Director: James Gray
Intérpretes: Marion Cotillard, Joaquin Phoenix, Jeremy Renner, Angela Sarafyan, Antoni Corone, Dylan Hartigan, Dagmara Dominczyk
Sinopsis: En 1921, Ewa y su hermana Magda dejan su Polonia natal y emigran a Nueva York. Cuando llegan a Ellis Island, a Magda, enferma de tuberculosis, la ponen en cuarentena. Ewa, sola y desamparada, cae en manos de Bruno, un rufián sin escrúpulos. Para salvar a su hermana, Ewa está dispuesta a aceptar todos los sacrificios y se entrega resignada a la prostitución. La llegada de Orlando, ilusionista y primo de Bruno, le devuelve la confianza y la esperanza de alcanzar días mejores. Con lo que no cuenta es con los celos de Bruno.
Nueva y brillante incursión en la otra cara del sueño americano, ambientada en esta ocasión en el comienzo de la década de los 20 del pasado siglo, cuando la isla de Ellis era puerta y tránsito obligado para millones de emigrantes que huían de la vieja Europa y de los horrores de sus guerras y entreguerras. Su título original, LA INMIGRANTE, resulta suficientemente esclarecedor.
Constituye el quinto trabajo de James Gray, un apasionante cineasta que no ha dejado de hacer cine clásico desde una perspectiva convenientemente remozada y moderna. Solo cinco películas filmadas desde que debutara en 1994 con CUESTIÓN DE SANGRE (LITTLE ODESSA) y todas ellas estupendas, sobre todo las dos anteriores, LA NOCHE ES NUESTRA y TWO LOVERS.
Ambas protagonizadas por su actor fetiche, el puede que nada cómodo ni agradable Joaquin Phoenix, pero sin duda un extraordinario intérprete. Con la enorme fortuna para muchos de nosotros de contar como partenaire femenino con otra impagable profesional, Marion Cotillard, en una de sus habituales incursiones en el cine norteamericano.
El uno, impecable, como proxeneta rendido a los encantos de esa superviviente polaca encarnada por la francesa. Ésta conmovedora en su recia fragilidad y vulnerabilidad, restaurando el estilo, la manera de hacer, mirar y desplazarse en pantalla de las heroínas del cine mudo melodramático, desde Lillian Gish a Pola Negri, dos referentes por los que su director ha confesado su admiración. Cotillard se muestra conmovedoramente frágil y vulnerable. Hay sinceridad, pureza en su rostro, en sus furtivas lágrimas, pese a las adversidades padecidas por su personaje
El caso es que volviendo a Gray y a su cine, pese a cambiar en esta ocasión de “look”, de género (pasa del habitual thriller o el drama al más asumido melodrama) y hasta de sexo de su principal protagonista (por primera vez una mujer es la que marca el diapasón), vuelve a estar aquí presente algunas constantes habituales, preferentemente una, el abordaje de las relaciones familiares con todos sus vaivenes, vínculos y fuertes lazos. También reincide en situar a Nueva York como centro neurálgico por el que se desenvuelven esas almas desconchadas.
Precisamente en esa ambientación del Lower East Side reside uno de sus mayores logros, en la sordidez ambiental y moral que se respira. Servido por un ritmo calmoso, casi analítico, frio según algunos, pero en cualquier caso adecuado. Esto no es cine de fast food, de comida rápida, sino para saborearlo, para delectarse con el mismo.
La minuciosa, amarillenta, detallista, preciosista fotografía de Darius Khondji que crea una atmósfera degradada, es otro inapreciable soporte técnico para dar cabida a esta áspera, nada complaciente historia de pasiones al límite, triángulos amorosos autodestructivos, proxenetas, supervivencia y penurias migratorias.
Finalmente, para acabar concluyendo con una reflexión no por archisabida igualmente desoladora, confesada por el propio cineasta, todo un rapsoda de seres inadaptados como proclama haberse sentido en muchas ocasiones: y es la de como nuestros sueños y esperanzas chocan una y otra vez con la realidad, con la crueldad de la vida.
Y si su prólogo resulta ejemplar, estén atentos a su sobrecogedor, sin dejar de ser artísticamente bello, plano final.
José Luis Vázquez
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