Director: Delmer Daves
Intérpretes: Debra Paget, Louis Jourdan, Jeff Chandler, Everett Sloane, Maurice Schwartz, Jack Elam, Prince Leilani
Sinopsis: El francés André Laurence acompaña a su compañero de la universidad, Tenga, de vuelta a la casa de éste en una isla de la Polinesia. Allí, Andre, asume la vida de los nativos y, después de superar muchas pruebas para vencer sus suspicacias, se casa con la hermana de su amigo, Kalua.Pero un volcán entra en erupción y el hombre santo de la isla, El Kahuna,decide que sólo un sacrificio puede aplacarle. (FILMAFFINITY)
Once flamantes y casi recién cumplidos añitos tenía cuando descubrí, mejor dicho cuando disfruté como solo un crío es capaz de hacerlo, con este clásico del cine de aventuras y antropológico. Todavía en una rudimentaria televisión en blanco y negro, algo que años después corregiría mediante idéntico medio pero ya paladeando las novedosas tecnologías existentes y el resplandeciente technicolor en el que había sido rodada a comienzo de la década de los 50 del pasado siglo.
Viene a ser un “remake” veinte años después, con alguna que otra variación –el mencionado color-, de un mini clásico de 1932 rodado por el maestro King Vidor. En esta versión se acentuaría aún más la espectacularidad y su carácter etnográfico. Aunque en esencia, constituye todo un despliegue de culturas primitivas y remotas de la Polinesia, recreadas en una fascinante Hawai, en alguna de sus playas.
Y pese a que supone un canto si no al buen salvaje a esos idílicos lugares comprensiblemente anhelados y amados por Robert Louis Stevenson, vuelve a ser una demostración que no hay paraíso posible en este mundo. Siempre hay alguien que fastidia o malogra la posibilidad de que así pudiera ser posible. De alguna manera, fanatismos o “sectarismos” religiosos se acaban colando por sus rendijas. Parece ser que el sino de la especie.
Por eso refulge aún más la preciosa historia de amor entre el occidental y civilizado Andre (Louis Jourdan) y la arrebatadora indígena Kalua, una Debra Paget más radiante y magnética que nunca. Bueno, la verdad es que siempre mantuvo el listón alto, irradiando una belleza envolvente. O sensualidad, ahí ha quedado si no para las antologías el baile delante de la cobra en LA TUMBA INDIA de Fritz Lang.
Paget, y el que aquí hace de su hermano, el fornido Jeff Chandler, venía de haber conseguido un hito – el vigoroso e inusual hasta la fecha relato pro indio FLECHA ROTA- con el mismo guionista y director de esta propuesta, Delmer Daves, que tras este trabajo se embarcaría en otra nueva puesta al día de un clásico de aventuras, EL TESORO DEL CÓNDOR DE SU ORO (en el original EL HIJO DE LA FURIA).
El sensacional cineasta estadounidense, del que no me cansaré siempre de reivindicar, ponderar y alabar su extraordinaria obra, ya estaba en posesión de una mochila de peliculones en su doble faceta de escritor y tras las cámaras. Suyo había sido el guión de la primera y sublime TÚ Y YO. Y ya había dejado su huella en el género bélico con títulos tan importantes y referenciales como EL ORGULLO DE LOS MARINES, DESTINO TOKIO y PUENTE DE MANDO. En el de misterio había firmado la inquietante LA CASA ROJA. Y en el policíaco había puesto su rúbrica a la tercera de las cuatro el colaboraciones de la mítica pareja Bogart-Bacall con la espléndida LA SENDA TENEBROSA (la última sería CAYO LARGO a cargo de otra leyenda, John Huston).
A continuación llegarían todavía sus máximos logros en el terreno del western (LA LEY DEL TALIÓN, EL TREN DE LAS 3:10, COWBOY, JUBAL, EL ÁRBOL DEL AHORCADO) y del cine sentimental (EN UNA ISLA TRANQUILA AL SUR, PARRISH, MÁS ALLÁ DEL AMOR, SUSAN SLADE). Incluso alguna secuela de lo más disfrutable del de romanos, como DEMETRIUS Y LOS GLADIADORES.
Precisamente con el anteriormente mencionado, FLECHA ROTA, tiene en común su ensalzamiento, casi oda poética, de una relación amorosa interracial. No se olvide que como buen aborigen californiano, él había sigo fruto –siempre que la memoria no me falle en exceso- de la mezcla sanguínea de irlandeses, alemane, indios hopi y otras nacionalidades y razas que no recuerdo, aunque su aspecto era muy anglosajón.
Aquí vuelve a dar toda una lección de aprovechamiento de paisajes naturales, de intensidad en las escenas de amor, de una magistral exposición del contraste de culturas completamente opuesta. Hasta se mostró como precursor casi reporteril de National Geographic, por su recreación detallada y vistosa de ceremoniales sobre apareamiento humanos (es un decir claro, todo muy recatado), bailes y costumbres locales de ese momento y de territorios en ese momento de su ambientación casi ignotos.
Consiguió una película de un preciosismo que empapa la pantalla, atractiva para mayores y críos, aunque los de hoy en día dado lo informatizados que se encuentran tal vez esto les pueda parecer una anticualla. Al final, para llegar a la conclusión tal como ya ha sido destacado por algunos, que el verdadero paraíso se encuentra en el interior de uno mismo.
Revisada hace poco volví a gozarla como aquella primera vez en la que se me quedarían grabadas para los restos dos secuencias fundamentales, el paseíllo por brasas y el sacrificio final en el volcán. Y nunca, jamás, olvidaré la belleza, con un maravilloso punto salvaje e incontaminado, de Paget. Tampoco al maléfico hechicero encarnado por Everett Sloane, uno de los grandes característicos de la historia en su vertiente más malvada junto a Jack Elam, que también aparece aquí.
Evocadora de tiempos ya irremisiblemente idos, estéticamente cuidadísima, embriagadoramente nostálgica, resulta ideal para revisarla en fechas veraniegas dado su refrescante contenido y su capacidad ensoñadora, algo aún más valioso en un tiempo en el que ya no queda casi ni un centímetro por explorar en el actual globo terráqueo.
José Luis Vázquez
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