Director: Ari Aster
Intérpretes: Florence Pugh, Jack Reynor, Will Poulter, William Jackson Harper, Ellora Torchia, Archie Madekwe, Vilhelm Blomgren, Julia Ragnarsson, Anna Åström, Anki Larsson, Lars Väringer, Katarina Weidhagen van Hal
Sinopsis: Una pareja estadounidense que no está pasando por su mejor momento acude con unos amigos al Midsommar, un festival de verano que se celebra cada 90 años en una aldea remota de Suecia. Lo que comienza como unas vacaciones de ensueño en un lugar en el que el sol no se pone nunca, poco a poco se convierte en una oscura pesadilla cuando los misteriosos aldeanos les invitan a participar en sus perturbadoras actividades festivas.
Este segundo y nuevo descenso a la más salvaje y bella de las locuras por parte del cineasta neoyorquino Ari Aster, cuyo debut con HEREDITARY en 2018 resultó esplendoroso, apenas me causa decepción alguna. Todo lo contrario. Vuelve a fascinarme, a erizarme los pelos, a mostrarme una pesadilla que se aloja en mi mente tiempo después de concluida.
Y aun teniendo puntos en común –un contexto de drama familiar, protagonismo de sectas, la frialdad con la que se aproximan al horror más que al terror- ambas obras son diferentes y muy personales.
En MIDSOMMAR, deudora en parte de la notable producción británica THE WICKER MAN (rehecha/revisada competentemente por el cine norteamericano con idéntico enunciado, EL HOMBRE DE PAJA, protagonizada por Nicolas Cage) se vuelve a producir el milagro de crear inquietud y escalofrío diurno, a plena luz del día… y de la noche (en este caso la agotadora del sol de medianoche escandinavo) como sucedía en las anteriormente citadas o en el brillante exponente autóctono, mediterráneo más concretamente, del añorado Chicho Ibáñez Serrador ¿QUIÉN PUEDE MATAR A UN NIÑO?
Según propia confesión del autor en su concepción también han influido dos títulos espléndidos de Roman Polanski, MACBETH y TESS, el maravilloso clásico cuarentón de Powell/Pressburger NARCISO NEGRO y el más reciente ruso (sic) QUÉ DIFÍCIL ES SER DIOS. Téngase en cuenta también -esto ya de cosecha propia, igual no es ningún dislate- las SONRISAS DE UNA NOCHE DE VERANO del cineasta sueco por excelencia, Ingmar Bergman.
Me resulta más fácil encontrar similitudes en unos más que en otros, por ejemplo, las advierto con más claridad en los del director polaco, pero lo que me queda claro es que, absorbiendo energía y conocimientos de diferentes influencias, ha conseguido una obra de una gran hermosura estética y también de unos atroces estallidos slasher. Como de “epifanía de lo salvaje” ha sido brillantemente descrita, creo recordar que por Alejandro G. Calvo.
Lo que tengo claro es que está admirablemente elaborada (sus composiciones, encuadres, su utilización de la profundidad de campo resultan modélicas, necesito para disfrutarlas del todo otro visionado inmediato, tengo la sensación de que se me han escapado múltiples detalles), en todo momento la sigo con máximo atención, con apasionamiento incluso y no consigo despegar la vista de la pantalla.
El que no alcance la perfección lo achaco a una cierta autocomplacencia por Aster en ser deudor de la vitola artística de la que dota a su trabajo, en cierta recreación o repetición de algunas imágenes o situaciones y tal vez en cierta confusión temática… pero a este aspecto pónganle un relativamente.
Y es que puede interpretar de muchas maneras, como han hecho algunos. Como el despertar religioso de una mujer, como un ajuste de cuentas del matriarcado o como la venganza de una mujer contra un hombre que no satisface sus necesidades. Todo esto pertenece al mundo de la especulación, lo que importa es que el primer término o esa planificación larga consigue en mí el efecto desasosegante supongo que buscado.
Incluso en un momento dado la realización cobra un carácter alucinógeno, supongo que determinado por las setas que se consumen alegremente y que Aster resalta mediante una recreación un tanto borrosa o mareante.
Pero lo que sí consigue con creces es su objetivo de mostrarse escalofriante desde lo bucólico, idílico y lo apacible (creo que este es el terror que más me perturba), en utilizar imágenes luminosas y aparentemente de concordia para mostrar unas entrañas –y no precisamente de oso, que también- que me dejan sin resuello o con esas aterradoras ganas de gritar que ejerce –en un momento dado, también con acólitas- su espléndida protagonista, Florence Plugh (LADY MACBETH).
Y hasta cuando recurre a esos estallidos de barbarie inesperada, lo hace desde la contención, incluso cierto lirismo, utilizando inteligente y dramáticamente el sonido, tal como sucedía, en otro estilo con la soberbia EN UN LUGAR TRANQUILO.
Lo que casi puedo asegurar, tras escuchar reacciones de espectadores presentes en la sala, es que serán muchos a los que les parezca una rareza de cuidado –lo es… con orgullo- o tal vez un plomo, un tanto pausada en su ritmo o sencillamente insoportable de ver en alguno de sus contados, pero sangrientos pasajes y en diversos planos aislados, desde algunos extremos a otros tan perturbadores como un brazo surgiendo de la tierra.
Escalofriante, muy recomendable para los amantes del género ávidos de encontrarse con sorpresas atípicas (vaya preparándose para frases del tipo “se ha comido un vello púbico” o “se ha meado en un árbol centenario”), diferentes, extrañas, sin renegar por ello de una manera de contar las cosas propias del clasicismo de siempre.
Como guinda, el rodaje llevado a cabo en Budapest da perfectamente el pego de asistir a una fiesta pagana en pleno solsticio sueco.
José Luis Vázquez
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