvático de parafernalia pastelosa pero entornos paradisíacos, perfume embriagador y encanto naif.

 

José Luis Vázquez

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