Director: William Wyler
Intérpretes: Bette Davis, Henry Fonda, George Brent, Margaret Lindsay, Donald Crisp, Fay Bainter, Richard Cromwell, Henry O'Neill, Spring Byington
Sinopsis: Julie Marsden y su prometido parecen destinados a no compartir sus vidas. Las continuas exigencias y desaires de ella terminan alejando de su lado al hombre que verdaderamente ama. Cuando éste regresa a la ciudad después de un viaje, lo hace acompañado de su nueva esposa. Julie, destrozada, intentará acabar con ese matrimonio.
De espíritu y rodaje tan azaroso, como su réplica, o contrarréplica, LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ, esta producción Warner Bros de 1938 ha adquirido por derecho propio su condición de mítica.
Constituyó el resurgir de una actriz como no ha habido otra igual, imponente, arrasa pantallas, la mala malísima y lo que se terciara Bette Davis. Pues, aunque a la sazón era una de las estrellas más refulgentes y respetadas del mundillo hollywoodense, hasta había obtenido un Oscar tres años antes por PELIGROSA, llevaba unos cuantos títulos en los que no estaba acertando en la diana de la taquilla. Así que esta obra representada en Broadway a mediados de los 30 por Miriam Hopkins fue todo un regalo caído de los escenarios.
JEZABEL es un melodrama sureño de los que se hacían con escuadra, cartabón, arte y precisión en aquélla época dorada. Su acción transcurre poco antes del inicio de la Guerra de Secesión. Fundamentalmente, trata de reflejar una aristocracia sureña, la de Nueva Orleans, mucho más inmovilista y oscurantista que la más idealizada de LO QUE EL VIENTO… En ella emerge Julie Marston, encarnada inmejorablemente por Davis, una aristócrata casquivana, una mujer rebelde sí, pero también posesiva, perversa y dominante, un tanto menos glamurosa que Escarlata O´Hara, por cierto, para cuyo papel había sido una de las candidatas primeras. Tengan en cuenta que en la Biblia el nombre de esta mujer evoca maldad.
La secuencia que mejor refleja el enfrentamiento de este personaje con esa sociedad almidonada, se establece en la secuencia culminante, la del baile de debutantes en el Olympus, en la que desafía a todos llevando un traje de color rojo escarlata (una pequeña venganza) en lugar del establecido, convencional y virginal blanco.
Fue la primera de las tres películas que la actriz de los ojos saltones, más bien fulminadores, hizo con su ocasionalmente amante William Wyler, estableciendo un vínculo artístico de poderosísimos quilates. A continuación, vendrían otras dos perlas: LA CARTA y LA LOBA. El perfeccionista –más de 40 veces se llegó a repetir un plano- cineasta serviría en bandeja a Davis su segunda y última estatuilla dorada. A la que hubo que sumar otra para Fay Bainter (la Tía Bell, en todo este tipo de historias nunca podía faltar la tía), obteniendo un total de dos de las cinco nominaciones a las que estuvo propuesta.
Como partenaire eligieron a un actor delgaducho, ya poderoso, que comenzaba a ser toda una institución, Henry Fonda, el tipo que con un leve gesto en la mirada transmitía cualquier tipo de sentimiento. Durante el rodaje, tuvo lugar el nacimiento de su luego famosa hija Jane, por lo que Davis tuvo que rodar numerosas escenas hablando con un poster con la efigie del actor. Esa es la magia del cine.
Para los anales queda que fue el primer trabajo como guionista para la Warner de un tipo desgarbado y algo bronco llamado John Huston.
Resulta un exponente inmejorable del cine clásico de toda la vida. De una exquisita, elegante, suntuosa y ejemplar puesta en escena por parte del maestro Wyler. Es el tipo de cine que ha provocado que les esté escribiendo ahora sobre ello. Insuperable.
José Luis Vázquez
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