No acabo de entrar en esta atípica propuesta que fuera recompensada con el siempre respetable premio del público en la pasada edición del Festival de Sitges. Doy por supuesto que sus autores han pretendido ser grotescos… y así lo resultan en su acepción negativa. Igualmente me resulta un tanto pretenciosa y fallida en un elevado porcentaje.

Es reiterativa y su indefinición temática - ¿melodrama familiar, gore, fantastique, comedia apocalíptica, horror rural? - constituye en este caso un defecto, al contrario de lo que me sucediera con la reciente YUCATÁN. Sus tonalidades negras como el tizón no acaban de casar bien debido no solo a no haber apurado sus posibilidades, sino a tirar de un ingenio más bien escaso, epatante más que profundo. El plano final que tal vez se pretenda sorpresivo acaba resultando previsible dados los antecedentes del personaje (y no puedo ser más explícito).

El prólogo supuestamente impactante me parece absurdo desde el momento en el que una madre abandona a su hijo en un coche siniestrado (y tampoco debo decirles más, aunque sea justo el inicio de la película).

Supone el debut en el largometraje de los cortometrajistas tarrasenses Caya Casas y Albert Pintó. Demuestran cierta destreza –más teniendo en cuenta de los escasos medios dispuestos- para crear una atmósfera recargada, asfixiante, que denota claras influencias del cine de Álex de la Iglesia.

También muestran mano para dirigir a unos actores de registros entre astranescos y esperpénticos. Destacan el veterano fuengiroleño -afincado en Alcázar de San Juan- Emilio Gavira (inolvidable en la maravillosa EL MILAGRO DE P TINTO del actualmente aclamado Javier Fesser y como Mr. Merbles en CAMINO, o su peculiarísimo Rompetechos de LA GRAN AVENTURA DE MORTADELO Y FILEMÓN de nuevo a las órdenes de Fesser, su director fetiche), que lleva a cabo una notable composición colérica, y –tras su aparición en la singularísima PIELES y la extraordinaria CAMPEONES, así como su inclusión como profesora de interpretación en OT- la emergente Itziar Castro.

Completan el quinteto Boris Ruiz, a quien los cinéfilos con un cierto recorrido y seguidores del terror hispano recordarán en LOS SIN NOMBRE, Eduardo Antuña, que dentro de estos parámetros era uno de los numerosos actores de la coral y estupenda LA COMUNIDAD, y, por último, no tanto por talento sino por curriculum y juventud, David Pareja, recordable por su intervención en la sorprendente MAGICAL GIRL.

No son nombres de primera fila en cuanto a encabezamiento de repartos, pero sí en cuanto a una profesionalidad y consistencia que ayudan a que esta empresa no naufrague del todo. Ellos consiguen que mantenga la atención en algunos momentos y que pueda pensar que se encuentran ante la última noche de sus vidas.

Es de alabar que busque caminos no tan trillados en el panorama actual, pero acaba revelándose insuficiente.