Sí, sí, todos utilizamos la misma referencia, resulta evidente, AL FILO DEL MAÑANA (EDGE OF TOMORROW, válida traducción, menos mal) es el DÍA DE LA MARMOTA, o sea ATRAPADO EN EL TIEMPO, en versión futurista apocalíptica. Hasta ahí todos de acuerdo. La disensión puede venir a partir de esa unanimidad.

Lo que a mí me sucede con esta producción estadounidense, el mayor “inconveniente” que le encuentro es que lo que en esa obra maestra de Harold Ramis es constante ingenio, considerable sentido del humor e in crescendo emocional, aquí a media función me resulta mecánica perezosa,  reiterativa y machacona de un filón demasiadas veces horadado, hasta percibo en algún momento un leve tufillo de videojuego de quita y pon referido principalmete a cierta planificación y ritmo.

Llegado un momento, no hay límite, no hay control, no hay medida o acotación, pues el bucle espacio-temporal podría durar todo lo que les hubiera dado la gana a sus creadores, unas horas más, un día o todo un mes. Es la cualidad de saber cortar adecuadamente o ser sintético en lo fundamental.

Y si en la  protagonizada por Bill Murray encuentro una sustancia dramática con una progresión magistral, aquí al final parece haberse dejado llevar por la acumulación, provocándome cierto  cansancio ante la continua repetición… que no proclamo que no tenga que ser inevitable para la conclusión, sino que se hubiera insertado sin tanta reiteración o con una mayor variedad tonal. Y es que al final –nada desvelo- no acabo contagiarme de ese parece que inevitable signo fatalista del héroe, ni de su historia de acercamiento emocional hacia su partenaire.

Esta larguísima conclusión –podría dar por finalizada la crítica, pero sería injusto- que entiendo pudieran pensar que es un tanto dinamitera, no es óbice para que disfrute moderadamente de un buen y holgado espectáculo en el que los efectos especiales no aturden y hasta hay tiempo para destacar cierta curiosidad argumental, al sernos presentado el envés de un individuo –por ser suave- carente de determinación, o hablando más en plata, con inequívocos visos de cobardía.

Tampoco desentona en absoluto, más bien lo contrario, la enérgica pareja interpretativa. Pese a que el guión no apure más su relación, y ya no me refiero únicamente a la estrictamente sentimental sino al contraste de personalidades, tanto Tom Cruise como la ya consolidada Emily Blunt rayan a considerable altura. Crean dos personajes con interés y garra.

Por supuesto, es divertida, entretenida también, tiene su puntito atrevido en algunos detalles, como mostrarnos a un Cruise nada épico inicialmente, y su factura es respetable. Pero, definitivamente, le falta haberse sacudido un poco más, como los chuchos cuando salen del agua, una fórmula varias veces llevada a la gran pantalla. Por otra parte, el desenlace no es como para tirar cohetes. Y tampoco le hubiera venido mal una rebaja de continuados y supuestos golpes de efecto. Cualquiera de los grandes maestros clásicos del  pasado la hubieran sintetizado mucho más.

Se deja ver con cierto agrado.