Ya sé que las comparaciones son odiosas, lo tengo muy claro, pero también que son inevitables. Veo EL MAYORDOMO después de haber asistido hace unos días a una de las sensaciones de los últimos tiempos, GRAVITY, y nada más haber salido de la proyección de la angustiosa y extraordinaria PRISIONEROS. Inevitablemente, el calado no es el mismo que sin estos antecedentes. Eso sí, admito que la calificación otorgada igual está un punto por encima porque soy muy sentimental con este tipo de producciones.  

¿Y a qué tipo me refiero, puede que se pregunten? Pues a esas típicas biopic americanas de vidas ejemplares pero con piedras en el camino, hagiográficas,  a esas películas-río tan características de la industria estadounidense y que me suelen gustar tanto, a un género de épica de emociones que me resulta tan saludable, a historias de buenos sentimientos y melaza que pueden restallarnos tantas heridas acumuladas, al más gratificante de los registros “ingenuistas”.  

Todo ello para contarnos la historia de Cecil Gaines (un convincente Forest Whitaker), el mayordomo jefe de la Casa Blanca durante el mandato de ocho presidentes. Un testigo de primera línea de todos los grandes hechos acaecidos en su país y en el mundo en el fundamental período de la segunda mitad del siglo XX.  

Me apuntaba una buena amiga y aplicada estudiante de Audiovisuales, Marta Corral, devota de FORREST GUMP, que esta película le recordaba en cuanto a su estructura narrativa a la obra maestra de Robert Zemeckis. Creo que hay bastante de cierta en esa aseveración, algo en lo que además están de acuerdo varios colegas. Solo que lo que allí era fina ironía, gran espectáculo de división de honor, aquí en algún momento se queda en relato “ternurista” y ligeramente sensiblero.  

Aún con ello y aunque su recorrido de los Derechos Civiles de la comunidad afroamericana es un tanto obvio, elemental, poco aporta, debo reconocer que disfruto como un bendito. ¿Y por qué lo hago? Pues porque pese a lo expuesto el director Lee Daniels vuelve a recuperar el pulso de su antepenúltima obra, la dura y machacona PRECIOUS, vuelve a escrutar hábilmente con su cámara rostros y situaciones familiares dolorosas. Porque, y esto es muy personal, tengo dentro de mí cierta alma made in USA por la indudable contaminación de sus productos y sus película. Porque son todo unos profesionales a la hora de contar este tipo de historias y atacar nuestras más débiles líneas de flotación.  

También porque es un gustazo asistir al desfile de grandes rostros de la pantalla en cometidos secundarios pero de lo más sabrosos, sobre todo toda esa ristra de presidentes encarnados con acierto y reconstituyente ironía por actores tan estupendos como Alan Rickman (un impagable Ronald Reagan), John Cusack (un inquietante Richard Nixon), James Marsden (un de manual John F. Kennedy) o Robin Williams (un peculiarísimo Dwight D. Eisenhower). A destacar igualmente sustanciosas aportaciones femeninas de Vanessa Redgrave o una impagable Jane Fonda como Nancy Reagan.  

Pero aparte, el reparto exclusivamente afroamericano es de alto voltaje, pues al citado Whitaker añadan a la mediática Oprah Winfrey (como su esposa), a Terrence Howard (como Terrence, el padre al que secuestran una de las niñas en PRISIONEROS), Cuba Gooding Jr. (Carter Wilson) o una irreconocible Mariah Carey (como la madre esclava Hattie Pearl).  

Posee suficientes y legítimos momentos conmovedores y es reconfortante para el alma. Francamente bonita.