Tiene y no tiene nada que ver con la obra maestra, de idéntico título y de capital importancia en el desarrollo de esto que llamamos Séptimo Arte, dirigida por David Wark Griffith en 1915. Sí lo tiene por aquello de tratar sobre la cuestión esclavista en esos todavía incipientes Estados Unidos que se estaban conformando (en este caso la acción transcurre en la Virginia de 1931, tres décadas antes de la Guerra Civil); no así en lo referido a su tono e intencionalidad, pues si aquél llegaba a suponer un manifiesto pro Ku Kluk Klan, una glorificación del hombre blanco, esta es todo lo contrario, la justificación de la fuerza bruta por parte de aquellos de diferente color de piel a quienes tenían brutalmente sometidos.

La idea, la manera clásica con la que está contada, resultan plausibles, dignas de aprecio, pero choca con algún que otro exceso visual y el hecho de que lo contado haya sido visto en numerosas ocasiones, me refiero a la trama principal, no tanto el detonante final. Paradójicamente uno de esos excesos debo admitir que es la secuencia que más me impacta de todas. Me refiero a ese plano detalle, esa cámara que sigue a una mariposa y que va abriéndose hasta alcanzar un momento verdaderamente lúgubre, siniestro, con esos cuerpos  ahorcados que parecen casi suspendidos en el aire, mientras suena de fondo el STRANGE FRUIT de Billie Holiday, que resulta más estremecedor que nunca.

Además, justo coincide un año en el que el trasfondo racial está siendo el asunto principal de varias de las nominadas al Oscar: FIGURAS OCULTAS, MOONLIGHT y FENCES. También el de la reciente y de resultados artísticos parecidos, LOS HOMBRES LIBRES DE JONES. Eso seguramente también le habrá restado protagonismo.

Ello no quita para que pueda entender el impacto causado en la pasada edición del Festival de Sundance, en la que llegaría a alcanzar el Premio del Jurado y del Público. Cierto también que el hecho de haber sacado a la luz un antiguo escándalo de supuesta violencia sexual de su director, seguramente ha ido en contra de su distribución y carrera comercial. Parece ser que los hechos no fueron definitivamente probados, pero ello no ha impedido que tan despreciable suceso volviera a afectar a su autor.

Y lo de autor nunca mejor empleado. Nate Parker, que así se llama el que está detrás de todo esto, produce, escribe, dirige y protagoniza. Y lo hace en líneas generales bastante bien, pasa el reto con buena nota. Él encarna al protagonista, un personaje que existió pero al que nunca se le había dado mucha divulgación. Nat Turner, un predicador de raza negra que acabaría alentando a las armas ante la barbarie contemplada a su alrededor. Y no daré mucho más datos, para que lo vean ustedes en pantalla, aunque conste que lo señalado lo pueden encontrar en los libros de historias… aunque sea en letra muy minúscula (fue una de las primeras revueltas protagonizadas en aquellas latitudes por hombres negros).

Puede que estemos asistiendo también al nacimiento de todo un cineasta, con innegable gusto para la composición del encuadre y buen temple narrativo, pero que tiene que todavía tiene que apurar más las posibilidades del relato y evitar transitar algo menos los lugares comunes.

Lo que sí yo al menos tengo claro, es que esta propuesta está lejos en cuanto a definitiva grandeza de su antecesora 12 AÑOS DE ESCLAVITUD. Ahí lo contado por Steve McQueen adquiría un grado de consistencia y grandeza difíciles de igualar, de la que carece todavía esta obra primeriza pero francamente prometedora.

Con todo, merece un visionado.