Haciendo las américas

 

15/06/2015

Cuestión de apellidos

Lola Romero He perdido la cuenta de las veces que he tenido que corregir mi nombre en papeles oficiales y extraoficiales, en las notificaciones de la guardería de mi hijo o en las facturas del médico. Y cada vez que firmo el recibo de pago con tarjeta, me recuerdo a mí misma que debería hacer algo con el banco. Resulta que lo mismo soy María R. Castellanos que María Romero que Señora Álvarez, o Señora Arias… ¡y yo no me reconozco en ninguna de las cuatro!

Para los españoles, vivir aquí en Estados Unidos es un lío en lo que a apellidos se refiere. Y ya si eres mujer y estás casada, para qué más. De entrada, aquí la gente sólo tiene un apellido, aunque para compensar, prácticamente todo el mundo tiene dos nombres, como es el caso de John Fitzgerald Kennedy, por poner sólo un ejemplo (conocido). Por esta razón, cuando los españoles vamos a hacer algún tipo de papeleo, a veces piensan que el primer apellido es el segundo nombre (el “middle name” que dicen aquí). Es decir que si te llamas Juan López García, lo más seguro es que te encuentres que tu identidad es Juan L. García, ya que pensarán que López es segundo nombre, y lo abrevian con la inicial. Otro ejemplo famoso: Samuel L. Jackson (donde la “L” es de Leroy… ¿a que no lo sabíais? Bueno, yo tampoco, lo acabo de encontrar en Internet…).

Por eso a veces es un problema: no coincide la información con lo que aparece en el pasaporte, o das tu nombre en un lugar donde tengas una cita médica, legal o lo que sea, y no aparece porque en vez del primer apellido estás por el segundo… Y si encima tienes dos nombres como nos ocurre a mi marido o a mí, os podéis imaginar la locura. A mi marido lo llaman a veces por sus dos nombres, como si el segundo fuera apellido, otras veces lo llaman por el segundo apellido y le ponen de nombre el primero… Y con Jorge, mi hijo, en la guardería, ya he desistido un poco de intentar corregirlo. Como él sólo tiene un nombre, el apellido de mi marido ha pasado a ser el “middle name”, así que en las fichas por ejemplo, suelen ponerle mi apellido. Lo cual es curioso ahora que lo pienso, porque cuando nos mandan alguna carta ponen “Arias Family”, o sea, nos llaman por el segundo apellido de mi marido.

Para los que tenemos intención de volver a España en un  tiempo no muy lejano, al final te da un poco igual. Lo importante es el pasaporte, el Social Security Number (o principal documento de identidad como trabajador en Estados Unidos), o el carné de conducir, así que hay que asegurarse de que todo está en orden ahí, pero lo demás… es más una cuestión de extrañeza el que me llamen por el apellido de mi marido, que algo “legal”.

Pero bueno, sí, es extraño, o al menos así lo creo yo, que una mujer aquí tenga que abandonar su apellido para llevar el de su marido. No es necesario u obligatorio que lo hagas si no quieres, pero es lo que “manda” la tradición y lo que hace la inmensa mayoría de las mujeres. Si es verdad que hay muchas ahora que usan su apellido de “solteras” como segundo nombre, como ocurre en el caso de Hillary Clinton, que aunque lleva el apellido de su marido, usa como “middle” Rodham, el suyo (de su padre). Así es muy común que aquí la llamen Hillary Rodham Clinton o Hillary R. Clinton.

Cuando intercambié mi número de teléfono con Farrah la primera vez, se extrañó de que no me llamara como mi marido. Y desde entonces, he tenido que explicar muchas veces que en España no tenemos uno, sino dos apellidos, y que las mujeres no los cambiamos al casarnos. Me he encontrado caras de sorpresa, desaprobación, admiración y hasta cierta envidia, por tener que evitarnos papeleos de cambio de nombre. Echad cuentas: cuando una mujer se casa aquí tiene que cambiar su nombre en el pasaporte, el carné de conducir, las cuentas del banco y las tarjetas, el seguro médico, el trabajo, direcciones postales, y hasta la factura del teléfono móvil. ¡Qué lío!

En el fondo para mí, también es como una renuncia a quien eres, como si estuvieras diciendo que tu familia es menos importante que la del marido… Así que, aunque a veces, como decía, lo deje por imposible, de entrada seguiré corrigiendo mi nombre cuando lo vea mal escrito. O el de mi hijo… o el de mi marido…

 

Foto: www.bizjournals.com

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