Estreno en Royal City

 

Rosalie Blum (2015)

Director: Julien Rappeneau

Intérpretes: Noémie Lvovsky, Kyan Khojandi, Alice Isaaz, Anémone, Philippe Rebbot, Sara Giraudeau, Camille Rutherford, Nicolas Bridet, Pierre Diot, Matthias Van Khache, Grégoire Oestermann, Jean-Michel Lahmi, Aude Pépin, Jaouen Gouevic, Vincent Colombe, Pierre Hancisse, Luna Picoli-Truffaut

Sinopsis: La vida del treintañero Vicente Machot transcurre entre su peluquería, su primo, su gato y su dominante madre. Un día, Vicente conoce por azar a Rosalie Blum, una misteriosa y solitaria mujer, y está convencido de sufrir un déja-vu, de que ya se ha encontrado con ella alguna vez. Intrigado, decide seguirla a todas partes, con la esperanza de saber más de ella. No sospecha que esto le llevará a una aventura llena de sorpresas, donde descubrirá personajes tan fantásticos como entrañables. (FILMAFFINITY)

Crítica de José Luis Vázquez

Valoración: 5 estrellas

Una de las mayores virtudes de esta producción francesa, y tiene unas cuantas, es que va calando casi sin darse cuenta uno, de manera esponjosa, feliz y discreta, hasta llegar a provocar una sonrisa final ciertamente gratificante.

El slogan, o uno de ellos, de la versión en color de EL VELO PINTADO, la de Edward Norton y Naomie Watts, decía algo así como “el viaje más largo es la distancia entre dos personas”. A largo añadiría fascinante, intenso… No hay nada comparable a ir accediendo paulatinamente, conocer todo lo que uno pueda llegar a hacerlo que nunca es del todo, a otra persona que nos importe, que nos atraiga por cualquier motivo, aunque sea una puntual evasión de una existencia corriente, grisácea (no me refiero a su vertiente enfermiza, claro). Da lo mismo la relación que nos una a ella: familiar, amistosa, sentimental.

Esto es lo que sucede con los tres protagonistas de esta traslación de un cómic que desconozco, debido a Camille Jourdy, y por lo cual no les voy a dar el latazo hablando de sus excelencias o no al ser adaptado. Tampoco lo hubiera hecho en caso de haber tenido esa referencia. Ya saben mi inveterada costumbre de ceñirme prácticamente a lo que me ofrece por sí misma la pantalla.

Y lo que veo sobre el lienzo en movimiento me cautiva, me gana para su causa. Sin resultar algo ni mucho menos novedoso, o que resulte deslumbrante, valoro lo bien trenzada que ha sido esta historia ya desde guión, tratante en tres almas ausentes, rutinarias, presas de sus propios miedos, de sus soledades tanto obligadas como elegidas y de la cotidianidad de la vida provinciana, aunque por mera extensión pueda ser aplicable a la de la de cualquier otro lugar. De hecho, un colega la ha definido con perspicacia como “un misterio de provincias”.

Porque téngase en cuenta que la película es intrigante, pero una intriga en torno a los secretos o intenciones afectivas que puedan albergar sus criaturas, muy bien trazadas, muy bien perfiladas. Esto no va precisamente de grandes conspiraciones internacionales, sino más bien de lo opuesto, de las más íntimas y personales. Y qué gusto disfrutar tanto de este tipo de cine en el que se cuida a los personajes, que estén trabajados sus perfiles, que no resulten simples marionetas de vídeojuego. Tirando para su descripción, la de ellos y la de la sociedad de fondo, de un naturalismo de lo más reconfortante,

Además, están muy bien insertados los cruces que se producen entre ellos, esos tres segmentos que nos muestran sus diferentes puntos de vista, sus actitudes. No resultan gratuitos ni caprichosos, tienen una elaborada construcción dramática, pausada sí pero sin dejar de ir fluyendo en todo momento.

La sensación final que me queda es la de haber asistido a un debut (el de Julien Rappeneau, hijo de Jean-Paul el de CYRANO DE BERGERAC, hermano del aquí también compositor Vincent) que desprende encanto, ternura, frescura y curiosidad por ese ir más allá de las tantas veces equívocas apariencias. También trata sobre la privacidad o sobre las falsas impresiones. Con algún que otro toque excéntrico y pequeños pero sorpresivos giros. Envuelto todo ello en un delicado puzzle de emociones sutiles, capaces de romper amablemente, sin griterío, los propios diques mentales de sus ficticios protagonistas. Por cierto, muy bien el trío principal, en concreto una emergente, bella y joven actriz llamada Alice Isaaz; pero muy bien también Noémie Lvovsky y Kyan Khojandi, ese treintañero incrustado en el tedio y con una madre posesiva.    

Fue nominada a la mejor opera prima en los Cesar y entiendo perfectamente que el público asistente al Festival de Gijón la designara como su favorita.

 

 

José Luis Vázquez

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